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Lo que Darwin no supo ver: sin las mujeres no se entiende la historia de la ciencia

Cada año coinciden, uno junto al otro, el día internacional de la mujer y la niña en la ciencia y el día de Darwin. Y no deja de ser curioso porque Charles Darwin, uno de los científicos más importantes de la Historia, llegó a escribir cosas horribles sobre las mujeres como que sus cerebros eran "análogos a los de los animales".

O eso decía en público. En privado, conoció, trató y 'tutorizó' a mujeres que habían demostrado sobradamente su superioridad con respecto a los hombres. Sé que hablar de un hombre un día como hoy puede parecer raro, pero es un ejemplo inmejorable de cómo históricamente hemos sido incapaces de ver lo que teníamos delante de las narices: que sin las mujeres no se entiende nada de la historia de la ciencia.

Del fuerte sexismo en público...

Supongo que todo comenzó con una sorpresa. Esa es, sin duda, la impresión que da leer el libro que Samantha Evans acaba de publicar sobre la correspondencia privada de Darwin y las mujeres de su entorno. El biólogo inglés escribió muchísimas cartas, tantas que el proyecto Darwin Correspondence Project (que trata de editar todo ese material) arrancó en 1974 y no acabará hasta 2022.

Por eso, enterradas en esa ingente cantidad de cartas, hay hallazgos inesperados. Evans arrancó el libro con la idea de usar la correspondencia para estudiar cuál era el papel de la mujer en la comunidad científica del siglo XIX. No esperaba grandes cosas, Darwin era un sexista famoso y había defendido en numerosas ocasiones la idea victoriana de 'el sexo débil'.

En su obra, explicaba Evans en una entrevista para The Guardian, "se apoya en gran medida en la idea victoriana de las 'esferas separadas' y en la idea de que las mujeres no podían lograr nada porque, si pudieran, ya habrían aparecido en la historia".

...a uno más moderado en la intimidad.

Sin embargo, cuando se leen las cartas que intercambió con mujeres sobre botánica, entomología y geología, lo que se ve es a un Charles Darwin interesado y dispuesto a discutir ideas y a colaborar en la educación científica de sus interlocutoras. En muchos casos, si no hubiéramos conservado el nombre, no nos habríamos dado cuenta de que la destinataria era una mujer.

Sabemos que intercambió ideas durante bastante tiempo con la geómetra Eleanor Bonham Carter (tía abuela lejana de Helena Bonham Carter) y con Lydia Becker (una famosa sufragista y bióloga británica). También conoció de niña a Philippa Fawcett, hija de unos amigos de la familia y sobrina de la primera médica británica, quien en 1890 sacó la mayor puntuación de los famosos exámenes matemáticos de la Universidad de Cambridge (muy por encima de todos los hombres).

Además, hay una abundante correspondencia con activistas por el sufragio, la educación femenina y la defensa de los derechos de la mujer. Como la misma Samantha Evans reconoce, el hecho de que Darwin fuera capaz de mantener un sexismo tan firme en público pese a su trato personal con mujeres que superaban ampliamente a los hombres en el campo de las ciencias duras es "muy raro".

Pero sexismo injustificado, al fin y al cabo

Para Evans, la única explicación es que Darwin pensaba que la evolución de las especies era mucho más rápida de lo que hoy pensamos (el famoso lamarckismo de Darwin) y que la emergencia de esas mujeres brillantes no era más que la adaptación de nuestra especie a la sociedad y la cultura victoriana.

En realidad, como ya han criticado muchos especialistas, esa tesis es muy difícil de sostener. En 1882, el mismo año de su muerte, Darwin escribió una carta a Caroline Kennard, una famosa defensora de los derechos de la mujer, diciendo: "ciertamente creo que las mujeres, aunque por lo general superiores a los hombres en sus cualidades morales, son inferiores intelectualmente. Y me parece muy difícil que, mediante las leyes de la herencia, lleguen a ser iguales a los hombres".

Ni creía que la especie humana estaba evolucionando hacia una mayor inteligencia femenina, ni el trato con mujeres brillantes provocó una evolución de su pensamiento. Sencillamente, no las veía, aunque estaban delante de sus ojos. Y tampoco debería de extrañarnos: las mismas razones que cegaban a Darwin, son las que nos han cegado a lo largo de la historia.

Las mujeres y las ciencias

A veces, cuando hablamos de las desigualdades de género en ciencia no se entiende que se trata, sencillamente, de reconocer que no se puede entender la historia de la ciencia y la tecnología sin las mujeres.

El mismo argumento histórico del XIX inglés (que, si las mujeres pudieran hacer algo, ya lo habrían hecho) sigue campando a sus anchas por las sociedades contemporáneas. Sin entender que, si la ciencia actual puede ver tan lejos, es precisamente porque está sentada también sobre los hombros de mujeres excepcionales.

Pese a las dificultades, los prejuicios y las barreras, hay mujeres detrás de todos los temas fundamentales de la ciencia actual: en los inicios de la informática moderna, en el descubrimiento de la estructura del ADN o en la comprensión del problema ambiental tal y como lo conocemos.

Ni la salud pública, ni la exploración espacial ni la criptografía moderna serían las mismas sin las mujeres. Por eso, lo más importante que se puede hacer hoy es justo lo que no fueron capaces ni Darwin, ni otros tantos científicos brillantes: ver que las mujeres han estado, están y estarán en el corazón de la ciencia de cada época.

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