En el séptimo episodio de su primera temporada, The Last of Us nos lleva de nuevo de regreso al pasado. Antes de resolver el cliffhanger del episodio anterior, con Joel seriamente herido y Ellie obligada a valerse por sus propios medios, nos devolvemos unas tres semanas en el tiempo, para ver los acontecimientos de ‘Left Behind’. Siguen spoilers.
Se trata sin duda de algo que los fanáticos que han jugado el DLC del mismo título han estado esperando. El episodio comienza en el presente, con Ellie y Joel refugiándose en el sótano de una casa abandonada, ella aterrada y él sangrando profusamente. Joel le dice que vaya al norte, con Tommy, quien la protegerá. Ella se levanta, su rostro lleno de dudas, lo cubre con su chaqueta y se va.
Pero cuando está por abrir la puerta, el episodio funde a negro y evoluciona en un flash-back que responde algunas de las preguntas que se plantearon en el camino: cómo fue mordida Ellie, qué quiso decir cuando dijo que no era la primera vez que le disparaba a alguien y cómo puede saber tanto acerca de Mortal Kombat.
Un homenaje al DLC
El episodio es un homenaje bellísimo al DLC y se convierte en el proceso de serlo en un reflejo directo de la historia de amor de Bill y Frank. Pero mientras esa era, incluso en el final, testaruda, larga y triunfal, esta es por el mundo en el que ocurre, ingenua, truncada y trágica.
Los hechos ocurren unas tres semanas antes de que a Joel y Tess se les encomiende la misión de transportar a Ellie a través del país. Ella permanece por entonces en la escuela militar de FEDRA y soporta el peso de que su única amiga, Riley, haya abandonado la escuela sin aviso ni explicaciones. De eso han pasado semanas y por eso es tan sorpresivo que Riley irrumpa por la ventana a las 2 a.m. y le prometa a Ellie pasar “la mejor noche de su vida”.
Por supuesto, semejante premio no viene desprovisto de desafíos: romper el toque de queda y entrar sin permiso a un centro comercial abandonado. Las dos adolescentes pasan horas recorriendo tiendas, pasillos y hasta una zona de juegos, maravillándose a cada paso de cuán bello y trivial parece haber sido el mundo que sepultó el Chordyceps.
Al comienzo - ¿Acaso no es siempre así? - Ellie ama cada minuto. Las escaleras eléctricas, el carrusel, la cabina de fotos… Pero las dos amigas no tardarán en descubrir que la vida las ha puesto en caminos diferentes. Riley es ahora parte de las Libélulas, que la van a enviar al otro lado del país. La noche memorable que quiso pasar con Ellie también será, por esa razón, la última vez que estén juntas.
Ellie, por su parte, tiene ante sí la posibilidad de ser, algún día, una oficial FEDRA, y no puede reconciliar ese hecho con la causa anarquista y subversiva de su amiga. Es evidentemente que entre las dos hay algo más que camaradería, pero mientras nos preguntamos cómo podría florecer algo, cualquier cosa, en este mundo, la cámara viaja por pasillo hasta una tienda cercana en donde vemos a un infectado. Aunque está pegado a la pared por una red de micelio, luce amenazante. Nuestros temores se confirman cuando, súbitamente, despierta.
El fin del mundo
Ellie dice que se está haciendo tarde y no puede permitirse meterse en problemas. Riley la sorprende con un regalo y así descubrimos de dónde salió el libro de chistes con el que Ellie ha estado torturando a Joel. Las amigas ríen, pero entonces Ellie descubre un montón de bombas caseras que Riley aprendió a armar. Como su único uso puede ser atacar a tropas de FEDRA, Ellie se enoja y amenaza con marcharse.
Riley confiesa entonces que es su última noche en Boston antes de partir a Atlanta y que a pesar de que preguntó si Ellie podía unirse a las Luciérnagas, Marlene dijo que no.
Los dos amigas hablan. Riley, sobre su convicción de que lo que hacen las Luciérnagas importa. Ellie, sobre la sensación de abandono que le da verla irse.No tiene caso guardar rencores en este mundo y así, hacen las paces. Riley dice que tiene una última cosa planeada.
Ataviadas con máscaras de Halloween, las dos adolescentes bailan sobre un mostrador. Pero en un punto el tono festivo de la noche cambia, y ambas se quitan las máscaras. Ellie le pide a Riley que no se vaya y Riley ni siquiera lo piensa para acceder. Las dos se besan. La promesa de Riley parece haberse cumplido, pero entonces, el infectado que sabíamos se acercaba más con cada minuto llega y las ataca.
Riley salva a Ellie, pero es derribada y está a punto de sucumbir cuando Ellie apuñala al stalker. Riley comienza a llorar, porque ha visto en el brazo de Ellie la inconfundible marca de una mordida. Entonces le muestra a su amiga que ella también tiene, en la mano, una herida.
Ante las amigas se abren entonces dos salidas, igualmente definitivas. La opción uno es la pistola que Riley lleva consigo, un método rápido e indoloro. La segunda opción es seguir adelante y estar juntas hasta que cambien. Riley dice que pueden descender al abismo juntas, pero incluso ese plan les será negado, porque Ellie está a punto de descubrir que el encuentro con el infectado fue el final de Riley, pero no el de ella. Un abrazo es la única medida de consuelo que este desventurado par va a recibir.
Ese motivo de las dos salidas, de las decisiones que cambian el curso de la vida, está presente a lo largo del episodio: del oficial que le dice a Ellie que ante ella hay dos futuros posibles, a la disrupción que representa Riley y su invitación a acompañarla, a la decisión de esperar el fin junto a ella y... de vuelta en el presente, la de marcharse o regresar para ayudar a Joel.
Ellie, por supuesto, escoge este último camino y al cierre del episodio hace cuanto puede por ayudar a Joel, que está claramente debilitado, pero sigue con vida. Así Left behind termina en una nota profunda y poderosa, con los protagonistas en su punto más bajo, pero decididos a no dejarse, y -aunque aún no lo sepan- a punto de enfrentar a su peor enemigo.