Mientras la inteligencia artificial (IA) revoluciona industrias, transforma empleos y protagoniza titulares, hay un recurso vital que está pagando parte del precio: el agua.
Detrás de cada pregunta respondida por un chatbot o imagen generada por una IA, hay litros de agua evaporada para enfriar los centros de datos que hacen posible esa magia digital.
Según estudios recientes de la Universidad de California en Riverside y la Universidad de Texas en Arlington, modelos de lenguaje como GPT-3 pueden consumir hasta 500 mililitros de agua por cada 10 a 50 preguntas respondidas, si se considera toda la cadena energética involucrada, especialmente cuando la electricidad proviene de plantas que usan agua para enfriamiento.
El problema del agua
El crecimiento explosivo de la IA ha disparado la demanda de recursos informáticos, y con ello, el consumo de energía y agua. Las grandes tecnológicas como Google, Microsoft y OpenAI han reconocido este impacto, aunque la información detallada sobre el consumo hídrico de sus modelos aún es escasa y en muchos casos opaca.
Por ejemplo, Microsoft reportó un aumento del 34% en el consumo de agua en 2022, en gran parte debido al entrenamiento de modelos de inteligencia artificial y la expansión de sus centros de datos. En paralelo, OpenAI ha mantenido en reserva los detalles sobre el costo ambiental del entrenamiento de GPT-4, aunque se estima que podría haber requerido millones de litros de agua en el proceso.
El fenómeno Studio Ghibli y la nueva ola visual de la IA
Desde su activación el pasado 25 de marzo, la nueva función de generación de imágenes en ChatGPT provocó un fenómeno global: más de 700 millones de imágenes fueron creadas en tan solo una semana, según confirmó Brad Lightcap, COO de OpenAI.
Una de las tendencias más virales fue la creación de ilustraciones al estilo de Studio Ghibli, el icónico estudio japonés de animación, que se convirtió en un estilo recurrente entre los usuarios que exploraban las nuevas capacidades visuales del modelo GPT-4o.
Este avance no solo ha democratizado la creación visual, que permite a millones de personas generar imágenes en segundos, desde retratos hiperrealistas hasta arte inspirado en clásicos del cine animado, sino que también ha incrementado significativamente la carga sobre la infraestructura tecnológica que sustenta estos servicios, y por ende, sobre el uso de agua y energía.
El dilema invisible
El problema es que este consumo suele pasar desapercibido. Mientras el debate público se centra en la privacidad, el empleo y los sesgos de la IA, su huella hídrica apenas comienza a ser discutida. Y lo hace en un contexto de crisis climática y escasez de agua en muchas partes del mundo.
“El impacto ambiental de la IA no es solo una cuestión de carbono. También implica recursos como el agua, y eso debe formar parte de la conversación”, señala Shaolei Ren, uno de los investigadores que más ha estudiado este fenómeno.
¿Hay solución?
Las empresas tecnológicas están empezando a reaccionar. Algunas exploran métodos de enfriamiento más eficientes, como el uso de aire o sistemas cerrados que reciclan el agua. Otras han prometido llegar a ser "water positive", es decir, devolver más agua de la que consume en las próximas décadas. Pero mientras tanto, la sed de la IA sigue creciendo al ritmo de la demanda global por estos sistemas.
La inteligencia artificial promete cambiar el mundo, pero también nos obliga a preguntarnos: ¿estamos dispuestos a pagar su factura ambiental?
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