La Faja Petrolífera del Orinoco, una extensa zona geográfica ubicada al norte del río Orinoco y su desembocadura, es la razón de que Venezuela posea la mayor reserva comprobada de petróleo del mundo: 300.878 millones de barriles.
Es una cifra difícil de comprender a primera vista, pero baste decir que nadie tiene más petróleo acumulado en un solo lugar. Para ponerlo en perspectiva, Arabia Saudí tiene en su territorio reservas del orden de los 267.000 millones de barriles.
Pero, a pesar de su magnitud y su antigüedad -la reserva se conoce desde enero de 1936, cuando la Standard Oil of New Jersey perforó el primer pozo- la producción en la Faja Petrolífera del Orinoco, y en Venezuela, se ha visto, por años, postrada por las sanciones políticas y los problemas técnicos y económicos que la rodean.
En su momento de mayor esplendor, Venezuela producía tres millones de barriles diarios. Hoy el país no llega al millón de barriles y está, de hecho, por fuera del top 20 global. En un hecho que habría sido imposible de imaginar a comienzos del siglo, Hace unos pocos años era algo difícil de imaginar, Colombia de hecho superó a Venezuela en materia de producción y llegó a ser en su momento el mayor exportador sudamericano de petróleo crudo a Estados Unidos.
El impacto de las sanciones
Las sanciones de Washington sobre el petróleo venezolano fueron levantadas por espacio de seis meses en octubre de 2023, lo que abrió una ventana de oportunidad para el retorno a forma de la Faja Petrolífera del Orinoco.
Lamentablemente, las empresas que se mostraron interesadas hallaron que tras años de negligencia, corrupción y crisis económica, el petróleo venezolano necesita una descomunal inversión extranjera para modernizar la infraestructura indispensable para extraer y procesar el crudo.
Eso pasa, en parte, porque ese tesoro tiene un problema: es rico en petróleo pesado y extrapesado, un tipo de crudo que por sus características – es muy denso y más viscoso que otros tipos- requiere procesos de extracción y refinación más costosos.
Se crea así un círculo imposible: reactivar la extracción requiere de poderosas inversiones, pero esas inversiones se ven desestimuladas por las sanciones, que de hecho volvieron a activarse en abril pasado, como medida de presión de la Administración Biden contra el gobierno de Nicolás Maduro. La inestabilidad tras las controvertidas elecciones presidenciales no ha hecho sino agravar el panorama.
Sin embargo, el contexto regional parece propicio. Los países latinoamericanos están metidos en una "fiebre del oro" del petróleo en la que el caso más extremo es el de Guyana, que hizo crecer su PIB un 33 por ciento del PIB.
Brasil subió al puesto 8 en la producción mundial de petróleo y México está en el puesto 11. Y Argentina se anotó un gol en el panorama continental y, de hecho, podría superar la producción de Colombia este año.
Entonces: hay, sin duda, una oportunidad y, pese a la causa ambientalista de numerosos gobiernos, el consumo de combustibles fósiles parece tener un lugar asegurado, al menos, en el futuro más inmediato. Pero pendiente de necesarias acciones en infraestructura e inversión extranjera, el enorme potencial económico de la Faja Petrolífera del Orinoco podría seguir sepultado bajo el verde paisaje de la geografía venezolana.
Imágenes | EFOFAC, Wilfredor
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