En 2019, Newsweek publicó un informe en el que no dudaba en calificar a Medellín como “la ciudad más inteligente del mundo” y sugería que, para lograrlo, primero tuvo que oprimir el botón de RESET.
Aunque grandilocuente, no cabe duda de que hay en ese enfoque algo de verdad. Puede que por las calles de la bella capital antioqueña no deambulen autos sin conductor y que entre sus edificios no vuelen ciudadanos con sus jetpacks. Medellín, no cabe duda, no parece una ciudad sacada de Los Supersónicos.
Y, sin embargo, una mucho más discreta revolución tuvo lugar allí en la última década. Una que no depende tanto de los dispositivos que ideó Silicon Valley, sino en el uso sagaz de los datos, el compromiso inquebrantable de la comunidad, y el enfoque constante, innegociable, en el bienestar humano.
Es verdad que Medellín no ha dejado atrás del todo el estigma de lo que fue cuando agonizaba el siglo XX, cuando su nombre llegó a ser sinónimo de violencia y medios de todo el globo no dudaban en describirla como 'la ciudad más peligrosa del mundo'. Pero entre esas sombras germinó una semilla de transformación que hoy muestra con decisión su frutos.
Gracias a ello, gobiernos locales y ciudadanos comunes, no ubermillonarios ni gigantes tecnológicos, impulsaron una estrategia de transformación, de sanación, que tuvo su mayor acierto al mirar más allá de la tecnología.
El resultado lo conocemos bien. Medellín salió al otro lado de su metamorfósis conservando sus principales cualidades (la belleza de su geografía, la calidez de sus gentes…) pero agregando a la fórmula soluciones creativas a problemas claramente identificados.
Tecnología puesta al servicio de la gente
Algunos han llegado a ser nuevos íconos de la ciudad. Miren, por ejemplo, el sistema de teleféricos del tipo monocable que bautizaron como Metrocable, que permite a residentes de las zonas escarpadas bajar en cuestión de minutos al centro de la ciudad.
Más allá del despliegue técnico que lo hizo posible, el sistema es una declaración, una apuesta por la inclusión, un puente que conecta a comunidades marginadas con nuevas oportunidades.
Pero la inteligencia de Medellín va más allá del transporte. Medellín entendió que las cámaras eran una fuente poderosa de información, pero se cuidó de convertirlas en los ojos del Gran Hermano.
En ‘Medallo’ las cámaras son herramientas para reducir los accidentes y mantener la seguridad de los ciudadanos. El sistema alimenta, además, una red de pantallas que traslada la información que usan las autoridades a los ciudadanos que se mueven por las autopistas, para ayudarles a tomar decisiones como un Waze de los espacios físicos, no los digitales.
Por supuesto, nada de esto sería sostenible sin una inversión en la educación, que no puede verse como un privilegio si de verdad se cree en hacer una ciudad inteligente. Verán, en esta clase de contexto, 'inteligente' significa 'inteligente para todos'.
Es así que la revolución ‘smart’ de Medellín estuvo acompañada por el florecimiento de espacios públicos que son la envidia de otras ciudades. Las bibliotecas, los museos, el parque Explora, son testimonios del compromiso con el enriquecimiento cultural.
Y la gente respondió a esa inversión. Medellín tiene el nivel más alto de adopción pública de tecnologías smart en América Latina, según un estudio realizado por McKinsey & Company. La experiencia ciudadana es la combinación de tres actitudes hacia la transición de la ciudad inteligente: conocimiento, uso y satisfacción.
El éxito de Medellín no se debe solo a algoritmos y sensores. Se trata de una visión compartida, una ciudad que abraza la innovación con un toque humano. Los consejos vecinales, no las salas de juntas corporativas, guiaron el camino. La tecnología fue una herramienta, no un objetivo.
Y aunque nadie pretende que la ciudad no tenga, como todas, considerables retos por delante, afectada como lo está por las mismas fuerzas que se sienten en las demás, es innegable que la base construida en estos años da, por lo menos, confianza en su capacidad de gestionarlos.
Hoy en día, Medellín se erige como un faro para las ciudades de todo el mundo, un modelo que muchas desean emular. Frente a sus aciertos y desaciertos, Medellín logró demostrar que ‘smart’ no tiene por qué ser sinónimo de fría eficiencia. Lejos de las líneas metálicas de las ciudades de las películas, en tonos azules y grises, Medellín se ha vuelto más y más inteligente, sin dejar de ser más y más humana.
- Vuelve a la parte I: La Ciudad del Futuro
- Parte III: Entrevista: Así es como Medellín utiliza los datos para tomar decisiones inteligentes