Desde hace tiempo existen vuelos de larga duración, en los que del tirón se recorren distancias de miles de kilómetros ininterrumpidamente llegando a estar 12 o más horas en el aire. Y lo que está en el aire también es la idea de que se ofrezcan de manera comercial vuelos aún más largos, como el de casi 20 horas desde Nueva York hasta Sidney por parte de la aerolínea Qantas.
Por ahora se ha tratado de un vuelo de prueba con lo que de momento ya se han llevado el récord de vuelo comercial más largo del mundo. Algo que tiene mérito a nivel técnico así como de los tripulantes, pero que también ha puesto a prueba algo más el aguante de los pasajeros.
Un vuelo experimental, tanto a nivel técnico como fisiológico
El vuelo se realizó desde el aeropuerto internacional John F. Kennedy en Nueva York y el de Sydney en Australia. Según informó la propia compañía el avión encargado de tal hazaña fue un Boeing 787-9, cargado hasta los topes de combustible (101 toneladas) y un número restringido de pasajeros y equipaje (cargando 133 toneladas de las 254 que puede cargar en total el avión), en parte porque este avión no está pensado para un viaje del total de 16.200 kilómetros que implica esta ruta.
Aunque más allá de los aspectos técnicos, el vuelo de prueba se centraba en experimentos relacionados con la evaluación del estado de pasajeros y tripulación, con el objetivo de incrementar la salud y las correctas condiciones físicas minimizando el temido jetlag e identificando cuáles son los mejores periodos y pautas de descanso (y trabajo en el caso de la tripulación) en unos vuelos tan largos.
Según Qantas hacer vuelos directos del continente americano al oceánico (sin paradas) implica ahorrar cuatro horas en total. El vuelo (con referencia QF7879) sería la opción directa a la actual oferta de la compañía de volar de Nueva York a Sydney con parada en Los Ángeles con la duración de 22 horas y 20 minutos, pero durando menos, con cuatro pilotos en rotación y el cálculo de aterrizar con unas 6 toneladas de combustible restante (que daría para 90 minutos más de vuelo).
Según lo estipulado, el vuelo se realizaría a unos 930 kilómetros por hora (más o menos el 85% de la velocidad del sonido). La altura crucero estaría en torno a los 36.000 pies las primeras horas y de 40.000 pies a medida que se fuese quemando combustible.
Duro al inicio, agradecido al final
Pero el centro de atención eran esos experimentos en torno a la salud y el estado de los pasajeros y tripulantes. Explica Qantas que el vuelo duró finalmente 19 horas y 16 minutos, con un total de 49 pasajeros (quizás con alguna baja de última hora ya que en un principio iban a ser 50).
Se hicieron mediciones de la actividad cerebral, nivel de melatonina y estado de alerta a los pilotos, así como sesiones de ejercicio específicas para esta situación a los pasajeros. Los fotoperiodos se ajustaron de una manera algo distinta: normalmente los vuelos largos parten de noche y emulan una noche y un amanecer, pero en este caso se empezó con el almuerzo y se mantuvo "el día" durante las primeras seis horas.
Esto se hizo con el fin de evitar al máximo el jetlag, lo cual se hace intentando adaptar a los pasajeros lo antes posible al horario que se esperan en la llegada. Explica la empresa que los resultados serán útiles para ajustar futuras rutas de larga duración, pero lo que tenemos son las impresiones de Angus Whitley, el periodista de Bloomberg que sufrió se subió a ese vuelo.
El reportero explica que recibieron instrucciones para permanecer despiertos durante al menos esas primeras horas de vuelo en las que sería "de día", ya que en ese momento se haría de noche en Australia (y también en el avión). El problema era que en Nueva York era medianoche y también en el organismo de los pasajeros, algunos de los cuales se durmieron en cuestión de minutos.
Seis de los pasajeros seguían un planning preestablecido de comida y bebida, ejercicio y horas de sueño, llevando pulseras cuantificadoras y estando bajo observación previamente hasta un total de 21 días, según explica Whitley. También comenta que la primera comida (a las dos horas de vuelo) está pensada para que active (o que no dé sueño) y que a las cuatro horas los pasajeros dentro del experimento iniciaron una rutina de ejercicios en los asientos y el pasillo.
A las siete horas la comida es más cargada en glúcidos (hidratos de carbono) y pensada para que dé sueño. Después de esto se atenuaron las luces y algunos de los pasajeros llegaron a descansar incluso ocho horas, lo cual es mucho hablando de dormir durante un vuelo, llegando a estar tan reconfortados que no tendrían problema en iniciar una jornada laboral normal.
Eso sí, el experimento se hizo con todos sus pasajeros en clase Business o ejecutiva: en ella los asientos y la comida son mejores. Así que las conclusiones que han sacado de esta primera experiencia pueden no reflejar del todo lo que ocurrirá con la mayoría de sus pasajeros si los aviones siguen siendo los que conocemos (por ejemplo los Airbus A350), los cuales no encajan con los requisitos de esta ruta al albergar demasiados pasajeros y peso.
El CEO de Qantas (Alan Joyce) comentó al periodista que si este proyecto acaba yendo adelante más allá de los vuelos de prueba, la clase económica tendrá más espacio para las piernas que los aviones actuales y habrá más espacio en la parte trasera del avión para estirar. De hecho, en algunas aerolíneas que ya hacen vuelos de larga duración no siempre hay espacio para una clase económica como tal, sino económica premium (más espacio, menos pasajeros, menos equipaje).
La idea, según la empresa, es que haya conexiones también con Londres, a Sudamérica y a África desde el este de Australia, así que habrá que ver si al final esto compensa como creen. Sobre todo de cara a diseñar nuevos aviones que sirvan para fletarse y realizar un vuelo en estas condiciones. La fecha prometida: el año 2022.
Imágenes | Qantas
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