La sensación de no saber realmente lo que está pasando es algo que lleva días (sino semanas) sobrevolando la crisis del COVID-19. Sí, los datos oficiales sobre el coronavirus son erróneos, provisionales y están mediatizados. Buena parte de esto lo tienen muchas de las autoridades de todo el mundo que se niegan a ser claros en cómo se computan contagios, hospitalizados y fallecidos, en cuántas personas se han testado realmente o en cómo son las demografías y dinámicas exactas de los brotes.
En parte, pero solo en parte. Lo cruda realidad es que medir en mitad de una emergencia es complicado y, sin dejar de exigir trasparencia, hemos de mantener a raya nuestras expectativas de información clara, precisa y contrastable. Basta con pensar en la última gran enfermedad infecciosa respiratoria que tensó al mundo, la Gripe A, y en cómo los datos reales de su impacto no se supieron hasta casi tres años después para hacer una idea mental del problema al que nos enfrentamos.
Un marasmo de datos erróneos
Durante los últimos meses, el debate sobre las cifras de la pandemia ha sido una constante. Primero, sobre el número de casos de cada país. Algo que derivó en una discusión pública muy intensa sobre lo que era considerado un 'infectado por coronavirus' en los distintos países del mundo y cómo las diferencias metodológicas podían tener un impacto muy radical en las cifras totales.
A este debate, se le sumó el asunto de los tests realmente realizados. Algo que empezó a emerger muy rápidamente es que los distintos países habían ido siguiendo enfoques diagnósticos muy diferentes entre sí. Algunos países, como Corea del Sur, habían optado por el uso intensivo de todo tipo de pruebas en la población general; otros estados en cambio habían optado por circunscribir los tests a pacientes hospitalizados o muy enfermos.
Parecía evidente que el número de tests era un variable clave que influía en el número de casos detectados en cada país. No obstante, rápidamente, nos dimos cuenta de que esas diferencias no eran fácilmente 'normalizables'. Es decir, que ni teniendo en cuenta los protocolos de cada una de las autoridades sanitarias nacionales eran conjuntos de datos fácilmente comparables.
Por eso, hace unas semanas, la opinión pública se volvió sobre la que parecía, en ese momento, la cifra más fiable: el número de fallecidos. El sentido común marcaba que la cifra de defunciones era difícil de verse alterada por las particularidades de cada país. Sin embargo, rápidamente aprendimos que esto no era cierto. Las dudas sobre los datos chinos o las incertidumbres sobre si realmente se estaban contando todas las muertes directamente relacionadas con el virus (o solo una pequeña parte de ellas) convirtió a los debates comparativos en un ejercicio de alto riesgo.
En los últimos días, por si fuera poco, hemos descubierto que no solo las diferencias entre países son difíciles de sostener. Es que ni siquiera los datos entre regiones del mismo país son asimilables. Quizás el mejor ejemplo de esto son el número de enfermos de UCI que hay en España. Tras días y días en los que el Ministerio de Sanidad había explicado que las cifras de enfermemos críticos eran datos acumulados, María José Sierra, una de las portavoces del Centro de Alertas y Emergencias Sanitarias del Ministerio de Sanidad, se veía obligada a reconocer que, en realidad, "refleja diferencias entre CCAA. Algunas están informando del número acumulado y otras el número de pacientes ingresados en UCI" diario, descontadas altas y fallecimientos.
Entre la estrategia y la saturación
¿Por qué ocurre esto? En un escenario como el actual, las suspicacias están a la orden del día. No faltan los que recuerdan que la gripe del 18 se conoce como 'española' porque fue España la que, ajena a la Gran Guerra, fue el único estado importante que empezó a informar públicamente de ella. Tampoco faltan los que ven un paralelismo entre aquel caso y el actual (o entre otras dinámicas pre-existentes de política internacional).
Lo cierto es que no se puede negar que algunos países (la opacidad china, sus movimientos para desligarse del virus o las dudas sobre cómo Japón parece haber abordado la crisis de forma discreta para proteger los Juegos Olímpicos) han tomado medidas y posiciones que no se explican (plenamente) sin ese elemento geoestratégico.
No obstante, sería injusto achacar los problemas de los datos de la pandemia solo a esta supuesta tensión geopolítica. No hay que perder de vista que estamos realmente ante una crisis sin precedentes recientes. Por mucho que los organismos internacionales lleven años avisando ante una posible pandemia como la actual, lo cierto es que (a la vista está) que nuestros sistemas no estaban preparados.
La saturación de los sistemas sanitarios de todo el mundo, la reducción hasta mínimos del resto de la estructura administrativa de los estados, las malas decisiones políticas y la falta de estándares comunes ampliamente aceptados a la hora de abordar la cuantificación en tiempo real de este tipo de fenómenos han jugado un gran papal detrás de los problemas de los que hablamos.
Sin olvidar la complejidad
Estrategia e incapacidad son dos factores fundamentales para explicar los datos de mala calidad, pero no debemos olvidar un factor más: la complejidad de medir un fenómeno así. Como decía al principio del artículo, la última epidemia internacional de una enfermedad infecciosa respiratoria fue la Gripe A. En aquel caso, se tardaron casi tres años en depurar y analizar todos los datos para poder dibujar el impacto real de la epidemia.
El motivo es fácilmente explicable. Circunscribiéndonos al caso español, el sistema más actualizado de información sobre mortalidad es el MoMo de vigilancia de mortalidad diaria. Estos informes sintetizan la mortalidad diaria por todas las causas extrayéndola de los 3.929 registros civiles informatizados que hay en el país y la comparan con estimaciones (basadas en medias históricas de mortalidad según una serie que se remontan a 2008).
El MoMo es el sistema más "en tiempo real", pero tiene numerosos problemas derivados de los sistemas de notificación (hasta el punto de que el sistema sigue actualizando las cifras de cada día durante los 28 días posteriores) o el hecho de que solo representa al 92% de la población española. Para encontrar un dato fiable tenemos que esperar casi un año después del cierre del año que queremos estudiar. Durante ese tiempo, el Instituto Nacional de Estadística recoge todos los datos, los normaliza y los unifica.
Eso, en condiciones normales. Hoy por hoy, el MoMo ya detalla en sus informes que los retrasos en la notificación de las defunciones se han alargado y no es descabellado aceptar que ese retraso distorsiona profundamente la utilidad de los datos del sistema de vigilancia.
A estos problemas logísticos, hemos de incorporar los metodológicos. Es importante recordar que, presumiblemente, los datos de fallecidos que se proporcionan cada día por el Ministerio solo recogen una parte muy pequeña del impacto real del virus en la mortalidad del país. Esto es algo que los epidemiólogos saben muy bien. De hecho, las muertes que anualmente provoca la gripe no se evalúan de esta forma (usando las causas de muerte oficial de los Registros), sino con modelos complejos que permiten hacernos una idea precisa de el impacto de la epidemia.
En el caso de la gripe, como ha explicado el CAES en varias ocasiones, la diferencia entre un dato y otro es de orden de magnitud: las en torno a 1.000 muertes anuales que se registran por un método se convierten en más de 10.000 por el sistema de estimación más preciso (y de uso habitual). A esto habrá que añadir los casos que, en condiciones normales, hubieran sido tratados de forma más exitosa, pero que por la dureza de la epidemia desembocaron en problemas.
¿Cuándo sabremos lo que está pasando?
Esa es, seguramente, la pregunta que muchos nos hacemos. Lo previsible es que el tamaño de la crisis provoque que se redoblen esfuerzos en conocer, cuanto antes, las cifras de la pandemia. No obstante, por lo que hemos explicado, aunque es esperable que surjan análisis en los próximos meses, no es razonable esperar que esas estimaciones sean todo lo precisas que nos gustarían.
Si finalmente conseguimos ahogar a la epidemia antes de verano, es posible que empecemos a tener las cifras precisas (aunque provisionales) en los primeros meses de 2021. Eso sí, estamos hablando del mejor escenario. Aunque ya nadie discute que estamos ante un fenómeno histórico, lo cierto es que quedan muchas dudas en el aire para poder responder a la pregunta que da título a esta sección. Lo que está claro es que, a la vista de los enormes retos que nos esperan, no será pronto.
Imagen | Giacomo Carra
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