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El último robo masivo de datos muestra que solo podemos proteger la privacidad siendo más cuidadosos con lo que publicamos

Os escribe alguien cuyas contraseñas están comprometidas en el último robo masivo de datos que acabamos de conocer. Soy uno de esos 773 millones de personas a las que podrían atacar en diversos servicios en las que he utilizado cierta cuenta de correo.

El problema es que no soy ni mucho menos el único, y si hacéis una búsqueda e introducís vuestra dirección de correo -esa con la que iniciáis sesión en montones de sitios- seguramente os llevéis una desagradable sorpresa. A estas alturas y con tanto robo masivo de datos parece que lo único que podemos hacer los usuarios no es tanto cambiar la contraseña (que también) sino cambiar nuestros hábitos en internet.

¿Mal de muchos, consuelo de tontos?

Pues no. No consuela demasiado saber que nuestros datos no son los únicos comprometidos. No consuela nada darse cuenta de que robaron 3.000 millones de cuentas en Facebook, 1.500 millones en Yahoo, 500 de los clientes de Marriott o 427 millones de MySpace, por citar los más "abundantes.

Tampoco consuela nada que este sea "un robo masivo de datos más", porque como decíamos al hablar del robo de datos en Marriott, la tragedia está en que parece que nos hemos acostumbrado a este tipo de sucesos. Oye, que esto es internet, ciudad sin ley. Es normal que te roben las contraseñas de cuando en cuando, ya sabes, tampoco es para tanto.

Pero sí que lo es. Bastante tenemos con luchar contra las empresas que recolectan nuestros datos de forma masiva al utilizar sus servicios como para estar además tranquilos con el hecho de que esos datos y esos servicios pueden no estar seguros. Es casi como si nos quedáramos tan tranquilos sabiendo que han robado dinero en bancos con cientos de millones de usuarios. ¿La diferencia? Que nuestra privacidad no parece tener demasiado valor para nosotros.

Malditos eslabones débiles

Este tipo de desastres de seguridad no hacen más que poner de relieve lo frágil que es el mundo de la ciberseguridad. Los chicos malos suelen ir dos pasos por delante de los buenos, y encontrar vulnerabilidades en todo tipo de sistemas es algo que se ha convertido en un lucrativo negocio para crackers y ciberdelincuentes.

Las empresas tratan de poner de su parte para garantizar que los datos están seguros. Unas aciertan más y otras menos, pero hay una verdad contundente para todas ellas: no existe el sistema seguro al 100%, sobre todo cuando el eslabón más débil no es esa empresa, su servidor de correo o sus sistemas de bases de datos. Ese eslabón somos nosotros, los usuarios.

Lo somos habitualmente por pereza y por desidia: reutilizamos contraseñas o usamos contraseñas débiles. Eso se ha mitigado en los últimos tiempos, y es cierto que los sistemas de verificación en dos pasos y los gestores de contraseñas han ayudado a mejorar este ámbito, pero incluso teniendo cuidado en esos casos parece casi inevitable que si alguien se propone entrar en nuestras vidas digitales pueda hacerlo.

Cuidado con lo que publicas y dónde lo publicas

Ante todas esas amenazas la reflexión que cabe hacerse es la de que quizás deberíamos tener cuidado con la forma en la que usamos estos servicios. Hay escenarios en los que difícilmente se puede coartar el uso, y el correo electrónico es un ejemplo. También se nos ocurre que la banca electrónica se escapa de este tipo de reflexión, y aquí uno depende básicamente de las herramientas de seguridad que ofrece su banco para proteger su dinero e inversiones.

En ambos casos, eso sí, siempre podemos proteger ese tipo de comunicaciones evitando miradas de curiosos. Lo mismo es aplicable a cualquier otro escenario en el que por ejemplo los servicios VPN pueden servir para proteger esa comunicación de extremo a extremo.

Con otros muchos servicios sí podemos hacer algo más que usarlos normalmente. Internet se ha convertido en una peligrosa hemeroteca que puede sacarnos los colores (o algo peor) en el futuro, y sobre todo en redes sociales todo lo que publicamos puede volverse contra nosotros. La ingeniería social está a la orden del día, y quienes quieren saber más sobre nosotros a menudo tienen todo lo que necesitan en nuestros perfiles en dichas redes.

El problema está en lo de siempre: el delicado equilibrio entre comodidad y seguridad/privacidad. Usar una VPN es (algo) más incómodo que no hacerlo, usar un gestor de contraseñas es (al principio) más incómodo que no hacerlo y usar sistemas de verificación en dos pasos es (sin duda) algo más incómodo que no usar más que un usuario y una contraseña. Y claro, pensar dos veces antes de publicar esa foto, ese tuit o ese comentario es más incómodo que no hacerlo, pero lo malo (y bueno) de internet es que lo magnifica todo.

Por eso quizás el secreto sea ese: pensar dos veces antes de pinchar "Publicar". Un estudio de 2015 revelaba cómo la mitad de los jóvenes que usaban redes sociales se arrepentían de cosas que habían publicado, y el avance de las redes sociales hace pensar que esa tendencia de compartirlo (casi) todo va a más.

Quizás deberíamos reflexionar para darnos cuenta de que hacer algo público en internet es como ponerlo en un tablón público. A estas alturas parece inevitable que eso que hemos publicado pueda ser aprovechado de formas que no concebimos que se aprovechase, incluyendo aquellas que nos afectan personalmente. Quizás es el momento de entender que quizás (solo quizás, insisto) no necesitamos publicar de todo y en todo momento.

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