Corría el año 1982. El Walkman era el rey de la musica portátil, la guerra de las Malvinas enfrentó a tropas argentinas y británicas, y Ozzy Osbourne se comió la cabeza de un murciélago en un escenario…
Sí, fue un año extraño.
Bueno, en julio de ese mismo año, -un año trascendental para el cine, con estrenos como Rambo, Poltergeist, Blade Runner y La Cosa de otro mundo- un nuevo tipo de magia explotó en la pantalla grande: TRON.
Escrita y dirigida por Steven Lisberger, un pionero de la animación con menos de cinco títulos en toda su carrera, la película está protagonizada por Jeff Bridges, Bruce Boxleitner, David Warner, Cindy Morgan y Barnard Hughes. Es una muestra de la visión del estudio que Walt Disney Productions haya accedido a invertir 17 millones de dólares en esta locura en una época en que el mundo comenzaba a descubrir la computación personal.
La historia sigue a Kevin Flynn, un programador de computadoras y desarrollador de videojuegos que se transporta al mundo del software de una computadora central donde interactúa con programas humanoides en su intento de escapar. Aunque inicialmente no tuvo éxito, la cinta ha llegado a tener el estatus de película de culto.
Esto se debe a que, más que una película, TRON fue un salto de fe visual y narrativo, una inmersión en un paisaje onírico digital que alteró para siempre el panorama de la tecnología en el cine y la percepción del público del floreciente mundo de las computadoras personales.
Una nueva frontera digital
Quizá no falte a la verdad decir que, al momento de su estreno, TRON no era solo otra película de ciencia ficción, sino más un proyecto que muchos habrían creído imposible.
Al hacer uso de las nacientes tecnologías de generación digital de imágenes -lo que hoy conocemos como CGI- la cinta abría un portal visual y sonoro a un mundo construido con código, donde los programas se asemejaban a guerreros vestidos de neón y los paisajes se construían a partir de formas geométricas y luz pulsante.
Los efectos especiales de la película, una mezcla pionera de animación tradicional y los primeros gráficos por computadora que audiencias masivas hubieran visto, no se parecían a nada que nadie hubiera consagrado antes a una cinta de celuloide.
Las Lightcycles, un tipo ultrafuturista de motocicleta de tonos neón, que se materializan de la nada y se mueven a niveles extremos de velocidad, se convirtieron, con su diseño elegante y sus estelas mortales, en icónos instantáneos.
La cinta tiene su principal fortaleza en la maera en que logró ser una representación visual de las batallas digitales libradas dentro de los confines de una computadora central. En una época en que las audiencias eran mucho más ingenuas sobre las maravillas de la computación era, quizá, más fácil, ponerlas a soñar con ciudades virtuales y una sociedad gobernada por algoritmos y código binario.
Un mundo de unos y ceros
Pero TRON no se trataba solo de imágenes llamativas. Para muchos, fue el primer vistazo al potencial de las computadoras. Ya no se trataba solo de hojas de cálculo y procesadores de textos, esta tecnología tenía el potencial de crear mundos fantásticos, paisajes digitales donde todo era posible. La tecnología de la que la película hablaba en la ficción era la tecnología que la hacía posible en el mundo real.
La influencia de la película en futuras películas de ciencia ficción es innegable. Desde el tiempo bala de The Matrix hasta el CGI inmersivo de Avatar, las semillas sembradas por las innovadoras imágenes de TRON continúan brotando e inspirando en nuevas generaciones de creadores. Prueba de ello son sus continuaciones, que han llevado los temas originales a nuevos niveles de sofisticación.
Del mismo modo, la influencia de la película en la cultura popular fue mucho mayor que su esquivo éxito en taquilla. La cinta dio lugar a una exitosa serie de secuelas, videojuegos y una próspera comunidad de fans que sigue celebrando el legado de la saga.
Más importante aún, TRON ayudó a cerrar la brecha entre el mundo técnico y el público en general al hacer el reino de las computadoras dejara de ser, para los no conocedores, un rincón opaco y aburrido, y luciera ante sus ojos como un paisaje inabarcable, emocionante, fantástico.
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