20 céntimos, 125.000 revoluciones por minuto y sin electricidad: un par de bioingenieros de la Universidad de Stanford acaban de crear una centrifugadora que permite realizar análisis de sangre en cualquier parte del mundo.
Parece un juguete hecho de papel, plástico y un par de gomas elásticas. Pero puede ser una herramienta fundamental para diagnosticar enfermedades como la malaria, la tuberculosis o la enfermedad del sueño africana.
Tenemos una tecnología maravillosa, que no llega donde hace falta
Las centrifugadoras son básicas para un montón de actividades científicas y sanitarias. Son los dispositivos que permiten realizar los análisis de sangre y, como ya hemos hablado en otras ocasiones, aún hoy en día la sangre es el mejor método para evaluar la salud de alguien.
El problema es que las centrifugadoras comerciales suelen ser dispositivos muy costosos. Las baratas valen de media unos 6000 dólares y, ni con mucha suerte, se puede encontrar una de estas máquinas de segunda mano por menos de mil.
Eso hace que sean un instrumento prohibitivo para muchos países en desarrollo. Además, necesitan electricidad por lo que, incluso cuando logran conseguir una, los fallos en el suministro eléctrico pueden acabar dejándolas inoperativas cogiendo polvo en un rincón.
Hace aproximadamente un año un profesor de la Universidad de Stanford, Manu Pakrash, propuso a sus estudiantes de bioingeniería buscar alguna solución a este problema. Si conseguían fabricar una centrifugadora de bajo costo, estarían dando un salto de gigante en la medicina de muchos países en desarrollo. Lo que nadie se esperaba es que la respuesta fuera a ser tan sencilla.
Papel, plástico y una goma: la centrifugadora más barata del mundo
Tras meses trabajando en distintos proyectos, acabaron haciendo pruebas con yoyos, peonzas y otros juguetes tradicionales. Una noche, uno de sus estudiantes, Saad Bhamia, jugando con uno de esos cacharros se dio cuenta de que giraba muy rápido: más de 10.000 revoluciones por minuto.
Se pusieron a hacer cálculos con el fin de optimizar el diseño y conseguir usar la misma lógica para crear un centrifugador manual eficiente y seguro. No les fue mal: el modelo actual ha mejorado diez veces aquel juguete inicial.
De hecho, Prakash y Bhamia mandaron el prototipo no solo a la revista Nature Biomedical Engineering - donde lo hemos encontrado nosotros - sino también al Libro Guinness de los Récord con la esperanza de que lo reconozcan como el objeto impulsado por un humano capaz de alcanzar mayor velocidad.
Un grupo obsesionado con llevar la ciencia a todo el mundo
No es el primer invento de este grupo de Stanford. El primero fue el 'Foldscope', un microscopio de papel que podía usarse para diagnosticar enfermedades de transmisión sanguínea. El segundo es un pequeño equipo de química que vale menos de cinco dólares y permite hacer experimentos con bastante precisión.
En realidad, el mayor problema de 'Paperfuge', como lo han bautizado, no es la precisión técnica, sino los aspectos regulatorios. Es decir, que el dispositivo pase los controles de las distintas agencias nacionales y se extienda por el mundo. Y podemos ser positivos porque el dispositivo está en buena manos, el equipo ya ha conseguido repartir 50.000 unidades del microscopio.