En los momentos tranquilos que deberían seguir a la noticia del fallecimiento de O.J. Simpson, el mundo podrá, tal vez, detenerse para reflexionar sobre una vida que fue tan triunfal como tumultuosa, tan expuesta en unas áreas como oscura en otras.
La noticia de su muerte se extendió este jueves por la web, desencadenando recuerdos de un hombre cuyo nombre se convirtió en sinónimo, primero, de superación y destreza atlética, y después de violencia y de impunidad.
Orenthal James Simpson, conocido cariñosamente como O.J. (un apelativo que, a su vez, le valió el apodo de ‘The Juice’), ya había dejado una huella indeleble en la cultura estadounidense cuando los reflectores se posaron en él por motivos más siniestros.
Desde sus electrizantes actuaciones en el campo de fútbol hasta su carismática presencia en comerciales y películas (quizá las más recordadas sean las de la trilogía de ¿Dónde está el policía?), Simpson fue por años una figura de adoración y admiración para millones de personas. Sin embargo, fue la nube oscura de la acusación y el juicio que no despejó los cuestionamientos los que dieron forma para siempre a su legado.
Una montaña de evidencia
En junio de 1994, la sociedad estadounidense se vio conmocionada por la noticia de los asesinatos de Nicole Brown y Ronald Goldman.
Ella, la exesposa de Simpson y él, un conocido que estaba en el momento y lugar equivocado, fueron emboscados, brutalmente apuñalados y asesinados en la puerta de la casa de Brown-Simpson cuando él devolvía las gafas de sol que ella había olvidado en un restaurante.
Los escabrosos detalles de los homicidios sugerían desde el comienzo que los asesinatos se llevaron a cabo con emoción, y no como resultado de un robo o un encuentro fugaz.
En cosa de horas, O.J. Simpson fue señalado de los crímenes y puesto bajo arresto. Cada nuevo detalle parecía ratificar su culpabilidad y para el momento en que se inició el juicio, una montaña de evidencia física y circunstancial apuntaba al exfutbolista.
Gotas de sangre de Simpson en la escena del asesinato, un guante encontrado en la propiedad de Simpson que contenía sangre de las víctimas, el relato de un testigo que vio el auto del acusado y un largo historial de abuso de parte de Simpson hacia su exesposa.
Hasta el propio Simpson parecía saber que todo apuntaba en su contra. En lugar de entregarse, se dio a la fuga y amenazó con suicidarse a lo largo de la ahora famosa "persecución" del Ford Bronco blanco, que protagonizó una cacería a baja velocidad por parte de Policías temerosos de ser percibidos como violentos o racistas.
Las de Simpson no eran las acciones de un hombre inocente y aquellos que vieron los eventos transmitidos en vivo por televisión recuerdan lo extraño que fue todo.
Un circo mediático
Pero la Fiscalía falló en calcular el frenesí mediático que habría de desatarse, que alteró componentes claves de lo que en su momento parecía un caso sencillo, con un culpable evidente.
El juicio televisado, con su apasionante drama judicial y batallas legales de un alto componente histriónico, cautivó al país, sentando las bases para la obsesión por los crímenes reales que seguiría a su estela y que perdura hoy.
El juicio se convirtió en un circo durante el cual un equipo de abogados defensores convirtió un caso claro de asesinato doméstico en una colección de dudas razonables. Cuando se dio cuenta de que las pruebas de ADN contra Simpson eran abrumadoras, la defensa se lanzó a desacreditarlas. Tuvo éxito.
Por momentos, la Fiscalía se halló en el banquillo de los acusados. Se le acusó de incompetencia, negligencia, racismo e intención para incriminar a Simpson en un asesinato que no cometió.
A medida que los procedimientos se desarrollaban en las pantallas de todo Estados Unidos, el caso Simpson se convirtió en un crisol, reflejando los problemas sociales profundamente arraigados de raza, celebridad y justicia. Hubo debates sobre la mala conducta policial, la influencia de la fama en el proceso judicial y el fantasma generalizado del abuso doméstico.
En muchos sentidos, fue un debate necesario, un juicio que trascendió sus límites legales, exponiendo las fallas de una nación que lidiaba con su propia identidad. Lamentablemente, también fue un juicio que falló en su obligación más elemental: la de comunicar de manera contundente la culpabilidad o inocencia, la de servir justicia.
El veredicto
Trágicamente, el jurado aceptó las acusaciones e insinuaciones escandalosas e infundadas de la defensa y en octubre de 1995 declaró a Simpson no culpable.
La reacción en todo el país ratificó la profunda división que causó el proceso mientras muchos vieron a un asesino quedar impune, otros celebraron que un hombre negro oprimido hubiera triunfado contra un sistema de justicia penal racista. Nada de eso era lógico, sino emocional.
Pero a pesar de su absolución en el juicio penal, la saga de Simpson estaba lejos de terminar. Un juicio civil posterior lo encontró responsable de las muertes de Brown y Goldman, y le ordenó pagar una elevada suma a sus familias.
Simpson trató de publicar un libro titulado Si lo hubiera hecho (eventualmente el libro pasó a control de la familia Goldman que lo retituló Si lo hubiera hecho: Confesiones del asesino), en el que recorría paso a paso los detalles del homicidio, pero presentándolos como una narración ficticia.
Aunque el lanzamiento original del libro fue cancelado poco después de que se anunciara en noviembre de 2006, unas 400.000 copias físicas del libro original fueron impresas y al menos una versión fue filtrada en línea.
Y, sin embargo, cuando sus problemas legales -que no los financieros- parecían haber quedado atrás, Simspon se halló de nuevo en el lado equivocado de un nuevo juicio, tras una dramática confrontación en una habitación de hotel de Las Vegas que lo llevó a ser condenado por robo a mano armada.
Por ese caso, Simpson pagó nueve años de cárcel en la correccional de Lovelock, en Nevada.
A lo largo de todo esto, la fascinación del público por O.J. Simpson no disminuyó. Su vida se convirtió en el tema de innumerables documentales, cada uno de los cuales buscaba desentrañar las complejidades de un hombre que una vez había sido aclamado como un héroe y vilipendiado como un villano sin que sus defensores o detractores pudieran afirmar con total certeza que tenían la razón.
Ahora que la figura que lo protagonizó ha muerto, el caso Simpson se erige aún como un duro recordatorio del poder deformador de los medios de comunicación, la fragilidad de la fama y los precipicios que rodean la búsqueda honesta de la verdad y la justicia.
El capítulo final de su vida se ha escrito, pero el legado de O.J. Simpson estará entrelazado para siempre con la lucha de la sociedad por conocerse en sus profundas divisiones, por reconciliarlas y reconciliarse. En ese libro, me temo, falta mucho por escribir.
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