El 30 de junio de 1908 una explosión del tamaño de una bomba H destruyó millones de árboles en decenas de kilómetros a la redonda. Así entró Tunguska, una remota región siberiana, en los libros de historia.
La explosión fue tan salvaje que se llegó a hablar de antimateria en 1965 o incluso de un diminuto agujero negro en 1973 . Pero esas no son, ni de lejos, las explicaciones más "interesantes". Se ha hablado de ovnis estrellándose por accidente o, atención, de una prueba de concepto del famoso "rayo de la muerte" de Nikola Tesla.
¿Qué pasó en Tunguska?
Sin embargo, la realidad es mucho más prosaica y, hoy por hoy, los científicos discuten si se trataba de un asteroide pequeño o del fragmento de un cometa. Porque ni en 1921 (cuando se envió la primera expedición al lugar), ni en ninguna de las expediciones posteriores se ha encontrado algo parecido a un cráter.
¿Cómo sabemos entonces que ocurrió algo en Tunguska esa mañana de junio? Pues porque se enteró todo el mundo: los sismógrafos de toda Asia y toda Europa captaron la explosión; el Observatorio de Greenwich captó variaciones en la presión atmosférica por la cantidad de aire puesto en circulación; y, para rematar, el polvo en suspensión hizo que en el norte de Eurasia la noche fuera tan brillantes que parecía de día.
Es decir, algo pasó en aquellas deshabitadas tierras del Óblast de Irkutsk, de eso no hay duda. La teoría más aceptada es que ese pequeño meteorito originó una explosión termonuclear a unos 8 kilómetros de altitud y con una potencia de 12 megatones. Todo lo de después fue muerte y destrucción.
¿Podría repetirse?
La respuesta corta es sí. De hecho eventos como el del Mediterráneo Oriental, el de Vitim o incluso el de Cheliábinsk muestran que es posible que se repita. La respuesta larga es que se trata de algo poco probable. No sólo porque este tipo de eventos sean ya de por sí algo bastante raro, sino porque (como en todos estos casos) cuando se producen, se suelen dar en zonas despobladas.
No es casualidad: la inmensa mayoría de la superficie de la Tierra está despoblada. No obstante, no debemos bajar la guardia. Hace un par de años, la gente de Microsiervos rescataba un texto de Arthur C. Clarke donde imaginaba qué pasaría si Tunguska ocurría en el corazón de Europa:
A las 9.46 (meridiano Greenwich) de la mañana del 11 de septiembre, en el verano excepcionalmente hermoso del año 2077, la mayor parte de los habitantes de Europa vieron aparecer en el cielo oriental una deslumbrante bola ígnea. En cuestión de segundos se tornó más brillante que el Sol y al desplazarse en el cielo -al principio en completo silencio– iba dejando detrás una ondulante columna de polvo y humo.
En algún punto sobre Austria comenzó a desintegrarse produciendo una serie de explosiones, tan violentas que más de un millón de personas quedaron con los oídos dañados para siempre. Fueron las afortunadas.
Desplazándose a cincuenta kilómetros por segundo, un millón de toneladas de roca y metal cayó sobre las llanuras del norte de Italia y destruyó con una llamarada de segundos la labor de siglos. Las ciudades de Padua y Verona fueron barridas de la faz de la Tierra; y las últimas glorias de Venecia se hundieron para siempre en el mar cuando las aguas del Adriático avanzaron atronadoras hacia tierra después de aquel golpe fulminante venido del cielo.
Seiscientas mil personas murieron, y el daño material se calculó en más de un trillón de dólares
Feliz día del Asteroide
Cita con Rama se publicó en 1973 y es, evidentemente, pura ficción. Sin embargo, el relato es sugestivo: la capacidad del espacio exterior para comprometer la vida en este planeta es tan cierta como lo eran, hace 66 millones de años, los dinosaurios.
Por eso cada año, el 30 de junio se celebra el Día del Asteroide con la intención de crear conciencia sobre este problema y debatir sobre las posibilidades que tenemos para proteger a la Tierra. Desde este año, además, está reconocido por la ONU.
El espacio es un lugar maravilloso, pero, como la noche, también es oscuro y alberga horrores. No está de más recordarlo, al menos una vez al año.
Imágenes | Jay Huang