Rodar la trilogía de El Señor de los Anillos fue una hazaña que por años se creyó imposible. Peter Jackson lo logró cuando despuntaba el siglo y, desde entonces, es casi imposible imaginar la Tierra Media sin las imponentes figuras que su obra fijó en la memoria colectiva.
New Line Cinema sabe esto, y sabe que lanzar cualquier obra ambientada en este universo implica hacer frente a monumentales expectativas.
Por eso, a la hora de presentar El Señor de los Anillos: La Guerra de los Rohirrim, una cinta animada cuya historia ocurre 261 años antes de la Batalla de Minas Tirith y 183 años antes del inicio de La Comunidad del Anillo, el desafío era combinar la grandeza del mundo de Tolkien con una nueva visión artística.
Ese desafío recayó en el director Kenji Kamiyama, quien compuso la historia de Helm Hammerhand, el legendario rey cuyo nombre está grabado en la piedra de la fortaleza del Abismo de Helm.
A medida que el reino de Rohan es asediado por tribus merodeadoras en busca de venganza y poder, el liderazgo de Helm se pone a prueba al máximo y recaerá en Hera, la hija del rey, abrirse paso como una figura dinámica y multidimensional capaz de influenciar el desarrollo de la trama.
No es para todos
Ver esta película fue un viaje en sí: el escepticismo inicial sobre una adaptación con marcadas influencias de anime marcó el comienzo de la historia, en la que además es difícil no buscar lazos con el mito de Tolkien y su adaptación al cine. Pero por fortuna la historia está bien escrita y, arquetípica como es, rápidamente gana impulso y pasa a moverse sobre sus propios pies.
Uno de los mayores puntos fuertes de la película es su atmósfera. Sin perder el tiempo en largas introducciones o exposiciones torpes, Kamiyama nos lanza a un mundo al borde del caos, donde la paz se rompe por los brutales vientos de la guerra.
Las escenas iniciales ofrecen un marcado contraste entre un tranquilo Rohan y el infierno de destrucción que sigue, una tensión temática que se desarrolla con eficiencia -a veces, con maestría- a lo largo de la película.
Y justamente por eso el formato anime se revela como la elección correcta. El medio animado ofrece la oportunidad de explorar completamente los vastos paisajes y la impresionante escala del mundo de Tolkien, lo que permite a Kamiyama y su equipo dar vida a las impresionantes vistas de Rohan, y las brutales batallas de alto octanaje que definen su legado, de una manera que la acción en vivo nunca podría lograr.
Esta claro que no es una cinta para todos. Los que quieren una cuarta entrega de El Señor de los Anillos sin duda saldrán decepcionados.
Esto pasa porque la animación ingeniosa contrasta con el realismo y la naturaleza arraigada de las películas de Jackson, lo que puede hacer que algunos fanáticos acérrimos de la trilogía original se sientan distanciados de esta versión reimaginada de Rohan. Pero aquellos que mantengan una mente aberta ante una historia que solo pretende ser una historia, probablemente obtengan una recompensa.
Si bien el rey y su hija concentran mucho de la virtud y el valor -y, por tanto, el interés- de la historia, los personajes secundarios también brillan, cada uno con el tiempo y la profundidad suficientes para destacar. Ya sea como aliados o adversarios, cada una de estas figuras tiene una motivación distinta que informa sus acciones, lo que agrega capas de complejidad a la guerra que se libra dentro y alrededor de Rohan.
Sin embargo, las elecciones estilísticas de la película pueden no gustar por igual a todos los públicos.
En resumen, La guerra de los Rohirrim es una película que camina por una delgada línea entre atender a los fanáticos de toda la vida y tratar de atraer a una audiencia más amplia, tal vez menos familiar. Algunos pueden encontrar este equilibrio de fan service e innovación estilística como una evolución refrescante del mundo de Tolkien, mientras que otros pueden verlo como una salida innecesaria.
Pero más allá de ese debate, que podría ser injusto, esta es una historia sobre la resistencia, el sacrificio y el peso de la herencia, que plantea preguntas profundas sobre la naturaleza de las leyendas, su creación y el precio que cobran a quienes viven a su sombra y, al hacerlo, amplía el alcance de la obra de Tolkien sin dejar de ser fiel a su profundidad emocional.
Ver 0 comentarios