A veces, me pregunto cómo serán esos viajes espaciales comerciales que se llevan anunciando en los últimos años. He leído mucho sobre el tema y he imaginado muchas excursiones espaciales, pero mi respuesta favorita la dio hace un par de años el escritor de ciencia ficción Joseph J. Reinemann: «Vómitos, costillas rotas y una posible insuficiencia cardiaca».
Como veremos, es una respuesta un poco exagerada. Pero expresa muy bien una de las preguntas centrales del nuevo turismo espacial. Hasta ahora, el espacio ha sido un territorio acotado a profesionales escogidos tras un imposible proceso de selección y sometidos a un entrenamiento (casi) demencial. Eso se ha acabado: ahora basta con tener dinero. ¿Qué va a pasar cuando pongamos a cientos de 'personas normales' en órbita?
¿Cómo hacer un astronauta?
Viajar al espacio es algo (cuanto menos) exigente. Y peligroso: como señala Justin Bachman, morir en un cohete es 10.000 veces más probable que morir en un avión comercial. Un riesgo equivalente a escalar el Everest. Eso, sumado a lo costoso del programa espacial, ha hecho que las agencias espaciales sean extremadamente cuidadosas con quien mandaban allá arriba.
Para hacernos una idea, los candidatos a astronauta reciben una formación específica en ciencia y tecnología espaciales que dura años. Durante 48 meses estudian todo lo relacionado con la vida más allá de la atmósfera desde asuntos puramente teóricos a el funcionamiento, estructura y componentes de las naves y estaciones. Una vez que superan esa fase, se les asigna una misión y pasan muchos meses realizando prácticas en ingravidez y entrenando para estar física y psicológicamente a punto.
Como mínimo, el itinerario tradicional son tres años tras muchos casi una década de preparación para ser siquiera seleccionados. En cambio, Dennis Tito, el primer turista espacial, no recibió más de dos meses de formación. Y, ahora, Blue Origin, la compañía de Bezos, propone un programa de capacitación de un día y medio. ¿Con eso es suficiente?
"Sin un problema de salud, el espacio no es un problema"
Aunque personalmente me cuesta creerlo, todo parece señalar que sí. Es un esfuerzo físico y psicológico, pero uno asumible. Para entenderlo hemos de darnos cuenta de que formar astronautas es a formar viajeros espaciales lo que formar pilotos es a formar viajeros de avión. Son procesos distintos y, hasta ahora, no hemos mandado a turistas al espacio. Es cierto que salir de la atmósfera es más exigente que volar, pero no tanto como podríamos imaginar.
James Vanderploeg, experto en medicina preventiva y director ejecutivo de medicina aeroespacial del Baylor College of Medicine de Houston, lleva años metiendo a gente normal en un centrifugador. Vanderploeg también es director médico de Virgin Galactic (con todo lo que eso implica), pero sus conclusiones parecen sólidas: "Lo que hemos descubierto es que a la mayoría de las personas les iría bien”, decía.
Esta es una idea plenamente aceptada por todas las empresas de turismo espacial y se traduce en cursillos de preparación de pocas horas. Porque si la mayor parte del riesgo del viaje espacial no tiene que ver con la salud (física) de los pasajeros, la capacitación se vuelve casi trivial. Solo se necesita un chequeo a fondo para detectar problemas subyacentes y un cursillo básico sobre qué hacer durante los minutos que dura el viaje. Para la inmensa mayoría de personas, eso es suficiente.
Luces y sombras del turismo espacial
"Este tipo de turismo se denomina de última voluntad. Es un turismo bastante caro y los suele realizar gente con mucho poder adquisitivo, pero en la última parte de su vida". Pablo Tejedo nos hablaba de los viajes a la Antártida, pero valdría para el incipiente turismo espacial. Si salen los planes de la industria, cada año decenas (cientos o miles) de personas viajarán al espacio. Muchos de ellos serán viajeros de última voluntad.
Las muertes en la Antártida no son frecuentes, pero ocurren. Y, de una forma análoga, es muy posible que haya muertes en el espacio en cuanto se popularice este tipo de este turismo. Creará una crisis de comunicación, pero sinceramente no creo que haya demasiadas alternativas: con las medidas de seguridad adecuadas, es un riesgo que hay que asumir.
Y no es el único porque hay asuntos que hoy por hoy no tenemos capacidad de controlar. No hay pruebas psicológicas adecuadas para evaluar a los candidatos a viajeros espaciales. Hasta ahora, los astronautas eran cribados en una monitorización psicológica que duraba años. Eso se vuelve inviable en el momento en que hablamos de cientos de personas viajando al espacio. ¿Cómo responderán esos viajeros al estrés y la ansiedad producidas por la microgravedad, la radiación y la presión psicológica? Es un tema que, lamentablemente, sigue abierto.
Y sin embargo, el viaje espacial no deja de cobrar fuerza. La última noticia ha sido de Space X, pero empresas como Blue Origin o Virgin Galactic trabajan en ello muy seriamente. El espacio, como objetivo aspiracional de la humanidad, sigue llamándonos: por ahora, solo hace falta tener una enorme cantidad de dinero y ningún problema serio de salud. En poco tiempo, quién sabe.