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De ajedrez, máquinas y humanos

En cierto momento de mi vida creí que podría ser un buen jugador de ajedrez. A mediados de los 80 coleccionaba y revisaba las partidas comentadas por Leontxo García en El País -qué grande- e incluso intenté hacer mis pinitos un poco más seriamente y jugué un año federado. Suficiente para darme cuenta de que sería mejor dedicarse a las chapas escribir, aunque siempre mantuve mi afición a un deporte que durante los años siguientes seguiría de reojo.

Lo hice en aquellos míticos duelos entre Karpov y Kasparov, pero también con un guiño a esa pasión que se convirtió en parte de mi profesión: la informática. Leía con expectación las noticias sobre los enfrentamientos entre grandes maestros y computadoras de ajedrez y me engañaba una y otra vez pensando que el hombre siempre sería superior a la máquina. Algo absurdo, como demostraría una máquina llamada Deep Blue un 11 de mayo de 1997.

El principio del fin

Leontxo García lo escribía mejor que nadie una vez más en El País. En "El hombre se rinde ante la maquina" (curioso, falta la tilde en el titular) este periodista narraba cómo Gari Kaspárov acabó abandonando la sexta partida y perdiendo por 3,5 a 2,5 frente a Deep Blue tras un inexplicable error apenas iniciada la apertura. IBM montaría más tarde tanto un sitio web homenaje como otro para revisitar las partidas que mola especialmente porque es web 1.0 total.

Kaspárov -leed esta columna suya de 1996 en Time, por favor-, como el resto de los que asistieron a aquello, no daba crédito. No podía haber pasado. Tenía que haber truco. El legendario gran maestro acusó al equipo de Deep Blue de hacer trampas y de la intervención humana en el juego de Deep Blue, demasiado "creativo" en momentos puntuales como aquel final de la primera partida (ganada por Kaspárov) en cuyo movimiento 44 la máquina movió su torre sin un propósito aparente.

La máquina hizo una jugada demasiado sofisticada, una de la que el gran maestro Yasser Seirawan hablaría en un comentario para Wired en 2001. Esta publicación revisitó la partida tiempo más tarde, tras publicarse el libro "The Signal and the Noise" de Nate Silver -atentos al mini documental que publicarían más tarde en FiveThirtyEight- en el que precisamente aparecía una teoría singular: la de que aquel movimiento no fue más que un bug.

El momento más humano de Deep Blue fue un error.

Cuando terminó el encuentro Kaspárov pidió evaluar aquellas partidas a través de los registros de Deep Blue, pero no se los dieron. Aquellos registros aparecieron años después -hoy están accesibles gracias al Web Archive (partidas 1, 2, 3, 4, 5, y 6)-, y los que los analizaron tiempo después parecen llegar a la conclusión de que aquellas partidas y los movimientos de Deep Blue fueron legítimos.

Lo que sí quedó claro es que en cierto modo el equipo de IBM no jugó de forma totalmente justa, porque en el contrato del torneo se estipulaba que podían modificar la programación de Deep Blue para pulir su comportamiento en medio de cada partida. Aprovecharon aquello, pero además se apresuraron a desmontar Deep Blue tras las partidas y eso les sirvió de excusa para no darle la revancha a Kaspárov.

Aquel fue el principio del fin para esa batalla entre el ser humano y la inteligencia artificial de las máquinas.

La era de los motores ajedrecísticos

Desde ese momento la historia de enfrentamientos ajedrecísticos entre grandes maestros y programas y ordenadores cada vez más potentes dejaron claro que aquel era un punto de no retorno. Anand, Adams y otros grandes maestros se batieron contra una inteligencia artificial cada vez más pulida y potente con resultados desiguales, pero Kramnik el que tuvo el último enfrentamiento realmente relevante contra una máquina.

¿Hubiera logrado el mejor Bobby Fisher de la historia superar a Deep Blue?

Fue en 2006 contra Deep Fritz, un software que acabó ganando 4-2 (dos derrotas y cuatro empates para Kramnik) y que desató un comentario especialmente llamativo del profesor Monty Newborn, uno de los expertos que ayudaron a organizar el encuentro original entre Kasparov y Deep Blue. Al hablar de futuros enfrentamientos hombre-máquina, este académico lo dejó claro: "the science is done". El trabajo estaba hecho y la ciencia se había impuesto.

Desde entonces ningún gran maestro pareció estar interesado en competir contra las máquinas. Aquello, simplemente, no tenía emoción.

La FIDE quiso preservar el juego humano y no admitió que las máquinas pudieran tener un ELO con el que poder compararlas a los jugadores humanos, y de hecho la creciente potencia de estos programas hizo que se crearan torneos paralelos entre máquinas que competían entre sí y que a su vez ganarían ciertos puntos en una especie de ELO para máquinas gestionado por organismos como la SSDF que, ojo, no es directamente comparable a la calificación humana.

Esa lista se actualiza continuamente y tiene en cuenta diversos factores, y actualmente está liderada por Stockfish 6 con una calificación de 3.334 puntos ELO "máquina". Magnus Carlsen, el campeón del mundo y niño prodigio del ajedrez, tiene hoy en día 2.844 puntos ELO oficiales.

En realidad hay otras listas en las que las encontramos la clasificación de los distintos programas de ajedrez como la CCRL, la IPON o la CEGT, y si hay una "copa del mundo" de "motores" de ajedrez -ahora se les llama así- ese es el Thoresen Chess Engines Competition (TCEC) que en su última edición fue ganada por Komodo.

¿Podría Magnus Carlsen batir a las máquinas?

Algunos nos preguntamos de cuando en cuando si sería posible un enfrentamiento similar hoy en día y qué resultado tendría. Si Carlsen, al que muchos rivales comparan con una máquina por un juego sin fisuras, podría lograr una victoria contra las máquinas. La respuesta es obvia para muchos: las máquinas le machacarían.

Lo explicaba Carl Lumma, un ingeniero de software que analizaba la cuestión en Quora hace unos meses y comenzaba diciendo que en primer lugar las puntuaciones ELO de las máquinas tenían que ser "reescaladas" para poder hacer una comparación. Aún ajustando esa puntuación este programador estimaba que un jugador humano llegaría en caso de tener un rendimiento perfecto a los 3.000 puntos ELO, mientras que los motores ajedrecísticos superarían como mínimo en 200 puntos esa puntuación, lo que supondría una ventaja aplastante:

Resumiendo: en un torneo hipotético de 12 partidas, Carlsen podría tener la esperanza de hacer tablas en 5 partidas y perder en las otras 7 si estuviera en óptima forma.

Y las máquinas todavía no han alcanzado su nivel óptimo. En algunos estudios se estima que una puntuación ELO de 3.600 situaría a ese motor ajedrecístico como capaz de jugar la partida perfecta. Con el ritmo actual de ganancia de puntos ELO de estos motores -la llegada de Stockfish 6 ha hecho que se acelere a 100 puntos/año- hace prever que ese nivel se alcanzará antes de 2020. En ese momento el ajedrez de las máquinas será teóricamente perfecto.

La pregunta, por supuesto, es si eso cambia las cosas en algún sentido. Hace años que hasta los smartphones pueden derrotar a grandes maestros, pero como decía Anand en ese artículo, puede que eso fuera deprimente, pero ellos ya ni lo piensan. "Ya nos hemos acostumbrado", afirmaba, aunque no sin añadir una puntillita final para autoconsolarse: "puede que si jugara a no perder sobreviviera".

Este futuro parecía claro hacía ya años, cuando Kramnik perdió aquel duelo de 2006. Lo curioso del caso es que en aquel artículo de aquel año de The New York Times el profesor Newborn terminaba diciendo algo singular:

Si estás interesado en programar ordenadores para que compitan en partidas, los dos más interesantes son el poker y go. Ahí es donde está la acción.

Dicho y hecho, Profesor Newborn. Dicho y hecho.

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