En el Marqués de Valdecilla, en Santander, se dieron cuenta de algo extraño. Muchos de los pacientes COVID que llegaban al hospital, sufrían una deficiencia importante de vitamina D. Siguieron la pista y los resultados, publicados ahora en Journal of Clinical Endocrinology & Metabolism, han confirmado sus primera impresiones. El 80% de los 216 pacientes que han podido estudiar con detalle tenían déficit de esta vitamina.
No se tratan de los primeros investigadores que se percatan de ello. Ya desde mayo llevamos escuchando sobre los vínculos entre la vitamina D y los resultados deficientes del COVID. Hay investigadores y políticos que llevan meses señalando que éste — los niveles bajos de esta vitamina — podía ser uno de los factores comunes a todos los casos graves.
Sin embargo, la cuestión no estaba clara. Y es que no solo resulta que se trata de la única vitamina en la que la población general muestra deficiencias sistemáticas, sino que sabemos que la capacidad de sintetizar esta vitamina se pierde con la edad y enfermedades metabólicas como la obesidad también se relacionan con los bajos niveles. Justo las personas más vulnerables al COVID.
Es decir, en plena pandemia y con miles de pacientes agolpándose en las puertas de los hospitales, no podíamos saber si encontrábamos déficit de la vitamina en personas con síntomas graves porque ésta jugaba un papel importante o una simple consecuencia de que ese déficit sea más común en el perfil de pacientes más afectados. Ahora, con la perspectiva del tiempo y nuevos estudios científicos, tenemos algunas respuestas.
¿Qué problema hay con la vitamina D?
Una parte esencial de lo que podríamos denominar el "problema de la vitamina D" surge de la naturaleza de la vitamina y de cómo la conseguimos. Bajo el nombre de vitamina D encontramos dos compuestos liposolubles: el colecalciferol (vitamina D3) y el egocalfiferol (vitamina D2). El primero es producido la piel animal "a partir de un derivado del colesterol y por acción los rayos ultravioleta B de la luz solar". El segundo compuesto se produce también gracias al Sol, pero lo producen plantas, hongos y levaduras.
El papel que juega esta vitamina en el cuerpo, como el de casi todas, es bastante complejo. La podemos encontrar envuelta en el metabolismo del calcio y el fósforo (siendo esencial en el desarrollo de los huesos y los dientes), en la regulación del sistema inmunitario o en la función endocrina del páncreas. Es más, la vitamina D tiene un papel clave en el desarrollo del sistema nervioso y su déficit, en forma de raquitismo, ha martirizado a la humanidad desde hace cientos de años.
Aunque en España tenemos muchos días de sol, hasta un 33% de la población podría enfrentarse a un déficit de vitamina D. Muy especialmente en el norte de la península. Es verdad que, a pesar estos datos aparentemente alarmantes, no podemos decir que tradicionalmente haya un déficit grave y mayoritario en la población.
No obstante, como llevan avisando sociedades como la Española de Médicos Generales y de Familia (SEMG) desde hace meses esto puede estar agravándose con las medidas de confinamiento para frenar el coronavirus al obligarnos a pasar más tiempo en casa y, de manera indirecta, a tomar menos el sol. Si tienen razón los investigadores, el coronavirus habría creado él mismo las condiciones para maximizar su éxito.
¿Está conectada la vitamina D con la gravedad de los síntomas COVID?
Conforme pasan las semanas, los indicios y pruebas que sostienen la teoría de que la vitamina D es útil contra el COVID van ganando peso. Más allá de los estudios observacionales que, como decía, tienen problemas metodológicos importantes, hay un ensayo clínico aleatorizado llevado a cabo por el IMIBIC y Hospital Reina Sofía de Córdoba que nos ha proporcionado datos a tener en cuenta.
Los investigadores trabajaron con 76 pacientes que habían dado positivo por COVID. A un grupo de estos pacientes seleccionados al azar, además de aplicarles el tratamiento estándar establecido en los protocolos del momento, les dieron un suplemento vitamina D. Al resto, solo le aplicaron el tratamiento estándar. Sus resultados (aún iniciales) señalan que solo el 2% de las personas suplementadas con este tipo de fármacos habían tenido que ser ingresadas en la UCI frente al 50% del grupo de control.
De esta forma, la idea es que la activación del sistema hormonal D podría reducir el riesgo de aparición del Síndrome de Distrés Respiratorio Agudo (SDRA) conseguía datos clínicos provisionales muy interesantes que iban más allá de la plausibilidad biológica del mecanismo y de los resultados epidemiológicos previos. Hace unas semanas, Iria Reguera explicaba como las personas con unos mejores niveles de vitamina D presentarían menor riesgo de fallecimiento por todas las causas, incluyendo el cáncer o los problemas cardiovasculares; estos datos, no tiene sentido ocultarlo, también se ven afectados por la relación de la vitamina D, la edad y las enfermedades metabólicas.
¿Por qué no hablamos de ello?
Lo interesante de la cuestión de la vitamina D es que incluso aunque no consigamos tener pruebas sólidas de su utilidad con el COVID, no hay buenas razones para no estudiar seriamente iniciar programas de suplementación de carácter preventivo. La prestigiosa revista The Lancet en agosto ya decía que "no hay nada que perder con su aplicación y potencialmente mucho que ganar".
Esto es así porque, como señala Gemma Goldie, "no es una intervención desconocida y muy arriesgada. En los países nórdicos se suplementa con regularidad vitamina D en invierno debido a la deficiencia crónica y la falta de luz". En Reino Unido, por poner otro ejemplo, la Asociación de dietistas británicos recomienda incluir en la dieta un suplemento diario de 10 microgramos de vitamina D.
En España la situación es distinta y, por ejemplo, la Academia Española de Nutrición y Dietética no está de acuerdo con suplementar. Desde su punto de vista, es suficiente con tratar de tomar el sol e incrementar el consumo de alimentos ricos en vitamina D. Incrementar este consumo es posible (nuestros compañeros de Directo al paladar han recopilado una extensísima lista de alimentos ricos en vitamina D), pero citando de nuevo a Goldie, "el beneficio de suplementar con vitamina D de manera temporal y en dosis no excesivas" parece exceder a los posibles riesgos.
Sobre todo porque "los riesgos de la vitamina D son conocidos y podrían ser evitables". Uno de los más comunes, el déficit de magnesio, es subsanable incrementando los alimentos ricos en él. La hipercalcemia, otro problema habitualmente vinculado a la suplementación artificial de vitamina D, puede causar desde náuseas y vómitos, debilidad o micción frecuente a dolor en los huesos y problemas renales (cálculos). En este caso, un buen control por el médico de la cantidad de vitamina y una reducción del calcio que consumimos resuelve el problema.
En salud pública hay una "ley no escrita" que dice que si disponemos de una intervención barata y segura, aunque no estemos convencidos de su efectividad real, lo razonable es ponerla en marcha. Esa fue la lógica que motivó la recomendación del uso de las mascarillas al principio de la pandemia y la que podría motivar la suplementación general de vitamina D. ¿Por qué no lo hacemos? Es una gran pregunta que tiene muchas (y diversas) respuestas. No obstante, viendo la lentitud con la que las organizaciones internacionales están actuando en otros asuntos, no debería sorprendernos.
Imagen | Dimitri Karastelev