En el año 2000, cuando en los cines se estrenó X-Men, a muchos nos sorprendió que una cinta sobre mutantes comenzara, de todos los lugares y épocas posibles, en un campo de concentración nazi durante la Segunda Guerra Mundial.
Pero debía empezar allí para que entendiéramos al villano principal, Magneto, y supiéramos que nunca, nunca iba a aceptar la noción de que humanos y mutantes podían convivir en paz. Él, lo presenciamos, ya había visto lo que la humanidad les hace a aquellos que, siendo humanos, por alguna razón considera diferentes.
La primera escena del primer episodio de El Problema de los tres cuerpos, la serie de ciencia ficción basada en la obra de Liu Cixin que estrenó esta semana Netflix tiene una función muy similar.
-- -- Siguen spoilers del primer episodio de El Problema de los tres cuerpos.-- --
'Cuenta regresiva'
La trama comienza, de todos los lugares y épocas posibles, en la Pekín de 1966, en revolución cultural, cuando los académicos eran percibidos por las masas y por el poder dominante como enemigos del pueblo. La escena muestra a un grupo de jóvenes Guardias Rojos castigando violentamente a Ye Zhetai, un profesor de física de la Universidad de Tsinghua cuyo único crimen fue enseñar la física de Einstein y la teoría del Big Bang, un tipo de conocimiento que fue tildado por el régimen comunista como contrarrevolucionario.
Entre la multitud que asiste a este deplorable espectáculo se encuentra Ye Wenjie, la joven hija de Ye Zhetai, que en un momento que me recordó a Arya Stark viendo la ejecución de su padre en King’s Landing presencia cómo los Guardias Rojos golpean hasta la muerte al profesor. Antes de que rueden los créditos iniciales, lo último que vemos en el rostro de Ye Wenjie es el más absoluto desprecio por la estupidez de la raza humana.
A partir de allí, el episodio -titulado ‘Cuenta regresiva’- sigue dos líneas paralelas: la primera se ocupa de la vida de Ye Wenjie, que tras un año de la muerte de su padre es poco menos que una paria, a la que solo se le confían los trabajos más humildes en el Cuerpo de Construcción, encargado de deforestar una región de Mongolia.
Pero el talento de Ye, su dominio del inglés y, sobre todo, su conocimiento científico, le abren las puertas de la Base de la Costa Roja, una instalación en lo alto de un monte, en donde una enorme antena parabólica es el centro de una investigación de alta seguridad. Allí, junto a esa antena, vemos a Ye esperar, solemne, a la cuenta regresiva de un experimento que pocos pueden comprender mejor que ella.
La otra línea ocurre en el presente, en Londres. Allí no seguimos a uno, sino a varios personajes. El primero es Clarence Shi, una especie de detective de una entidad supraestatal que investiga una serie de muertes -al parecer suicidios- de los más prominentes científicos del Reino Unido.
Justamente los otros personajes de este periodo son un grupo de amigos que llegaremos a conocer como ‘los Cinco de Oxford’, que estudiaron juntos en la clase de la prominente Vera Ye (curioso apellido, ¿no?), pero hoy siguen carreras disímiles.
Son ellos Auggie Salazar, una emprendedora que está por revolucionar al mundo con un nuevo material de nanotecnología; Jin Cheng, una astrofísica que analiza los experimentos que se realizan en los aceleradores de partículas en todo el mundo; Saul Durand, el favorito de la profesora que terminó convertido en su asistente; Jack Rooney, que abandonó la ciencia y se hizo millonario vendiendo snacks; y Will Downing, que encontró su vocación en la docencia.
Cuando Vera se convierte en la última científica en acabar con su vida, el funeral reúne a los amigos y nos abre una ventana a sus preocupaciones. Ninguno de ellos es un gran personaje en sí mismo (tal vez Jack, a quien interpreta con encanto John Bradley, mejor conocido por su papel del leal Samwell Tarly en Game of Thrones), pero la genuina química de sus interacciones los eleva cada vez que comparten la escena.
Los Cinco nos explican el problema que aflige al mundo: hace un mes, todos los principales aceleradores de partículas comenzaron a generar resultados sin sentido y, como resultado, se cerraron. Es un lúgubre panorama para la ciencia porque quiere decir que los científicos que no se han suicidado, se han quedado efectivamente sin trabajo.
Y a pesar de que su investigación tiene todo para hacerla millonaria, todo indica que Auggie será la próxima, cuando comienza a ver una cuenta regresiva ardiente, un contador flotando permanentemente en su campo de visión, que avanza (¿retrocede?) ominosa, inexorablemente.
Nadie sabe explicar el padecimiento de Auggie, ni mucho menos curarlo. Es entonces que una misteriosa mujer le dice, en un solitario callejón, que la cuenta regresiva se detendrá si cierra su laboratorio y suspende su investigación. Dado que Auggie no tiene intención de hacer tal cosa, le propone una prueba: si mira al cielo a la medianoche, verá que el universo “le guiña un ojo”.
El Nivel Uno
En casa de Ye, la científica que se suicidó, una foto en blanco y negro nos revela que su madre no es otra que Ye Wenjie. Al hablar con Jin, la anciana le cuenta que su hija estuvo, poco antes de morir, jugando con un artilugio extraño, que es una de las imágenes más icónicas de la serie.
Se trata de un visor de realidad virtual como ningún otro, imposible con la tecnología actual, sin cables, botones o pantallas, hecho de puro metal pulido, su superficie convertida en el espejo más extraño del mundo.
Claramente esta es la pieza final de la ecuación que nos ofrece la serie: al usar el visor, Jin se ve transportada a otro mundo, increíblemente realista, en donde antes de que pueda explorar un Sol gigantesco se alza y lo incinera todo. Ese es, para ella, el Nivel Uno.
Y en cierto sentido, también para nosotros. El Problema de los tres cuerpos no termina, en el primer episodio, de mostrar sus cartas y es todavía incierto cómo se conectan sus elementos.
Lo cierto es que, en el pasado, en este punto Ye Wenjie ya ha descifrado que la Base de la Costa Roja no conduce un proyecto de defensa ni de ataque, sino de comunicación y lo cierto es que, en el presente, la predicción de la misteriosa mujer del callejón se cumple y el episodio termina con el cielo, efectivamente, guiñando el ojo.
Así que Auggie y Saul presencian asombrados cómo todo el cielo nocturno se enciende y se apaga, como si alguien activara y desactivara un switch cósmico. Saul logra descifrar el patrón de los parpadeos y Auggie descubre que coincide al segundo con la cuenta regresiva que solo ella puede ver.
En un tejado cercano, Clarence se reúne con su jefe, Wade, que cierra el episodio diciendo: "Ese, Clarence, es nuestro enemigo".
Esa frase es el remate perfecto para el primer episodio de una serie que, en este punto, es solo preguntas, porque transforma el drama histórico de Wenjie, el thriller policiaco de Clarence y el misterio sobrenatural de Auggie en piezas de una historia de ciencia ficción como ninguna otra: una historia de invasión extraterrestre… pero con los pies en la Tierra.
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