La cuarentena ya hace muchos días que dejó de ser una novedad en nuestras vidas. Es probable que, de hecho, ya hayamos encontrado una pequeña rutina entre las paredes de nuestra casa. Tanto como que esa nueva rutina sea mucho más sedentaria y solitaria de lo que era nuestra vida cotidiana normal. La pregunta es si esto es un problema.
El asunto es complejo, claro. No sabemos cuánto durará el distanciamiento social, ni hasta qué las personas tratarán de mantener sus rutinas normales en un entorno nuevo o las cambiarán radicalmente. Sin embargo, los estudios sobre aislamiento social en lugares pequeños y la experiencia de otras cuarentenas nos permiten hacernos una idea de los principales retos que estas semanas van a plantear a nuestros días.
"Animales sociales"
Estoy convencido de que nueve de cada diez veces que alguien dice que somos 'animales sociales' no acaba de comprender todas las implicaciones que tiene esa idea. No es simplemente que nos guste estar con gente, ni que (a diferencia de otras especies animales) tengamos tendencia natural a vivir en grupos. Ser "animales sociales" va más allá de preferencias y costumbres: tiene profundas consecuencias a nivel físico y psicológico.
Esto se ve con especial dramatismo en los estudios que, durante años, se han estado haciendo sobre el duelo. Frente al famoso modelo de las cinco fases de Kübler-Ross, los estudios más modernos se han dado cuenta de que el proceso de duelo tiene, aproximadamente, un comportamiento de oscilación lineal. No solo no existen "órdenes" en la ocurrencia de las emociones, sino que su intensidad varía muchísimo. Si lo representáramos, en una gráfica tendríamos algo muy parecido a esto:
Es decir, las últimas décadas las investigaciones están convergiendo en una idea sencilla: que las relaciones sociales tienen un papel clave en la regulación integral de los seres humanos y que cuando nos quedamos sin ellas los problemas emergen con relativa rapidez desestabilizándonos física, psicológica y emocionalmente (como vemos en la gráfica). Porque sí, cuando usamos la expresión 'regulación integral', la estamos usando a conciencia.
Entre 2007 y 2011, varias agencias espaciales llevaron a cabo un experimento de aislamiento con la idea de comprobar que efectos podría tener un viaje interplanetario en los astronautas. Se llamó Mars500 y intentaba simular un viaje de 520 días en espacio y unas condiciones similares a las de un viaje a Marte.
El experimento se hizo en distintas fases de 15, 100 y 520 días con personas jóvenes y bien preparadas. Precisamente eso es lo que hace las conclusiones más interesantes. Allí, en aislamiento, los participantes empezaron a experimentar cambios de sueño y desajustes en el funcionamiento normal de sus sistemas inmunológico, endocrino, cardiaco y cognitivo. Al cabo unos meses, sus metabolismos se habían visto afectados. Ser animales sociales tiene implicaciones que van mucho más allá de lo que solemos pensar.
¿Esta cuarentena es al 'homologable' a ese tipo de experimentos?
La palabra cuarentena se usó por primera vez en 1127 cuando la lepra llegó a Venecia siguiendo las rutas comerciales con Oriente y no tardó demasiado en convertirse en un elemento transversal de una Europa que se veía obligada a recluirse una y otra vez frente a las envestidas de la peste. Hay quien dice que fue, precisamente, la incapacidad de aquellas sociedades para luchar contra la epidemia lo que impulsó el desprestigio de lo medieval que eclosionó en el renacimiento.
Sin embargo, aunque no con las dimensiones de esta ocasión, las cuarentenas han seguido presentes en el mundo en fechas recientes. En 2003, amplias zonas de China y Canadá tuvieron que imponer cuarentenas durante la epidemia del SARS y en 2014, muchos países de África occidental la aplicaron para frenar el brote de Ébola. "Gracias" a ello, contamos con cierta evidencia científica que nos permite comprender las similitudes y diferencias entre este tipo de cuarentena, los experimentos como Mars500 e incluso el "aislamiento social" que experimentan muchas personas en su día a día.
Esta evidencia nos dice que las personas en cuarentena son "más propensas al agotamiento, el desapego a los demás, la ansiedad, la ira, el deterioro del desempeño laboral" y otro tipo de indicadores relacionados con el estrés agudo. Pero, de la misma forma, los estudios encuentran diferencias muy significativas en torno a una serie de factores como la duración de la cuarentena, el miedo, la frustración o el aburrimiento, la falta de suministros básicos o una información adecuada.
En este sentido, las cuarentenas que se están extendiendo por la mayor parte del mundo no son homologables en sentido estricto a experimentos como el Mars500. Al menos, no para la mayor parte de la población. En cambio, sí puede generar situaciones muy similares especialmente en personas que (previamente) ya tenían un alto riesgo de aislamiento social.
Entonces, ¿puede llegar a ser problemático?
Sí que puede serlo, aunque no hemos de sacarlo de contexto. Harry Taylor decía en Wired que "el efecto de mortalidad del aislamiento social es como fumar 15 cigarrillos al día" y, aunque esa estimación quizá está algo inflada, lo cierto es que, por lo que sabemos de estudios en "personas mayores, el aislamiento social parece exacerbar cualquier afección médica pre-existente, desde enfermedades cardiovasculares hasta el Alzheimer". No obstante, hay indicios claros que nos llevan a extender esa idea a todas las edades.
En primer lugar, por los mecanismos directos. Hay cierta evidencia que sugiere que este tipo de situaciones incrementan la actividad del sistema nervioso simpático, los problemas de inflamación y los trastornos del sueño. Esto tiene una consecuencia psicológica (aumenta el riesgo de trastornos emocionales), pero también una física (la función cardiovacular se ve afectada).
En segundo lugar, porque dejamos de hacer muchas cosas que teníamos integradas en nuestro día. Hacemos menos ejercicio, tomamos menos el sol, tenemos una alimentación menos adecuada, etc... En algunos lugares se ha llegado a decir que la inactividad podría atrofiarte los músculos o cosas por el estilo. Y es cierto que el sedentarismo aumenta el riesgo de morir prematuramente y que se estima que provoca más de tres millones de fallecimientos prematuros al año o que la espalda va a sufrir porque el confinamiento nos aboca a una peor higiene postural.
Sin embargo, no parece haber evidencia sólida de que un periodo corto de reclusión tenga efectos demasiado perniciosos en personas sanas. El problema es mucho más sutil y se enraíza en que, normalmente, no somos conscientes de nuestras rutinas, hábitos y costumbres no son cosas aisladas. Al contrario, están íntimamente relacionadas con el resto de nuestra vida y ayudan a compensarla y mantenerla (relativamente) equilibrada.
Cuando se interrumpe nuestra vida
Nuestras prácticas cotidianas forman un todo que no deja de retroalimentarse en ningún momento. En condiciones normales, nuestro apetito (y lo que comemos) está relacionado con el gasto calórico que hacemos día a día; lo que dormimos, con la actividad física que realizamos; nuestras pequeñas tradiciones (dar un paseo, salir a la terraza, salir con la bici) están relacionadas con la necesidad de sol, ejercicio o tranquilidad que nos requiere la vida normal.
La cuarentena rompe con todo eso de forma tan rápida que no nos permite adaptarnos a la nueva situación: quedamos descompensados. En algunos casos esa descompensación es pequeña y se puede sobrellevar bien (en el corto tiempo que, previsiblemente, durarán las medidas). En otras ocasiones, ahonda desequilibrios nutricionales o metabólicos que ya llevábamos arrastrando inadvertidamente durante mucho tiempo.
Sea como sea, lo que está claro es que el aislamiento social lo incrementa. Según las investigaciones actuales, el contacto social refuerza hábitos saludables, permite el acceso a mejor información, mejora la nutrición, promueve la actividad física e incluso, incrementa los recursos financieros. El distanciamiento social tiende, por tanto, a limitar una amplia serie de recursos que normalemnte tendríamos a nuestra disposición.
Después de la cuarentena
Es importante tener en cuenta que las consecuencias no acaban con la cuarentena. En general, la normalidad no será lo que era. Las rutinas, prácticas y hábitos que manteníamos antes se han visto afectados y es posible que muchos no los recuperemos. Por eso es importante no perder de vista que ese desequilibrio que comentábamos tiene "armas" suficientes para perpetuarse en el tiempo.
Más allá de eso, a nivel estrictamente psicológico, la poscuarentena también es poblemática. Los problemas financieros y el estigma se han visto cómo factores que disparan el estrés y el malestar psicológico. De hecho, tras epidemias como la del SARS, las personas que la sufrieron más de cerca (enfermos, familiares y sanitarios) mostraron mayor probabilidad de mostrar signos de estrés postraumático incluso tres años después.
Por ello, no debemos bajar la guardia y es muy importante tratar de construir rutinas lo más saludables y completas posibles. Tanto es así que, en muchos casos, ello nos llevará a tener que encontrar una nueva normalidad que nos ayude a transitar de forma sencilla y rápida hacia un nuevo equilibrio post-coronavirus.
Imagenes | MARS500