Esta semana se cumplieron 129 años del nacimiento de Erwin Schrödinger. Un físico austriaco que desarrolló ideas importantísimas para la física cuántica y la termodinámica, pero que será recordado por su gato. No por su gato gato; es decir, no por su mascota. Si no por un famoso experimento mental con el que llevamos explicando desde 1935 algunas de las ideas más contraintuitivas de la mecánica cuántica.
El gato de Schrödinger no ha sido el único animal (real o imaginario) que nos ha ayudado a entender mejor la realidad que nos rodea. Al contrario, sin animales la ciencia actual no sería, ni por asomo, lo que es. Y nunca está mal recordarlo.
El gato de Schrödinger
Como ya hemos dicho, el gato de Schrödinger no existió nunca. Así que ningún animal fue dañado para la elaboración de este experimento (mental). Y menos mal, porque hemos de coger a un gato y meterlo en una caja junto con un gas venenoso (en la versión de Schrödinger) o pólvora inestable (en la versión de Einstein) que tiene un 50% de posibilidades de acabar con la vida del gato. Es decir, si repitiéramos el experimento miles de veces, la mitad de ellas el gato estaría vivo y la otra mitad estaría muerto. Además, muy probablemente y con razón, nos las tendríamos que ver con la protectora de animales.
Más en serio, el experimento ilustra una idea de la física cuántica: que, antes de mirar qué ha pasado en la caja, el gato está a la vez vivo y muerto. Es nuestra observación del resultado del experimento la que obliga a la naturaleza a "colapsar" en un sentido o en otro. O sea, que sí, la curiosidad mató al gato; pero la nuestra. Eso en la interpretación de Copenhague (la interpretación más corriente de los entresijos cuánticos) pero hay otras interpretaciones que hablan de universos paralelos o sistemas relacionales. Todo muy complejo, pero irremediablemente cuqui; porque lo físico, no quita lo gatuno.
Los perros de Pavlov
Si los gatos han sido fundamentales en el desarrollo de la física, los perros lo fueron en el de la psicología. Pavlov fue un fisiólogo ruso que se percató de que los perros con los que investigaba como funcionaba la digestión comenzaban a salivar nada más ver la comida. Pavlov recibió el Nobel en 1904 por sus ideas sobre el proceso digestivo, pero es conocido por haber descubierto el condicionamiento clásico: la capacidad de los seres vivos para responder a un estímulo neutro (por ej. una campana) como si fuera, en realidad, un estímulo distinto (por ej. comida).
Aunque puede pacer casualidad, algo deben de tener los perros para habernos hecho preguntarnos por el condicionamiento en repetidas ocasiones. Como nos contaba Helena Matute, hay una carta de Descartes de 1630 planteando un experimento como el de Pavlov ¡con perros precisamente!
Sea como sea, hoy no hablamos de los posibles descubridores del condicionamiento, sino de los verdaderos protagonistas: los perros. Afortunadamente se guardan registros de todos y, pese a que han pasado más de 100 años, es curioso darse cuenta de que los perros que cambiaron la psicología eran perros callejeros. No tenían pedigrí, ni falta que les hacía.
Las vacas de Jenner
Edward Jenner fue médico durante toda su vida (entró a los catorce años a trabajar con un cirujano de Gloucestershire). Y contra lo que se suele decir, no fue el 'inventor' de las vacunas. Sí fue el que desarrolló el primer gran procedimiento para hacer la inmunización viable y relativamente segura.
Ya no nos acordamos, pero la viruela era algo terrible. Una de la enfermedades más mortales de la Historia, fue azote de imperios, civilizaciones y naciones enteras. Ya Tucídides se dio cuenta en el 340 antes de Cristo que el que sobrevivía a la viruela no la volvía a contraer. Pero la mortalidad del virus hacía que fuera demasiado peligroso "jugar con ella". Si conseguimos acabar con la viruela, fue por pura suerte. Bueno, suerte y vacas.
Jenner se dio cuenta de que las lecheras que contraían la 'viruela bovina' (cowpox) se volvían inmunes a las viruela humana (smallpox). ¡La clave estaba en las vacas! La viruela bobina se parecía tanto a la humana que, Voilà!, teníamos vacuna. Usando pus de las pústulas de la variante bobina, Jenner testó su idea en el niño de ocho años de su jardinero.
Ah, dos cosas más: Primero, aunque muchas personas llegaron a temer que podrían aparecer apéndices y rasgos vacunos por el cuerpo de los vacunados, nada de eso ocurrió. Fue un éxito y menos mal, porque en otro caso las digestiones hubieran sido muuuuuuuucho más largas. Y segundo, en este apartado hay que recordar también a los caballos porque la erradicación final de la viruela se basó en la utilización del virus vacuna (originalmente aislado de los caballos).
Las moscas de Morgan
"¿Qué es genética? Dices mientras clavas en mi pupila tu pupila blanca. ¿Qué es... Espera un momento, tú deberías tener la pupila roja". Algo así debió de ser el momento en que Thomas H. Morgan descubrió que una mosca de la fruta que debía de tener los ojos rojos los tenía blancos como la leche.
Ese momento, lo hemos comentado en otras ocasiones, abrió la puerta a una de las mayores revoluciones de las biología: la integración entre la genética y la teoría de la evolución. Una síntesis que ha permitido avances médicos y científicos tan increíbles que ni siquiera podríamos haberlos imaginado.
Gracias a Morgan y su trabajo, la Drosophila melanogaster se convirtió en uno de los animales de referencia para la investigación científica. De hecho, es una de las especies más estudiadas, observadas y usadas de la historia. Llamadme drosófilo, pero estoy convencido de que la mosca de la fruta se merece el Nobel por méritos propios.
La oveja de Roslin
O como la conocemos todos, la oveja Dolly. Hablamos hace poco de ella para celebrar su vigésimo cumpleaños. Dolly fue el primer gran animal clonado, pero sobre todo fue la presentación en sociedad de la genética y de su potencial.
Hoy tenemos muchas formas de editar el genoma y, en realidad, Dolly tampoco fue para tanto (técnicamente hablado). Pero consiguió abrir un debate que en su momento fue tremendamente polémico y que hoy es fundamental.
Los pinzones de Darwin
Cuentan que fue en 1835, mirando un puñado de pinzones de las islas Galápagos, cuando el jovencísimo Charles Darwin tuvo una de las ideas más peligrosas jamás pensadas: la teoría de la evolución. La verdad no es exactamente así pero, qué demonios, no le quitemos el protagonismo a los pinzones.
Darwin recogió muchísimos animales, rocas y plantas en su viaje y las presentó en enero de 1837 en la Geological Society of London. Fue John Gould quien se dio cuenta de que no eran diversas familias como se había pensando inicialmente, sino doce especies distintas pero íntimamente relacionadas. Los pinzones de Darwin son el ejemplo que se pone en todos los libros de texto para explicar el mecanismo de selección natural. Y eso les garantiza un hueco en esta lista.
Y los ratones
Como los óscars a toda una vida, los ratones están aquí por su contribución general al conocimiento humano. No podría seleccionar una sola de sus intervenciones: desde el siglo XIV cuando William Harvey los usó para estudiar la circulación sanguínea se han convertido en uno de los modelos animales por antonomasia.
En los últimos años el debate sobre la pertinencia del uso de animales en investigación científica ha crecido (y se ha recrudecido) mucho. La comunidad científica se afana por encontrar un equilibrio entre la experimentación masiva, irrespetuosa y cruel por un lado, y la imposibilidad de prescindir de los animales en investigación, por otro. Un equilibrio que cada día está más cerca y cuya búsqueda nos recuerda el papel fundamental de los animales en nuestro conocimiento de la naturaleza.