Sería marzo de 1936. Dorothea Lange llevaba un mes investigando para la Farm Security Administration sobre la penosa situación de los jornaleros californianos en los alrededores de Los Ángeles, pero ya volvía a casa. En aquella época, miles de trabajadores agrícolas recorrían las granjas del oeste de Estados Unidos buscando un trabajo que les permitiera llevarse algo a la boca.
La situación era terrible. Lange ya tenía una enorme cantidad de fotos y notas de campo. Ahora, solo le esperaban siete horas de viaje en coche antes de llegar a casa en la bahía de San Francisco. Al menos, hasta que llegó a Nipomo y se encontró con aquel gigantesco campamento improvisado donde se apiñaban más de 2.500 almas.
La madre migrante
Al principio, Lange pasó de largo. Demasiada miseria llevaba ya vista. Pero la imagen del campamento se le había atravesado y veinte minutos después dio la vuelta y volvió a Nipomo. Allí sacó la cámara y, en menos de diez minutos, hizo seis de las fotos más importantes de la historia de EEUU. Entre ellas, "la madre migrante" que está sobre estas líneas.
Langue se bajó del coche y fotografió lo que fue viendo sin preguntarle a nadie que es lo que pasaba. Más tarde, envió las fotos a la prensa y, por una de esas carambolas del destino, la fotografía de Florence Owens Thompson y sus hijos se convirtió en un símbolo de todo lo que se había destruído en aquella época, de los hasta tres millones de personas que huyeron de la región de las grandes praderas destruida por el Dust Bowl.
La historia de Owens no era exactamente la misma que la de esos tres millones. Ni siquiera era la misma que la del resto del campamento, de hecho. Pero poco importó, las grandes tormentas de polvo del Dust Bowl (y lo que vino después) había sido un golpe tan profundo en el alma estadounidense que se comió las sutilezas. Hoy vamos a hablar de eso.
«La lluvia sigue al arado»
En Estados Unidos han existido muchas 'fiebres del oro'. Durante las últimas décadas del siglo XIX, por ejemplo, miles de personas llegaron a las grandes llanuras del interior del país. En lugar de oro, lo que buscaban eran las enormes parcelas de tierra que regalaba la administración a cambio de instalarse y permanecer en ellas cinco años.
Las tierras no estaban vacías, claro. Numerosas tribus indias habitaban las grandes praderas desde hacía miles de años y el conflicto fue inevitable. Eso precipitó los problemas. En la batalla contra las tribus Estados Unidos decidió apuntar directamente a la base de su sociedad: los bufalos. Como ya hemos explicado alguna vez, 25 millones de bisontes fueron cazados en el periodo 1872-1873.
"Donde hace un año había decenas de miles de búfalos, ahora solo hay cadáveres. El aire está sucio y tiene un hedor nauseabundo y la vasta llanura que hace unos pocos meses rebosaba de vida animal, ahora es un desierto solitario y muerto", escribió el coronel Irving Dodge a finales del siglo XIX adelantando lo que estaba por venir.
La transformación fue increíble. Las grandes praderas dejaron de ser un ecosistema aclimatado a las largas sequías con plantas de largas raíces y millones de animales de gran tamaño que compactaban el terreno y se convirtieron en inmensas extensiones de trigo que consumían agua de forma compulsiva.
Pero nadie se dio cuenta porque las décadas finales del siglo XIX y las primeras de XX fueron buenísimas. Agua en abundancia, clima favorable, cosechas inmejorables... cada vez más gente se movía a las grandes praderas buscando una vida nueva con el convencimiento de que "la lluvia sigue al arado"; es decir, si trabajaban duro, la naturaleza les recompensaría.
Una mariposa mueve las alas en...
Spoiler: NO. La década de los años 30 arrancó de la peor forma que podría arrancar. El enfriamiento del Pacífico Oriental (el fenómeno de La Niña, como lo conocemos ahora) fue inusualmente fuerte y dio como resultado ocho años de sequía en el corazón de Norteamérica. Es lo que se conoce como el Dust Bowl.
Sin agua, sin poder fijar el terreno y con cosechas de miseria, el terreno arcilloso de las praderas se degradó rápidamente y se convirtió en eso, en un desierto. Según las estimaciones, más de 350 millones de toneladas de polvo pasaron a la atmósfera cada uno de esos años generando unas pantagruélicas tormentas de polvo que atravesaban Colorado, Texas, Kansas y Oklahoma recorriendo decenas de miles de kilómetros camino del Océano Atlántico.
Mientras toneladas de arena sepultaban granjas por todo el Medio Oeste, la Gran Depresión destruía millones de empleos poniendo las tasas de desempleo por encima del 25%. Eso fue lo que se encontraron los más de tres millones de personas abandonaron las praderas para buscar suerte en las ciudades: una tormenta perfecta (y no de polvo, precisamente). EEUU se desangraba.
Lecciones para el futuro
Millones de personas se movieron buscando huir de la miseria para encontrarse solo con más miseria. Eso es lo que trataba de documentar Dorothea Lange cuando fotografió a la madre migrante. La crisis de los años 30 fue inmensa y no solo cambió Estados Unidos, sino que fue uno de los elementos que empujó el inicio de la Segunda Guerra Mundial. Eso ha hecho que muchas veces se haya minusvalorado el impacto del Dust Bowl en el castillo de naipes que llevó el mundo al infierno de la guerra. Pero no es algo que se debería olvidar.
Es una lección sobre cómo los seres humanos podemos hacer cambios significativos sobre el medio ambiente que nos exponen de una forma sin precedentes a fluctuaciones climáticas que, por otro lado, pueden llegar en cualquier momento. Esta es la historia, en miniatura, del cambio climático.