Por mucho que nos alegremos de descubrir nuevos planetas, algunos potencialmente habitables y otros directamente catalogados como supertierras, el año no acaba bien para el nuestro. Dejamos 2016 ya con unos números nada alentadores, pero no parece que hayamos remendado demasiado tras 12 meses y 2017 ha resultado ser un año de muy malas cifras para la Tierra.
Hace poco volvíamos a alcanzar otra de estas fatídicas cifras récord, en referencia al último informe de la National Oceanic and Atmospheric Administration en el que nos decían que no se ha visto una tasa de deshielo tan grave en el Ártico en al menos 1.500 años. Otro que se suma a una lista de datos nada alentadores en el año que Estados Unidos se salía del Acuerdo de París.
Sin perder las esperanzas, por que haberlas haylas, repasamos este año de deberes no hechos (no por todos los que deberíamos, al menos) y los pronósticos y soluciones que esperamos para el que está apunto de empezar.
Año nuevo, récord de temperatura nuevo
No es cosa de este año, ni siquiera del anterior. A falta de conocer los datos del que está apunto de acabar, la Tierra ya llevaba encadenando nuevo récord de temperatura tres años en 2016, el cual pasaba a ser el más caluroso desde que se registran (es decir, 1880).
De hecho, el récord podría ir mucho más allá, ya que se estimó que 2016 habría sido el más caluroso de los últimos 115.000 años, con niveles de carbono nunca visto en 4 millones de años. Números que ayudan a dibujar la gravedad del asunto, pero si aún así preferís verlo de una manera más gráfica (nunca mejor dicho), aquí reunimos diecisiete GIFs, gráficos e imágenes que reflejan cómo le fue a la Tierra el año pasado.
Un marzo para olvidar para el sur e inolvidable para el norte (el bonus positivo)
Cuando pensamos en la Antártida puede que nos pongamos en la situación de temperaturas bajo cero, de ésas inconcebibles cuando se tiene más cerca el ecuador que el polo. Pero resulta que este marzo saltó la alarma de que se había alcanzado la primaveral temperatura de 17,5 grados centígrados en el (no tan) gélido continente.
Una temperatura que por las extremas condiciones de la región y los problemas que plantea la investigación (y la supervivencia allí) en realidad se registraba en 2015, en la base argentina que es el único asentamiento civil permanente de la Antártida. Y bien es cierto que justo es ésta una de esas regiones que aún nos falta conocer bien, pero atendiendo a los registros esta temperatura no deja de ser alarmantemente alta.
Por suerte no todos los récords medioambientales fueron malos en el tercer mes de 2017. En Reino Unido se lograba que las emisiones de dióxido de carbono (CO2) quedasen al mismo nivel que en el año 1894, tras descender un 6% con respecto a 2015. Un logro que, aunque anecdótico, nos dejaba ese buen sabor de boca de que no está todo perdido y de que la transición energética es factible.
Llega la piratería climática y las alergias no se van
Hacemos una coda entre tanto récord para acordarnos de dos eventos llamativos que aunque no dan para cifra escalofriante lo son per se. Al menos el hecho de que un río se esfume o el que tengamos que sufrir cada vez durante más meses la pesadilla de las alergias son cosas que no ocurren todos los días.
Resulta que el cambio climático no sólo tiene efectos graduales y perceptibles tras el paso de años o gracias a ciertas mediciones, sino que en ocasiones logra demostraciones tan llamativas como hacer desaparecer un río. Tal cual.
Cuatro días fueron suficientes para hacer desaparecer el río Slims, que cambió su curso justo al sentido contrario. Uno de los primeros casos de piratería fluvial climática que se pudo documentar en vivo, de hecho probablemente sea la primera captura fluvial producida por el cambio climático de la que se tiene constancia.
Lo que no desaparece, sino todo lo contrario, es la temporada de alergias estacionales, que es cada vez es más larga e intensa. Y el pasado mes de mayo los expertos señalaron al cambio climático como uno de los principales responsables, al quedar un clima y una concentración de CO2 más favorables para la floración (y, por tanto, para la concentración de polen).
Un mes de julio como no lo habido en siglos
En verano el mundo volvía a ganar una medalla de oro, aunque reñida con el año pasado. El pasado mes de julio fue el más caluroso desde que recopilan los datos de temperatura, es decir, desde los 137 años que se lleva teniendo registro, según nos contaban desde la NASA.
Julio se llevó el récord, pero tampoco significa que el resto de meses lo hiciésemos mucho mejor. Como vimos en su momento, enero, febrero, marzo, abril y mayo de 2017 quedaban en segundo lugar en cuanto a los más calurosos que ha registrado la NASA por debajo de los de 2016, y junio de 2017 quedaba el junio más caluroso jamás registrado.
Uno de los diez icebergs más grandes de la historia
El deshielo de los polos es progresivos, aunque en julio dio lugar a un iceberg también de récord. Con un billón de toneladas menos, la plataforma de hielo Larsen C se reducía un 12% en volumen tras acabarse de abrir una grieta que se tenía muy vigilada. Un bloque de hielo que apuntaba a ser tan grande como La Rioja (España) de un volumen de unos 5.800 kilómetros cúbicos.
The Larsen-C rift opening over the last 2 years from #Sentinel1 pic.twitter.com/MT9d3HAw1M
— Adrian Luckman (@adrian_luckman) 31 de enero de 2017
Un récord heredado (otro)
Este "logro" corresponde en realidad a 2016, pero la noticia la teníamos ya en octubre de éste. Si la noticia en Reino Unido era algo más alentadora en cuestiones de CO2, la cosa no fue nada bien a nivel global. La ONU y la OMS determinaban que el pasado año se marcaba un récord histórico de los niveles de dióxido de carbono.
Los datos indicaron que el incremento en 2016 con respecto a 2015 fue un 50% mayor de que se dio en los 10 años previos. ¿Los motivos? Además de nuestra forma de vivir (y explotar recursos), El Niño también tuvo su papel al reducir la capacidad de absorber CO2 de los vegetales (incrementando la sequía), que llevando la concentración de dióxido de carbono a niveles no vistos en 800.000 años.
15.000 científicos se ponen de acuerdo... Para advertir
Al parecer, que unos 1.700 científicos (incluyendo casi todos los premios Nobel vivos) nos adviertan del peligro que corremos si seguimos sin cuidar el medio ambiente nos resbaló un poco, dado que eso pasó en 1992 y la verdad es que la reacción no fue muy notable a la vista de los resultados. Quizás por eso este año, cumpliéndose 25 de aquella primera advertencia, se reunieron 15.000 científicos con la misma motivación pero más grave: todos los problemas han ido a peor.
Si bien es cierto que la recuperación de la capa de ozono puede considerarse un éxito internacional, los otros problemas se agravaron en ese cuarto de siglo: se redujo un 26% el agua potable, las zonas muertas en el océano aumentaron un 75% y se perdieron alrededor de 1,21 millones de kilómetros cuadrados de tierras forestales. Así que nos queda bastante por hacer si no queremos recibir una tercera advertencia de aún más científicos, o al menos que nos de tiempo a recibirla.
Temperaturas de récord que hacen cancelar vuelos
En ocasiones las inclemencias climáticas nos fastidian los planes retrasando e incluso impidiendo que los aviones puedan realizar sus vuelos, pero hay un motivo potencial para añadirse a esta lista de condiciones inoperables: el aumento de temperatura. En Phoenix (Arizona, Estados Unidos) se cancelaron 50 vuelos regionales debido a temperaturas que llegaron a los 48 grados centígrados (120 grados Fahrenheit), lo cual además de no ser un caso aislado fue una advertencia más de lo que podría pasar cada vez más a menudo en el futuro.
Según vimos al hablar de la noticia, un estudio revelaba ahora que como el aumento de temperatura siguiese así, entre el 10 y el 30% de los aviones tendrían que liberar parte de su carga para despegar en los momentos más calurosos del día. Y en otro trabajo dedujeron aplicando modelos climáticos del World Climate Research Program que en algunos casos como Dubai, un avión podría tener que restringir su carga al 55%.
La esperanza es lo último que se pierde, pero para ganar hay que jugar
Nuestra presencia en la Tierra es cada vez mayor, pero en perspectiva es pírrica. Hemos habitado el planeta durante una muy pequeña parte de su existencia, y sin embargo seremos los principales responsables de que la presencia de vida se vaya reduciendo hasta que queden sólo especies que logren subsistir con la atmósfera sobrecargada de óxidos de carbono, sulfuros y otros gases que a muchas especies de heterótrofos no nos sientan nada bien.
No obstante, ya lo dijimos hace unos meses: el medio ambiente no es una causa perdida. Eso sí, hemos de seguir siendo realistas y consecuentes, y evitar conductas e ideas erróneas como la de que la sequía se ha acabado (de hecho, incluso Trump podría estar admitiendo que el cambio climático es una realidad).
Tenemos incluso una hoja de ruta a seguir para intentar mejorar la situación. Ya hemos visto que los esfuerzos se notan, como en el caso del CO2 en Reino Unido, y hay iniciativas como la primera planta con emisiones negativas de CO2 (que consume más dióxido del que emitir) o la de crear un mundo 100% renovable que nos encaminan en este sentido y que nos dan algo de esperanza. Al fin y al cabo es posible girar el timón, pero tenemos que tirar todos.
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