El Cuervo de 2024 no es una catástrofe y El Cuervo de 1994 no es una obra maestra

Un cuento gótico insondablemente horrible”, “reglas desconcertantes, una cronología vaga, y ya nada parece importar", “Un remake aburrido, sin vida y sin sentido”… Si se les da crédito a las reseñas, la versión de este año de The Crow es la peor película jamás producida y uno haría bien en evitarla como a la plaga.

Pero no. Sin ser en absoluto una buena película, esta cinta de Rupert Sanders -el mismo director de las decididamente poco memorables Snow White and the Huntsman y Ghost in the Shell- no es el desastre total que un 21 por ciento en el tomatómetro de Rotten Tomatoes podría sugerir.

Es, vale aclarar, el puntaje de la crítica, porque el puntaje de la audiencia le da un más benévolo 64 por ciento.

Bill Skarsgård asume el papel icónico y, sin perfilarlo del todo, lo lleva a cuestas con dignidad y verosimilitud. Esta reinvención moderna de la obra tiene un buen reparto y una hermosa puesta en escena.

Con todo, es verdad que a pesar de su innegable derroche estético, The Crow no tiene suficiente personalidad o intensidad narrativa para merecer la resurrección. También lo es que la gran mayoría de las críticas -ciertamente las más ácidas- se basan en una actitud reverencial hacia la película de 1994, que -los recibo de a uno- no es en absoluto un gran logro del séptimo arte.

No hay cómo negar que The Crow de 2024 tiene defectos, pero no son esos defectos los que fallan en convencer a los fanáticos acérrimos de la clásica película de 1994. La base más recalcitrante de ese fandom rechaza la existencia misma de la cinta y esa, por supuesto, no es la base de una crítica constructiva.

Audiencias menos familiarizadas con la película de 1994, o más familiarizadas con el cómic original de James O'Barr, probablemente hallarán entre esos defectos puntos brillantes que evitan que la película sea una pérdida de tiempo como Borderlands, o un verdadero desastre, como Madame Web.

El poder de una idea

En pocas palabras, The Crow de 2024 no es una catástrofe y The Crow de 1994 no es una obra maestra. "De culto" solo significa que una obra tiene un grupo de personas más o menos numeroso que la venera. La expresión no tiene nada que ver con la calidad intrínseca del producto.

Las fortalezas de la The Crow original conectaron con una audiencia marcada por el peso de la tragedia que marcó su producción y la recepción del remake estuvo condenada desde el inicio la idea -equivocada- de que se trata de una propiedad sagrada que ningún realizador ni ningún reparto pueden o deben revisitar.

En la cinta original hay un diálogo que apunta al corazón del mal que aflige a tantos remakes y continuaciones en esta era de remakes y continuaciones.

“Un hombre tiene una idea. La idea atrae a otros con ideas afines. La idea se expande. La idea se convierte en institución. ¿Cuál era la idea?”

Esa frase, que pronuncia Top Dollar, el villano de la película, interpretado por Michael Wincott -inferior, pero no por mucho, al sobrenatural antagonista que encarna Danny Huston-, apunta a la cualidad intrínsecamente inferior de la simple repetición de una idea. Es la plaga que derribó a sagas poderosas, de Jurassic Park y The Matrix a El Exorcista y Star Wars.

Volver con altura a propiedades conocidas, lo hemos visto, es posible. Lo probó Top Gun y lo probaron Las Tortugas Ninja. Hacer de nuevo esta o cualquier película sin explorar sus posibilidades en forma de variaciones, es sumergirse en un ejercicio vacío, condenado a decepcionar.

El problema es que las audiencias más fieles a The Crow no querían una nueva película; querían la misma película, y Rupert Sanders, para su crédito, no hizo eso.

La película de 1994 comienza in media res, con Eric y Shelly enfrentando la muerte y cuando Eric regresa de ella, convertido en el vengador inmortal que mueve la trama, no sabemos nada de él. Los flashbacks que dan esa información hacen poco por construir la relación de los dos amantes trágicos.

El remake, hay que reconocerlo, dedica tiempo a sus amantes. Quizá, demasiado tiempo, y si bien falla en usar ese tiempo para construir una historia de amor inmortal, al menos intenta hacer que sea el amor el elemento central de su tragedia.

No tiene caso hacer de nuevo una historia si no pones algo nuevo sobre la mesa. Si deseas contar la historia de un antihéroe gótico, dañado e hiperviolento, siempre podrás inventar una IP a tu acomodo. Pero si vas a hacer The Crow, debes intentar -y no fallar- en renovarlo, actualizarlo. Incluso, desafiarlo.

De lo contrario, la idea se ha convertido en institución, muchachos. Time to go.

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