Conforme la humanidad vuelve a poner la mirada en el espacio, los planes para crear estaciones permanentes en la Luna se ponen en marcha y el viaje a Marte parece cada vez más cerca, descubrimos que no sabemos casi nada de lo que el espacio puede hacerle a nuestro cuerpo.
El primer estudio a largo plazo sobre la salud de los astronautas del Programa Apollo muestra algunos de los problemas que puede originar viajar al espacio profundo. En este caso, hasta cinco veces más riesgo de morir por una enfermedad cardiovascular. Empezamos a darnos cuenta de que el mayor reto para explorar el universo no será técnico, sino sanitario.
En el corazón del espacio
El Programa Apollo mandó, durante los años sesenta y setenta, a 24 astronautas a órbitas alejadas de la Tierra. Hoy, tras años de investigación, un equipo de científicos ha descubierto que la tasas de mortalidad por enfermedad cardiovascular es cuatro o cinco veces superior a los astronautas que nunca salieron de las órbitas más bajas o que, pese a haber sido entrenados y seleccionados, no volaron nunca.
Aunque la muestra es muy pequeña (por razones obvias), las diferencias son muy significativas: un 45% de los astronautas del programa Apollo murieron por enfermedades cardiovascular frente a un 9% de los 35 astronautas que nunca volaron y frente a un 11% de los otros 35 astronautas que no salieron de órbitas bajas.
La tesis que barajan los investigadores es que al salir de los campos magnéticos protectores de la Tierra, los astronautas se exponen a radiaciones que afectan a largo plazo a la salud cardiovascular de los astronautas. Es un hallazgo sorprendente porque, hasta ahora, nunca se había comparado a los astronautas entre ellos, sino con la población general. Y en ese sentido, los datos no mostraban este problema.
No somos seres hechos para viajar a las estrellas
No es la primera vez que hablamos de los retos médicos que suponen los viajes espaciales. Nos hemos preguntado por los efectos de la microgravedad a nuestros sistemas inmunes, por las consecuencias en nuestros huesos y músculos, por lo que pasará con nuestro equilibrio digestivo (y nuestro microbioma) durante largas temporadas en el espacio profundo. Ahora debemos estudiar también nuestro corazón, nuestras venas y nuestras arterias.
"Creo que es importante que las Agencias Espaciales asuman que el sistema cardiovascular debe ser muy estudiado antes de volver a mandar astronautas más allá de las órbitas cercanas a la tierra", dice Richard Hughson, profesor de la Universidad de Waterloo en Canadá. También debemos supervisar más de cerca la salud cardiovascular de los astronautas una vez están de vuelta. Pero sobre todo, debemos asumir que no sabemos casi nada de las consecuencias que pueden tener los viajes espaciales en nosotros, nuestros cuerpos y nuestras mentes.
Problemas de difícil solución
El problema es que, como dice Jeff Hoffmann, director del Man Vehicle Lab en el MIT, "no podemos protegernos de la radiación cósmica, no al menos con nuestra tecnología actual, por lo que todo esto enfatiza la importancia de centrarnos en la velocidad: cuanto más rápidos seamos menor será nuestra exposición a la radiación".
No obstante, nada parece apuntar a que seamos capaces de ir lo suficientemente rápido. El viaje del Apollo 11 duró ocho días, del 16 de de julio de 1969 al 24. La duración del viaje a Marte se cuenta por años. ¿Qué impacto podría tener todo ese viaje en nuestros terrestres sistemas circulatorios? Es una pregunta clave, una pregunta que, pese a los planes de grandes viajes espaciales, no podemos responder y una pregunta que no podemos ignorar gratuitamente.