Madagascar es un sitio rarísimo. En torno al 70% de las especies que viven allí, no se encuentran en ningún otro lugar de la Tierra. Es decir, tiene la concentración de "vida silvestre endémica" más alta del planeta y eso se nota. En los últimos diez años (y solo en los últimos diez años), los investigadores han descubierto 40 nuevos mamíferos, 69 anfibios, 61 reptiles, 42 invertebrados y la friolera de 385 plantas en el país.
Pero, como dice Erik Vance, no es solo un lugar privilegiado para estudiar la vida, también lo es para estudiar la muerte. La muerte de especies enteras, de hecho. Y es que Madagascar también está a la cabeza de los países con más especies amenazas. Los lémures, por poner un ejemplo, son el grupo de animales más amenazados del mundo. Algo lógico si tenemos en cuenta que viven en uno de los lugares más deforestados de los que tenemos constancia.
"Yo soy yo y mi circunstancia" es una frase muy conocida de Ortega y Gasset; lo que no se conoce tanto es su continuación, el "y si no la salvo a ella no me salvo yo". A la luz de la teoría de la evolución, esta frase se convierte en un insight terrible: no podremos salvar a todas esas especies malgaches sin salvar todos esos ecosistemas devastados por la caza furtiva, la agricultura indiscriminada, la tala ilegal y el cambio climático.
Por eso, muchos científicos llevan años tratando salirse de las fronteras tradicionales de los parques y las reservas naturales que, como estamos comprobando en vivo y en directo, no funcionan.
Ecosistemas que desaparecen
Durante generaciones las reservas naturales han sido fundamentales. Ese es el motivo por el los rinocerontes blancos del sur no han seguido a sus primos norteños en el tránsito hacia la extinción o por el que los linces ibéricos van recuperando poco a poco cierta estabilidad como especie. Sin embargo, ¿qué ocurre cuando ese concreto que deseamos (p)reservar ya no es el mismo? ¿Qué pasa si el cambio climático, los cambios de temperatura o las dinámicas hídricas hacen los territorios tradicionales incompatibles con la vida de esas especies?
El resultado lo estamos viendo muy a menudo: poblaciones cada vez más pequeñas sin suficiente diversidad genética viviendo en ecosistemas rotos. Sin salirnos del ejemplo de Madagascar, un estudio publicado en Nature Climate Change en 2019 mostró cómo, según los modelos climáticos más robustos, las condiciones climatológicas del "hábitat ideal" del lémur rufo iban a desplazarse progresivamente a zonas ya deforestadas. Es decir, hasta el 83% de su hábitat podría desaparecer.
En busca del 'Arca de Noé'
En los últimos años, la "ecología de la restauración", los esfuerzos por reparar el daño que los seres humanos han hecho a los ecosistemas y la biodiversidad, se ha convertido en un campo en expansión. El economista Pavan Sukhdev calculó en 2012 que las intervenciones dedicadas a la restauración de ecosistemas son capaces de dar un retorno hasta 75 veces superior que la inversión original y proyectos como la recuperación del norte del mar de Aral nos están permitiendo comprobarlo.
Eso hace que, de nuevo en Madagascar, sean los agentes privados lo que estén comprando extensiones de tierra para conservarla, modificarla e introducir especies en ellas. Es un movimiento tímido, pero interesante que nos permite mantener la esperanza de que podamos desarrollar tecnologías que nos permiten afrontar la siguiente gran pregunta: ¿Podemos crear de cero ecosistemas enteros en lugares distintos donde refugiar especies animales en peligro y usarlos como 'santuarios' o 'Arcas de Noé'? La posibilidad es aún remota, pero siendo realistas es una bala que merece la pena tenerla en la recámara.
Imagen | Roi Dimor