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Un algoritmo como jefe de construcción: el curioso (y automatizado) proceso de diseño del interior del Elbphilharmonie

Los auditorios modernos no gozan de la historia de los más históricos, pero sí de las ventajas que va suponiendo la tecnología para la arquitectura y la construcción. Muestra de ello es el Elbphilharmonie, cuya joya de la corona es un auditorio que, por así decirlo, fue "construido por algoritmos".

Evidentemente esto no es literal y no significa que un software de haya puesto cascos y guantes para armar hormigón y demás, pero es algo bastante curioso como recurso para lograr la mejor acústica. Se trata de un edificio ubicado en Hamburgo y, aunque es el más alto de la ciudad, su punto fuerte son 10.000 paneles acústicos de fibra de yeso diseñados digitalmente, cada uno siendo único.

Forrarlo de paneles, pero que no deje de ser bonito

La sala Elbphilharmonie es una enorme construcción, tanto como para albergar a 2.100 personas. Costó siete años más de lo previsto acabarla y un montante que igualmente superó lo calculado: 843 millones de dólares (unas 10 veces más de lo que se había presupuestado).

Elbphilharmonie es fruto del trabajo de los arquitectos Jacques Herzog y Pierre de Meuron, en cuyo currículum se hallan ni más ni menos que el Tate Modern de Londres o el estadio olímpico de Pekín (entre otras obras). Pero en esta ocasión recurrieron a terceros que serían clave para innovación que comentábamos, y a groso modo para que la sonoridad de la sala cumpliese las altas expectativas, y fue cuando el toque tecnológico remató el proyecto.

Salón principal en construcción (2015) (© Johannes Arlt)

Uno de ellos fue el ingeniero acústico japonés Yasuhisa Toyota, que se encargó de crear el mapa de sonido óptimo para el auditorio. Fue quien tuvo la idea de revestir el auditorio con los paneles que como ahora veremos son los protagonistas del mismo, a partir de la geometría de la estancia.

Pero eso sí, la idea era que el acabado de los paneles acústicos fuese el adecuado para dar el mejor resultado en cuanto al sonido, pero que no se descuidase la estética. Y no era algo fácil cuando en algunas zonas el acabado requería rugosidad y mayor profundidad, y el aspecto debía ser todo lo contrario: suave, minimalista, agradable, sencillo y seguro para los asistentes.

El auditorio principal (© Maxim Schulz)

Cuando un algoritmo toma el timón

Y en este punto es cuando entra Benjamin Koren, fundador de One to one (el estudio que trabajó con los arquitectos en el diseño de los paneles) y encargado de desarrollar el algoritmo con el que se diseñarían los 10.000 paneles acústicos, cada uno con su forma y patrón únicos. Según sus propias palabras (recogidas en Wired), él tuvo el 100% del control a la hora de crearlo, pero dejaba de tenerlo en cuanto el mismo tomaba las riendas del diseño.

De este modo, el revestimiento del auditorio principal se calculó con sistemas informáticos y este algoritmo que determinaba la forma de cada uno de estos paneles. Con esta técnica, llamada diseño paramétrico, se compensaban todos los requisitos y así se calcularon todos los elementos de este singular espacio, fabricándose además con impresoras 3D.

A este tejido, a modo de piel artificial tecnificada, le llamaron White Skin, componiéndose como decíamos en la introducción de fibra de yeso. Curiosamente, también se usó para este epitelio tan particular papel reciclado.

La "White Skin". (© Johannes Arlt)

Según las palabras de Koren, cada uno de estos paneles tiene una función. Explicaba también que contienen un millón de una especie de "celdas" (pequeñas cuencas que quedaron como si se hubiese excavado el material con conchas de playa) de entre 4 y 16 milímetros y que son parte de esos cálculos para lograr la acústica deseada.

Es por ello esa idea de que cada celda es única o tiene una función, como decía Koren. En cierto modo, dan forma al sonido, bien por absorber sus ondas o bien por rebotarlas y crear reverberación, de manera que cada una absorbe o rebota las ondas de una manera pero en conjunto logran un sonido equilibrado que puede oírse en cada esquina de este singular auditorio (y como ocurre en cierto rincón de la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia, como quizás hayáis probado).

Además de ello, lo que también destaca en este peculiar lugar es el reflector acústico, colgando del techo sobre el escenario, como puntualizaban en El Español. Es parte del sistema responsable de que el sonido sea el adecuado, encargándose de controlar el sonido alojando en su interior todo el equipo técnico que se necesita para grabar y reproducir la música.

Modernizando los procesos de antaño

Esto, en esencia, lleva haciéndose durante siglos. Hay teatros romanos en los que el orador habla sin micrófono y se hace oír en cada rincón de lo que sería el patio de butacas, o como ejemplo más reciente está la Sala Dorada de la Wiener Musikverein de Viena (Goldener Saal, también Sala Grande o Große Saal), cuya calidad acústica sigue considerándose como excepcional, en ese caso gracias al recubrimiento de madera, un falso techo, una caja de resonancia creada por un espacio hueco bajo el suelo y su forma rectangular entre otros aspectos.

Otro ángulo desde el que se aprecia el revestimiento. (© Michael Zapf)

En este caso, el auditorio del Elbphilharmonie de Hamburgo tomó un camino bastante distinto para llegar quizás al mismo punto. La aproximación en este caso fue mucho más moderna, tanto por el recurso de los algoritmos como por los materiales y el haberlos impreso en 3D.

El enfoque del equipo era el práctico más allá del moderno y el eficaz; habría resultado muy caro hacer todo ello a mano, concluía Koren. Está claro que recurrir a un algoritmo para el diseño no es lo habitual, pero usar impresoras 3D para la construcción es algo que se ha hecho desde hace años, incluso para casas en España

Imagen © Thies Raetzke)

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