La pandemia nos ha puesto a prueba en muchos apartados, pero también ha puesto en jaque a la tecnología. Tantos avances, ¿y ninguno que ayude a combatirla de forma eficiente? La respuesta a esa pregunta parecían ser las aplicaciones de rastreo de contactos.
Con esta herramienta teóricamente sería más fácil avisar a la población de posibles riesgos de contagios al haber estado cerca de personas que luego han ido confirmando estar contagiados. Meses después de su puesta en marcha, estas aplicaciones han pasado sin pena ni gloria por buena parte del mundo occidental, y su alcance y efectividad han sido muy limitados. La culpa puede ser de la tecnología, pero también nuestra.
La pereza y la privacidad han ganado a la salud
Cuando se comenzó a hablar de posibles enfoques de estas aplicaciones se produjo una singular batalla por los gobiernos por lanzar al mercado aplicaciones propias de rastreo de contactos. Algunos de esos esfuerzos dejaron muy mal sabor de boca porque parecían la excusa perfecta para convertir a la nación en un Gran Hermano que todo lo sabe: el Reino Unido, por ejemplo, fue especialmente notorio, y hay quien calificó dicho proyecto de un absoluto fiasco.
Reino Unido acabó dando marcha atrás, como también lo hicieron otros países. Google y Apple se erigieron como grandes abanderados de la tecnología destinada a ayudar en la pandemia, y crearon un sistema conjunto de rastreo de contactos para móviles basados tanto en Android como en iOS.
El proyecto fue desde luego destacable, pero para muchos tenía un problema: amenazaba la privacidad, porque al menos en Android se necesita tener activada la ubicación. Ese requisito, como explicaban los responsables del sistema, no estaba destinado a espiar nuestros movimientos, sino que era una característica propia de la tecnología Bluetooth y de su implementación en dispositivos Android.
Esa fue excusa suficiente para que surgieran las suspicacias y el escepticismo entre parte de la población. Desde el principio se supo que las aplicaciones de rastreo de contacto necesitaban ser instaladas por un alto porcentaje de la población para ser efectivas, pero para el público el teórico beneficio (protegerse ante un potencial contagio) no fue suficiente.
Que la instalación no fuera obligatoria ha sido lógicamente uno de los motivos del fracaso. Esa voluntariedad ha formado un cóctel desastroso con otras razones como la supuesta invasión a la privacidad, la pereza, el desinterés y el escepcticismo y ha hecho que el número de descargas y el porcentaje de usuarios que han descargado y usado estas aplicaciones sea especialmente reducido.
En The Verge indicaban cómo en Nueva York solo un 5% de sus habitantes han descargado la app COVID Alert NY, que se lanzó en octubre. Menos de 3.000 de los 180.000 casos confirmados de COVID-19 que se han producido desde entonces la tenían instalada, y de ellas solo 800 fueron avisadas de la exposición.
Los datos son similares en otras regiones de Estados Unidos. Esos porcentajes son insuficientes, y estudios como este de la Universidad de Oxford indicaban que al menos el 60% de la población debía usar estas aplicaciones para que pudieran ser realmente efectivas. Ese uso reducido permite ayudar a aliviar un poco las cifras, pero no lo suficiente.
En España menos del 15% de usuarios la han instalado
Desde el Gobierno de Aragón aseguraban recientemente que "con un 20% se reduce la pandemia en un 30%" por ejemplo, y precisamente esta es una de las comunidades autónomas que más han descargado y utilizado la aplicación junto a Canarias. Aún así el porcentaje medio en España es de tan solo el 14,4%, y su uso solo ha aumentado un 6% entre el 15 de septiembre y el 15 de noviembre según Smartme Analytics.
Las mejoras que se han ido realizando en Radar Covid, la aplicación española, han sido destacables, pero a pesar de que según la propia aplicación ha habido ya casi seis millones de descargas, los casos positivos declarados en Radar COVID han sido de 25.253, una cifra decente pero que de nuevo es muy limitada cuando solo en los últimos 14 días se han notificado algo más de 97.000 nuevos casos y desde el principio de la pandemia ya se suman 1.854.951 casos según RTVE.
La situación contrasta con la que hemos visto en países como China o Corea. En el primero la aplicación era obligatoria, y en el segundo el Gobierno dispone de una legislación que permite en ciertas situaciones recabar datos de los operadores de telefonía para conocer la ubicación de la población, algo que ha favorecido tanto en uno u otro caso que estas herramientas hayan sido mucho más efectivas.
Lo que parece claro es que las aplicaciones de rastreo de contactos no han logrado de momento calar en la población en gran parte del mundo, y eso plantea un debate que afecta al futuro del mundo de la tecnología: parece que no nos fiamos lo suficiente de ella aun cuando se supone que ofrece soluciones válidas para salvar vidas.