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La mujer de la patente de los seis millones o cómo revolucionar de la medicina a la arqueología desde un laboratorio de Madrid

Con la muerte de Margarita Salas, se va una de las mujeres más importantes de la ciencia española del siglo XX. A sus 80 años, la vida de Salas está llena de historias, ideas y anécdotas: desde su huida a Nueva York en el 64 para trabajar con el mismísimo Severo Ochoa a su ingreso en la Real Academia Española con un discurso sobre Genética y lenguaje.

Pero quizás la historia de su gran patente la que nos da una idea más actual de su papel en el desarrollo de la gran reina de la ciencia contemporánea: la genética. Salas descubrió una técnica capaz de multiplicar fácilmente el ADN a partir de muestras escasas y, con ello, ayudó a revolucionar numerosos campos que van desde la medicina de precisión a la arqueología. Y, además, cuando la patentó en Europa, la puso a nombre del CSIC.

La revolución genética empezó en España (varias veces)

Como decía, Salas salió del país en el 64 para trabajar en Nueva York, pero su billete era de ida y vuelta. Regresó para trabar en el Centro de Investigaciones Biológicas, donde gracias a varias colaboraciones norteamericanas, empezó a investigar sobre el funcionamiento molecular del virus phi29.

El phi29 es un fago que se dedica a infectar a bacterias del género Bacillus. Como suele ocurrir con la investigación básica, mientras Salas y su equipo trabajaban con él se dieron cuenta de que los mecanismos de replicación del material genético del virus eran realmente interesantes. A partir de ahí, se enfocaron en conseguir usar esas características para construir una técnica que nos permitiera replicar a nosotros el ADN a voluntad.

Y, efectivamente, lo consiguieron. Esto, en los años 80, era una herramienta caída del cielo para empezar a explorar el análisis de pequeñas muestras recogidas en yacimiento arqueológico o en la escena del crimen. En el 89, patentó su sistema de amplificación de ADN en EE UU. Años más tarde, en 1997, lo hizo en Europa poniéndolo a nombre del CSIC. La patente solo estuvo activa seis años, pero en ese tiempo generó más de seis millones de euros para el mayor centro de investigación del país.

Este mismo año, la Oficina Europea de Patentes le concedió un galardón por su papel pionero en el desarrollo de las tecnologías sobre las que hoy se alza la revolución genética que estamos viviendo. Una revolución en la que, como muestra Margarita Salas, la ciencia española ha tenido una enorme importancia.

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