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La hipocresía de la seguridad aérea se ceba en nuestros portátiles tras hacerlo en nuestras botellas de agua

Primero fueron los cortauñas, luego los líquidos, y ahora son los dispositivos electrónicos. La regulación de las aerolíneas ha ido imponiendo cada vez más limitaciones a los pasajeros en aras (teóricamente) de una mayor seguridad, pero muchos empiezan a preguntarse si no estamos yendo demasiado lejos.

El detonante, claro, ha sido el nuevo debate que ha surgido en Estados Unidos sobre la prohibición de llevar portátiles en los aviones. La medida se había instaurado en ciertos vuelos procedentes de países de África y Oriente Medio, pero ahora quieren expandirla a vuelos desde Europa. Los sacrificios que tienen que hacer los pasajeros no solo son excesivos: tampoco parecen demasiado razonables, incluso si se busca esa protección de atentados terroristas.

¿Nos creemos el argumento de la seguridad?

La motivación: que las agencias de inteligencia han indicado que los terroristas del Estado Islámico podrían haber desarrollando formas de ocultar explosivos en los portátiles. El argumento es similar al que ya se utilizó en 2006 cuando se reveló que los líquidos que pasan al avión podrían convertirse también en una amenaza y ser líquidos explosivos.

El problema de esa prohibición es que no afectaba a todos los vuelos procedentes de Oriente Medio, sino solo a aerolíneas que no sean de Estados Unidos. Porque es evidente que a esos hipotéticos terroristas no se les ocurriría volar con una de esas compañías.

Algunos se preguntan con cierta lógica si esta prohibición no es en realidad una medida para poder competir con ventaja frente a compañías como Emirates, Etihad o Qatar Airways. La hipótesis no es descabellada: en 2015 directivos de las aerolíneas estadounidenses presionaron para tratar de cambiar el acuerdo Open Skies y que se restringiese la competitividad de las rutas aéreas hacia EE.UU. vetando aerolíneas de países de Oriente Medio.

Estas medidas podrían convencer a pasajeros "Business" de cambiar de aerolínea en sus trayectos hacia los Estados Unidos. Esos lucrativos pasajes engrosarían las arcas de las aerolíneas norteamericanas.

Es interesante comprobar que en el Reino Unido, que se unió a la iniciativa, lo hizo de forma mucho más coherente: no es posible usar el portátil en vuelos procedentes de esos países hacia el Reino Unido, pero eso afecta tanto a las aerolíneas como Etihad o Emirates como a otras nacionales como British Airways o EasyJet.

La excusa es en ambos casos la misma, la seguridad. Una seguridad que según algunos no hace más que esconder el verdadero motivo (al menos en el caso de Estados Unidos con esta medida): el proteccionismo del gobierno Trump.

Dudas sobre la efectividad de esas medidas

Las críticas sobre las cada vez más rigurosas medidas de seguridad en los aeropuertos estadounidenses son criticadas por viajeros del otro lado del charco, pero también por los de ese país. Incluidos, y esto es lo interesante, expertos en seguridad que llevan tiempo argumentando que esas medidas son inútiles.

Uno de los grandes críticos de estas medidas es Bruce Schneier, muy conocido en los círculos de seguridad informática, y que desde hace tiempo alerta de que esos mecanismos de seguridad no son ni efectivos ni eficientes.

¿Lo son? Un artículo de noviembre de 2008 publicado en The Atlantic dejó en evidencia esos sistemas de seguridad. El autor pasó semanas volando a aeropuertos dentro de los Estados Unidos y llevando todo tipo de objetos prohibidos para ver si estos lograban ser detectados o no.

Sus conclusiones fueron alarmantes: para empezar, logró pasar de los controles con pasajes falsificados por parte de Schneier, que colaboró en ese artículo, y que habían sido impresos con un portátil y una impresora láser convencional. La lista de productos que logró transportar sin problemas es singular:

El autor declaraba que en diversas ocasiones en esos trayectos había llevado "navajas de bolsillo, cerillas de hoteles de Beirut o Peshawar, máscaras, cuerdas, mecheros, cortauñas, tubos gigantes de pasta de dientes, botellas de agua de Fiji e incluso cúters". Incluso logró pasar el control con un Beerbelly, una riñonera que permite esconder líquidos en sitios en los que no dejan pasar con botellas. Aviones incluidos, por lo que parece. Los controles están ahí, pero su eficiencia es limitada.

La seguridad y su impacto en nuestro bolsillo (y comodidad)

Los peligros a los que aluden las aerolíneas cuando prohíben el transporte de ciertos objetos parecen razonables, pero para muchos viajeros esas regulaciones son absurdas e imponen demasiadas molestias a los pasajeros.

La prohibición de llevar cortauñas pasó y vuelven a estar permitidos, pero no ha ocurrido lo mismo con el transporte de líquidos: si uno lleva envases de más de 100 ml, tendrá que dejarlos a la entrada. Esa medida generó gran polémica cuando se puso en marcha hace años, y de hecho hay una célebre viñeta de xkcd que hacía alusión a esa exagerada prohibición.

Aquella viñeta acabaría generando la respuesta de la TSA, la agencia encargada de regular el tipo de requisitos para viajar en avión en Estados Unidos. En aquella respuesta argumentaban ya entonces (cuando era normal llevar portátiles como equipaje de mano) que "las baterías pueden ser más peligrosas que una botella de agua, pero no son más peligrosas que una botella de agua llena de explosivos".

El autor de xkcd, Randall Munroe, contestaba a su vez a los responsables de la TSA. "Ciertamente una botella de agua es inofensiva, pero de hecho estaba asumiendo que la botella de agua era un explosivo". Y continuaba con su defensa de lo difícil de defender esa probibición de las botellas de agua si las comparábamos con una batería:

Las baterías de portátiles tienen una densidad energética relativamente alta, y las dos con las que viajo (y con las que nunca me han puesto problemas) contienen más o menos la misma energía que una botella de 17 cl de pura nitroglicerina. Es cierto que esta energía no se puede liberar tan rápidamente, pero mis amigos han hecho que baterías de portátil exploten con la suficiente potencia como para, en una de las pruebas, destrozar la parte superior de un árbol pequeño.

El mensaje de Munroe iba más allá, y el creador de estos famosos cómics explicaba que "creo que hay problemas serios con la forma en la que tratamos de resolver la seguridad en los aeropuertos, y la regulación que seguimos es más el resultado del deseo de hacer algo que la respuesta adecuada y práctica a lo que deberíamos hacer para sentirnos más seguros".

Esa es probablemente una de las ideas clave de muchos en el ámbito de la seguridad en aeropuertos y vuelos: que todo lo que se hace es más para dar sensación de seguridad que para lograrla como tal.

De hecho, las nuevas propuestas del gobierno Trump que plantean que todo lo que no sea un móvil vaya en la bodega no parece demasiado buena idea. El organismo Flight Safety Foundation, un consorcio financiado por las propias aerolíneas para mejorar la seguridad en vuelo, publicaba estos días un informe en el que precisamente alertaba del peligro de dejar todas esas baterías en bodega, y no bajo los atentos ojos de sus propietarios.

Las Naciones Unidas también alertaron del peligro a través de la llamada International Civil Aviation Organization, otra agencia encargada de evaluar riesgos y asesorar a las aerolíneas. John Cox, consultor en estos temas, indicaba que si las baterías "están en la bodega y una se sobrecalienta y acaba incendiándose, no podremos lidiar con ese problema". Los estudios en los sistemas antiincendio de fabricantes como Airbus o Boeing indicaron que éstos no eran apropiados contra fuegos provocados por baterías de ión litio.

Hasta la propia FAA alertaba del peligro y calificaba esa situación de catastrófica en 2015, y todos estos informes apuntan de nuevo a que el motivo de presionar para activar esa nueva regulación no es otro que proteccionista y económico.

De hecho, ya hemos empezado a ver cómo las aerolíneas afectadas tratan de lidiar con el problema, uno que nos recuerda a la ironía de los líquidos. Uno no puede pasar botellas de agua al embarcar, pero sí comprarlas (a precio de oro) tanto en los establecimientos que hay antes de la puerta de embarque como en el avión.

Es lógico pensar que esos líquidos que se ponen a la venta "están certificados" y libres de sospecha, pero como Randall Munroe destacaba, "¿qué hacen las aerolíneas con todas las botellas que los pasajeros tienen que desechar? ¿Las analizan una por una, o las acaban tirando al desague y a la basura como se haría en escenarios habituales?". Mucho nos tememos que analizarlas, más bien, no. Quizás los organismos encargados de la seguridad aérea deberían revisar los principios bajo los cuales se pretende ofrecer más seguridad en vuelo y también en los aeropuertos.

En Xataka | Así es como este aeropuerto sabe cuánto tiempo pasamos formados en la fila de seguridad

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