Jeryl Lynn no podía dormir: Lo que las paperas más oportunas del mundo nos pueden enseñar de las vacunas contra el coronavirus

El 30 de marzo de 1963, Jeryl Lynn se despertó en mitad de la noche. Tenía cinco años y no se encontraba bien. Fue al cuarto de matrimonio y describió a su padre cómo se sentía. El padre la escuchó con atención, recién levantado, y "en vez de, no sé, darme un vaso de agua y volver a meterme en la cama con cariño, sacó el manual Merck" de enfermedades y tratamientos, explicó años después la misma Jeryl Lynn. Tras repasarlo concienzudamente, cogió a la niña y la acostó en su cama, se puso la gabardina y salió apresuradamente de la casa.

Poco después, la despertó "con un hisopo de algodón y una placa de Petri" para tomar una muestra de la mucosidad de la garganta. Está claro que el padre no era un tipo normal.

Al contrario, se trataba de Maurice Hilleman, un gigante de la microbiología que desarrolló 40 vacunas animales y humanas; entre ellas, nueve de las 14 que se ponen habitualmente a los niños de todo el mundo. Aquella noche, sin ir más lejos y sin que la niña lo sospechara, había empezado el desarrollo de la vacuna de las paperas. “La hija de Maurice [...] se recobró de la parotiditis, pero el virus de la parotiditis nunca se recobró de Jeryl Lynn”, en palabras de Alan Dove.

El nacimiento de una vacuna...

Merck & Co

La historia de la vacuna de la parotiditis se ha vuelto a poner de actualidad en mitad del debate sobre la sorprendente velocidad con la que hemos desarrollado las vacunas del coronavirus. El motivo es sencillo, hasta ahora, la vacuna de Jeryl Lynn había sido la vacuna más rápida de la historia con cuatro años de desarrollo. Sin embargo, se trata de un ejemplo precioso para entender, al menos desde el punto de vista técnico, por qué ahora se ha tardado tan poco con el SARS-CoV-19.

Como explicaba el biólogo molecular Gabriel León, tras esa noche de 1963, Hilleman y su equipo de seis personas tuvo que cultivar el virus en huevos embrionados de gallina, primero, y en células humanas (HeLa), después. Ese proceso duró 27 meses hasta que generaron un virus atenuado y pusieron en marcha el ensayo en fase 1 el 28 de junio de 1965.

En ese ensayo se vacunaron 28 niños (y a otros 13 se les inyectó un placebo). En el ensayo en fase 2 y 3, se vacunó a 482 personas más. La fase 3 acabó en abril del 66. Con esos datos, el 30 de marzo de 1967, exactamente cuatro años después de que Jeryl Lynn se despertara enferma en su casa de Filadelfia, la FDA aprobó la vacuna.

...que nos ayuda a entender cómo hemos avanzado en su desarrollo

Markus Spiske

Había habido una vacuna experimental antes, en 1948, pero la inmunidad que proveía era muy limitada. Sin embargo, no fue hasta que las técnicas desarrolladas para crear las vacunas de la polio y el sarampión estuvieron maduras, no se pudo conseguir un virus atenuado de la parotiditis que nos sirviera para trabajar con él. Ayudó el hecho de que, a diferencia de en adultos, las paperas en niños no eran consideradas un problema de salud pública. Es decir, era algo relativamente seguro.

Con todo esto, podemos hacernos una idea de lo que ha cambiado en el desarrollo de vacunas. Mientras en el desarrollo de la vacuna de las paperas requirió 27 meses, la del coronavirus ha sido un trabajo de pocas semanas. El virus se secuenció 10 días después de que se cerrara el Mercado de Wuhan y Moderna, como hemos explicado, tardó solo dos días en diseñar la vacuna con esa información.

A partir de ese momento, y tras las pruebas de seguridad pertinentes, se iniciaron los ensayos en humanos. Ensayos en los que se han vacunado a unas 30.000 personas a lo largo del año frente a las 510 que se vacunaron en el caso de las paperas. Además, en este caso, las agencias sanitarias han supervisado los datos de la vacuna en tiempo real (en lugar de hacerlo al final) permitiendo que se ahorren entre uno y dos años de burocracia.

Ciencia, esfuerzo, dinero... y suerte

Hospital CLinic

Hablando de Hilleman, el profesor de pediatría y vacunología de la Universidad de Pensilvania, Paul Offit decía que "fue una suerte que este hombre, probablemente el mayor creador de vacunas del mundo, tuviera una hija que resultó infectada por una cepa de paperas que no era particularmente probable que infectara el cerebro y la médula espinal, de modo que cuando hizo la vacuna terminó siendo notablemente segura". Y lleva razón: la suerte, en la ciencia, siempre tiene un papel central.

Sin un poco suerte (si el ARNm no hubiera estado lo suficientemente maduro, si la pandemia hubiera sido más moderada, si Gobiernos y farmacéuticas no hubieran invertido cantidades descomunales de dinero o si no se hubieran eliminado las trabas burocráticas) la vacuna del coronavirus tampoco sería una realidad. Eso sí, como en el caso de Hilleman, la suerte debe pillarte preparado.

Imagen | Sicence Photo Library

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