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La isla del doctor Moreau estaba en China: cinco macacos clonados con síntomas de esquizofrenia nacen en Shanghái

En su segunda novela, H. G. Wells nos contó cómo Edward Prendick naufragó en el mar, cómo fue a dar con una isla tan pequeña que no aparecía ni en los mapas y cómo descubrió que, escondidos en la selva, se ocultaban seres monstruosos mitad hombres mitad bestias. También nos cuenta cómo aquello lo deja trastocado y cómo huye pensando en suicidarse.

Es entonces cuando Moreau, el misterioso investigador que vive en la isla, confiesa que lleva años haciendo experimentos con animales, sometiéndolos a vivisecciones terribles y otorgándoles características humanas. "¡Es el progreso!", supongo. No recuerdo si en la novela se decía dónde estaba la isla, pero ya no hay duda: el siniestro laboratorio de Moreau debía estar en China.

Hoy, la revista National Science Review publica dos artículos dignos de H. G. Wells: un grupo de investigadores chinos ha creado cinco clones de macaco editados genéticamente para desarrollar una enfermedad genética concreta, editados con CRISPR para ser modelos genéticos de mutaciones humanas.

Cinco macacos con síntomas de esquizofrenia

La idea, en abstracto, suena interesante. Según explican los investigadores, su intención es utilizar las técnicas y procedimientos de ingeniería genética que tenemos a nuestra disposición para crear modelos animales diseñados no solo para ser idénticos entre sí, sino para replicar a la perfección las enfermedades genéticas humanas.

Según explican, su intención es que enfoques de este tipo permitan reducir el número total de animales que se usan en el mundo de la investigación. Al fin y al cabo, teorizan, desarrollar modelos más parecidos a los humanos podría ayudarnos a comprender mejor (y más rápido) los mecanismos genéticos de la enfermedad y su abordaje clínico.

En este caso, los investigadores usaron CRISPR para desactivar un gen llamado BMAL-1, uno de los genes relacionados con los ritmos circadianos, en el que llamaremos "mono donante". Más tarde, usaron las células de este mono para, gracias a una técnica muy similar a la que se usó con la Oveja Dolly, crear cinco clones.

Y ahora nos encontramos con cinco monos que mostraron un significativo aumento de la ansiedad y la depresión, que sufrieron una drástica reducción de las horas de sueño y que, incluso, llegaron a mostrar “comportamientos similares a la esquizofrenia”. Visto con perspectiva, podía haber sido peor: las alteraciones de los ritmos circadianos están relacionadas con todo tipo de enfermedades inmunológicas, metabólicas, cardiacas, psicológicas y cognitivas.

Un lío ético

Como señala Ryan F. Mandelbaum en Gizmodo, todo esto es un lío ético. Es verdad que en algunos contextos concretos este tipo de aplicaciones puede tener utilidad científica, pero no es menos cierto que la consolidación de esto conllevaría crear granjas dedicadas a criar animales gravemente enfermos.

Si la experimentación animal ya era un asunto tremendamente polémico, esto es la puntilla que nos faltaba. El debate ético, técnico y legal sobre el uso estas técnicas no ya en animales, sino en primates vuelve a poner en evidencia que la ciencia actual tiene muy pocos mecanismos de control (si es que tiene algunos).

Parece que estas situaciones se van a volver cada día más normales y nos van a hacer elegir constantemente entre posibilidades técnicas tan potentes que parecen ciencia ficción y dilemas éticos de primer orden que obligarán a tomar decisiones sobre qué es aceptable y qué no lo es en un mundo regido por la genética.

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