Los coches autónomos, decía Elon Musk, son el futuro. No un futuro, no. EL futuro, en mayúsculas. En Google parecen decididos a demostrarlo y hace ya tiempo que sus vehículos sin conductor están circulando por diversas calles y carreteras norteamericanas con una efectividad asombrosa. De hecho, afirmaban en Google, los accidentes que han sufrido esos vehículos no son culpa suya, sino de los conductores humanos.
Los conductores humanos son precisamente la mayor barrera que el coche autónomo tendrá que superar. Y lo es porque buena parte de las ventajas del coche autónomo desaparecen cuando los conductores humanos siguen circulando con sus coches por las mismas carreteras que los coches autónomos. En el futuro que plantean los visionarios de este segmento el conductor humano ya no tiene sitio.
Las máquinas serán capaces de salvar muchas vidas
Los coches autónomos plantean una singular revolución en el segmento de la seguridad al volante. Como indicaban en The Atlantic, en los años 70 morían alrededor de 60.000 personas en Estados Unidos en accidentes de tráfico. Esa cifra se ha reducido décadas después gracias a la puesta en marcha de medidas especialmente pensadas para minimizar los riesgos.
Puede que esas normas hayan quitado libertades a los conductores, pero funcionan. La obligatoriedad de los cinturones de seguridad, la inclusión de los airbags o los duros castigos impuestos por conducir bajo los efectos del alcohol o por sobrepasar los límites de velocidad han resultado ser efectivos. En 2013 murieron en Estados Unidos 32.719 personas por accidentes de tráfico. Una tragedia, sin duda, pero que podría haber sido mucho mayor si no se hubiesen tomado estas medidas.
En España estas medidas han tenido el mismo efecto. La DGT informaba a principios de año de que en 2014 murieron 1.131 personas en accidentes de tráfico en vías interurbanas, una cifra mucho más baja incluso que la de 1960, cuando había muchos menos vehículos (un millón frente a los 31 millones de 2014). La siniestralidad en nuestras carreteras alcanzó su pico más trágico en 1989, cuando murieron 5.940 personas en vías interurbanas. Desde entonces la cifra ha ido reduciendo de forma muy pronunciada, pero los coches autónomos podrían reducirla aún más.
Eso es al menos lo que estiman los expertos, que afirman que en 2050 la siniestralidad podría reducirse en un 90% respecto a la que tenemos hoy en día. Globalmente, afirma la Organización Mundial de la Salud, se producen 1,2 millones de muertes por accidentes de tráfico en todo el mundo. Los coches autónomos podrían salvar 10 millones de vidas por década.
Existen otros estudios que refuerzan las ventajas de este futuro de coches autónomo. En un informe de McKinsey&Company los analistas Michele Bertoncello y Dominik Wee indicaban que para 2050 la reducción en siniestralidad haría que los accidentes de tráfico pasaran de ser la segunda causa de muertes accidentales en Estados Unidos a la novena.
Eso no solo tendrá un impacto positivo en la reducción de la siniestralidad, sino en el ahorro en la inversión en salud pública y privada: en ese mismo informe se estima que esa mejora en la seguridad vial hará que se puedan ahorrar nada menos que 190.000 millones de dólares -solo en Estados Unidos- en costes sanitarios asociados con accidentes de tráfico.
El cambio cultural es necesario
Las ventajas de ese salto parecen obvias, pero existe un problema grave: la tecnología parece estar preparada -o casi-, pero quienes no lo estamos somos nosotros. Los seres humanos y nuestra habitual resistencia al cambio son la barrera fundamental que los coches autónomos deben superar.
Andrew Moore, decano de informática en Carnegie Mellon, dejaba claro recientemente que "nadie va a querer darse cuenta de lo buenos que son los coches autónomos hasta que existan pruebas de que son mucho más seguros, en un factor de al menos 100 veces más seguros que lo que proporcionan los conductores humanos".
En ese cambio cultural también tendrá que existir un cambio de la regulación, que actualmente es una confusa maraña que hace que los coches autónomos solo puedan circular en determinadas regiones y cumpliendo determinadas normas diferentes según el caso. Necesitamos unificar criterios a nivel nacional e incluso global -pregunta interesante: ¿tendrá sentido colocar el volante a izquierda o derecha en ese futuro?-, y esa es otra de las mastodónticas tareas a las se enfrenta esta singular revolución.
Las encuestas parecen revelar que los usuarios que conocen este segmento están muy interesados en verlo despegar, sobre todo cuando entienden los beneficios que existen en materia de seguridad. Las consecuencias también serán claras para el segmento de los seguros de coche, un negocio que podría experimentar un cambio radical ante una situación en la que lo difícil será que haya un accidente. De hecho los seguros probablemente sigan existiendo, pero no para cubrirnos ante un eventual accidente, sino ante un eventual... hackeo.
¿Debemos permitir que la gente conduzca cuando el coche autónomo se implante?
Los seguros de hecho también tendrán que lidiar ante un futuro en el que el mayor riesgo es, precisamente, el conductor humano. Elon Musk veía clara la solución: prohibir conducir al ser humano. En 20 años, afirmaba, dejar que los humanos conduzcan junto a coches autónomos será tan peligroso que habrá que declarar esa actividad como algo ilegal.
La toma de responsabilidades en ese futuro en el que el coche autónomo es protagonista es otro de los debates éticos más relevantes de cara al futuro. Hoy en día la inmensa mayoría de los accidentes de tráfico se producen por culpa de los seres humanos. Puede haber factores externos -estado de las carreteras, metereología- que influyan en los accidentes, y también internos -algo que falle en el coche- pero el conductor humano es en última instancia el responsable de esos accidentes.
La cosa cambia en los coches autónomos, y nos planteábamos ya hace tiempo el debate ético sobre el coche autónomo. ¿Quién tiene la culpa en un accidente en este escenario? Volvo daba un paso adelante hace unos días y afirmaba que en caso de que sus coches autónomos estuvieran implicados, la responsabilidad era de Volvo.
En Google, como decíamos, la experiencia es ya un grado. En The New York Times relataban cómo desde 2009 los coches autónomos de esta empresa han estado impliados en 16 accidentes, y en todos esos casos la culpa ha sido de un humano. En uno de los accidentes el coche de Google redujo la velocidad por la presencia de un peatón, y el empleado de Google que iba en el coche activó los frenos. El coche que iba detrás, conducido por un humano, le dio al coche de Google un fuerte golpe al no frenar a tiempo.
Hubo otra situación que valida esa experiencia: en agosto de 2011 uno de los coches de Google colisionó con otro coche en movimiento, pero en ese momento la conducción autónoma del coche de Google estaba desactivada, y fue el conductor humano de ese coche autónomo (pero funcionando como si no lo fuera) el culpable del accidente. De nuevo, error humano.
Todo apunta a que efectivamente el conductor humano plantea un escenario de riesgo añadido en ese futuro en el que el coche autónomo podría conquistar las carreteras. La coexistencia entre ambos tipos de coches parece inevitable -sería imposible pasar de una situación a otra de buenas a primeras-, y será entonces cuando podremos comprobar realmente si el conductor humano es capaz de lidiar con esa nueva realidad.
Todo apunta a que a la larga, desde luego, el conductor humano debe desaparecer de la ecuación. Id acostumbrándoos. Si como decía el anuncio "os gusta conducir", disfrutadlo mientras podáis.
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