No tienen la mejor pinta del mundo, pero estos tomates quieren revolucionar la forma en la que combatimos el Parkinson en gran parte del mundo

Esto es curioso. Hace 49.000 años, en la cueva asturiana de El Sidrón, las comunidades neandertales ya usaban de forma habitual la corteza del álamo, una fuente natural de ácido salicílico (el principio sedante de la aspirina), y el Penicillium, un hongo con propiedades antibióticas. Hace 49.000 años.

Y digo que es curioso porque hace tanto tiempo, por puro ensayo y error, este puñado de homínidos fueron capaces de identificar las plantas que les hacían bien. Desde entonces, hemos dedicado buena parte de nuestros esfuerzos a buscar más álamos y más hongos; a encontrar en la naturaleza lo que necesitábamos para cada momento. Por eso siempre me ha parecido que uno de los saltos más importantes de estos 50.000 años es que ya no hace falta salir a buscar lo que hay en el mundo vegetal; ahora podemos poner lo que necesitamos en él.

Un buen ejemplo son los tomates que el Centro John Innes, en Reino Unido, acaba de presentar en sociedad.

Recetar tomates, arroz y plátanos dorados

Concretamente, lo que han presentado Cathie Martin y su equipo es una tomatera (Solanum lycopersicum) modificada genéticamente para producir L-DOPA. La levodopa es importante porque es uno de los tratamientos de referencia para el Parkinson y, aunque sabemos que se encuentra en algunas leguminosas tropicales como los frijoles de terciopelo, hemos tenido que recurrir a la síntesis química para conseguirlo.

Evidentemente, reprogramar genéticamente plantas comunes y corrientes para generar moléculas relevantes en medicina no es una idea nueva. Es algo que nos vendría fenomenal para suministrar medicamentos en zonas logísticamente difíciles para la industria farmacológica. El problema es que convertir plantas comerciales en biofábricas es algo bastante complicado. Sin ir más lejos, hay teóricos que sugieren que producir plantas con altos índices de L-DOPA sería tóxico para su crecimiento. Una fiesta para la industria agrícola intensiva, como podéis imaginar.

Martin y su equipo se las han apañado para que solo los frutos de la planta produjeran este compuesto y tuvieron éxito: los tomates acumularon hasta 150 milígramos de levodopa por cada kilo. un bombazo. Sobre todo, porque el trabajo demuestra que es posible crear biofábricas de levodopa y abre la puerta a que este tipo de vegetales empiecen a convertirse en una alternativa que vaya mucho más allá del arroz dorado.

Imagen | Phil Robinson - Vidar Smits

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