El de Manuel Elkin Patarroyo es un legado de determinación en la lucha contra la malaria

Manuel Elkin Patarroyo, el inmunólogo colombiano que desarrolló la primera vacuna sintética contra la malaria del mundo, falleció este jueves 9 de enero, a la edad de 78 años. 

Su muerte marca el final de una notable carrera que abarcó las fronteras de la ciencia y la medicina, una carrera definida por una extraordinaria persistencia frente al escepticismo y la adversidad en un entorno que, como el colombiano, no es el más favorable para la investigación científica.

El nombre de Patarroyo estará asociado para siempre a un logro singular: la creación de una vacuna sintética contra la malaria, una enfermedad que mata a más de 400.000 personas al año, la mayoría de ellas niños en el África subsahariana. 

En 1987, después de décadas de investigación, Patarroyo dio a conocer la SPf66, la primera vacuna sintética diseñada para proteger contra el parásito mortal Plasmodium falciparum.

Se trataba de una vacuna peptídica sintética que contiene antígenos de las etapas sanguíneas del paludismo, que en su momento fue aclamada como un posible cambio de juego en la lucha contra la malaria, una de las enfermedades más persistentes y destructivas conocidas por la humanidad. Con el tiempo, las dudas sobre la eficacia de la SPf66 se acumularon y, eventualmente, se estableció que tiene una inmunogenicidad muy baja e induce una respuesta inmune a corto plazo (unos seis meses).

Una misión de vida

Pero para Patarroyo, la investigación sobre la malaria no fue solo una búsqueda académica, sino una misión profunda. Más que sólo un problema médico, Patarroyo comprendió que la enfermedad es una catástrofe social y económica que mantiene a millones de personas atrapadas en ciclos de pobreza. 

Su ambición fue crear una vacuna asequible, escalable y accesible para quienes más la necesitaban. Incluso si la SPf66 era, como sabemos hoy, imperfecta, representaba un paso crucial hacia una solución que podría salvar millones de vidas.

Por eso, a su obra de investigación hay que sumar un legado de coraje que resulta transversal a toda si vida. Como lo dijo su amigo personal, el médico Carlos Francisco Fernández, en El Tiempo: “Su incansable trabajo, su compromiso con la salud pública y su valentía para enfrentar críticas y desafíos dejan una huella imborrable en los campos académicos y sanitarios que lo reconocen a nivel internacional. No solo fue un pionero en la inmunología, sino también un ejemplo de entrega y pasión por el conocimiento”.

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