Hacer vacunas es lento. Durante semanas, hemos repetirlo la famosa estimación de que, en el mejor de los casos, las vacunas no iban a tardar menos de 12 o 18 meses en llegar. Hay buenas razones para ello: una vacuna, y ésta en concreto no es una excepción, se administra por millones. Cualquier fallo, cualquier problema de seguridad, podrían provocar una catástrofe sanitaria.
Sin embargo, cuando se demuestra la seguridad de la vacuna, aún quedará un paso más: demostrar que funciona. Eso se suele hacer con os grandes estudios de Fase III en los que se administra la vacuna a un gran número de personas y un placebo a otras. El problema es que, estos estudios requieren que pase el tiempo y que esas personas se expongan, de forma natural, al virus.
Y es precisamente eso, tiempo, lo que no tenemos.
Un atajo (que puede costar vidas)
Por eso, hay un pequeño (pero cada vez más numeroso) grupo de investigadores que está poniendo encima de la mesa una idea radical: seleccionar a 100 voluntarios sanos, vacunarlos y, acto seguido, inocularles el virus. Con un estudio de ese tipo podríamos disponer de información muy rápida. Pero, en el camino, arriesgaríamos un buen puñado de vidas. Ese es el debate.
Nir Eyal, director del Center for Population-Level Bioethics de la Rutgers University, es una de las voces más visible entre este grupo de investigadores. Sus argumentos son sencillos. El primero, en línea con lo que decíamos, es que, en un escenario como el actual (donde el mundo entero está en 'distanciamiento social') esperar a que los sujetos del estudio en Fase III se infecten nos condena a esperar demasiado tiempo.
Por contra, tampoco es la primera vez que hacemos este tipo de estudios. Obviando los casos más salvajes de nuestra historia, podemos encontrar ensayos clínicos de este tipo para enfermedades como la gripe, la fiebre tifoidea, el cólera o la malaria en los últimos años. De hecho, estos ensayos recientes nos enseñan que hay maneras de reducir el riesgo.
Ahora podemos confirmar la seguridad de la vacuna mucho mejor que antes. También podemos seleccionar un grupo de personas con bajo riesgo (jóvenes sanos sin patologías previas) y monitorizarlos muy estrechamente para identificar en tiempo real cualquier signo de la enfermedad. Al fin y al cabo, por lo que sabemos hasta ahora, un tratamiento precoz es un factor calve en el buen pronóstico de la enfermedad.
Riesgo y moralidad
Aún así, el riesgo permanece y las prácticas actuales dentro del mundo de la investigación bioética tienden a descartar este tipo de pruebas. Sobre todo, en casos como este, en los que el tratamiento no solo no está claro sino que cambia radicalmente casi cada semana y el riesgo de acabar con la vida de algunos de los voluntarios no se puede descartar.
De hecho, aunque Eyal señala que se suelen hacer ensayos de este tipo en enfermedades menos peligrosas, también tenemos el caso contrario: hace unos años EEUU se planteó hacer un estudio de este tipo para probar la vacuna contra el Zika, pero lo descartó. Es decir, el debate está ahí y, a medida que sigue creciendo la epidemia, las llamadas a pisar el acelerador se hacen más fuertes.
Imagen | Dimitri Houtteman