Ni la pasión por la ciencia, ni la desconfianza hacia ella nacen en el vacío. No somos prociencia por la fuerza de la lógica, ni luchamos contra ella por la perspicacia de nuestros argumentos: nuestra relación con ella está enraizada en diferentes ideologías políticas, religiosas o de todo tipo. Y conocerlas es fundamental.
Al menos eso sostiene un grupo de investigación que acaba de publicar su exploración de los antecedentes ideológicos de la aceptación y el rechazo de la ciencia. Religiosidad, orientación política, moralidad y alfabetización científica: por fin tenemos una cartografía de las raíces del ‘cientificismo’ y la ‘superstición’.
Vacunas, transgénicos y cambio climático
Es muy posible que los tres grandes movimientos actuales basados en la desconfianza hacia la ciencia son el negaciones climático, el movimiento antivacunas y el escepticismo ante los organismos genéticamente modificados. Esos son los que han estudiado los investigadores de las Universidades de Amsterdam y de Kent.
Y sus conclusiones, nos vienen a decir que nadie se levanta por la mañana tras una intachable vida de oscurantismo y superstición para empezar a recitar párrafos enteros de las obras completas de Bunge. Tanto nuestra aceptación, como nuestra desconfianza hacia la ciencia se basan en procesos largos y profundamente enraizados en la historia de las personas. En el fondo, se trata de un toma y daca entre nuestras convicciones (y tendencias) personales y el mundo que nos rodea.
No todos los "negacionismos" son iguales
Los investigadores han encontrado que esas ‘tendencias personales’ que explican nuestra relación con la ciencia son, sobre todo, la religiosidad, la orientación política, la moralidad y la comprensión de los mecanismos científicos que hay detrás de esos problemas.
Por ejemplo, siguiendo sus análisis, el negacionismo del cambio climático aparece vinculado a la ideología política y el movimiento antivacunas correlaciona consistentemente con las creencias religiosas (normalmente, protestantes). No es una condición sine qua non, pero sí un sustrato especialmente fértil para que crezcan este tipo de creencias.
Hay mucho más: la “alfabetización científica” se asocia con la aceptación de las vacunas y con la de los alimentos transgénicos, pero no tiene una relación directa con la aceptación del cambio climático. También es curioso que el rechazo a los transgénicos no esté relacionado con ninguna ideología política o religiosa en concreto.
Lo curioso del estudio es, precisamente, la recursividad. Es decir, nos permite hacer el camino inverso y preguntarnos por las motivaciones políticas, religiosas y morales que están detrás del apoyo de la ciencia. Es decir, ¿usamos la ciencia para saber cuánto de racional es nuestra adhesión a ella o solo la usamos contra los que la rechazan? Y si no es así, ¿Por qué? ¿No deberíamos empezar a hacerlo?