La escena debe ser extraña: estudiantes de doctorado cultivando neuronas de larguísimos axones y el grosor de un cabello; becarios posdoctorales cogiéndolas una a una y metiéndolas en tubos de un polímero biodegradable; profesores de universidad abriendo el cerebro de decenas de ratas para probar in vivo esta especie de electrodos vivos; y, por encima de todos, Kacy Cullen supervisando la jugada.
Cullen, profesor de neurocirugía en la Facultad de Medicina de la Universidad de Pensilvania, lleva años obsesionado con coger todos esos dispositivos metálicos que se usan desde la década de los 80 en estimulación cerebral profunda y enviarlos al desván de la historia. No es nada sencillo y ni siquiera está cerca, pero lo que está haciendo el equipo de Cullen es, al menos, digno de ser mirado de cerca.
En busca de una interfaz 100% biológica
En los últimos años, la idea de crear un "interfaz cerebro-ordenador" ha abandonado los libros de ciencia ficción para invadir los planes de negocio de decenas de startups de todo el mundo. La más conocida, sin lugar a dudas, es Neuralink de Elon Musk y sus hilos microscópicos que, llenos de sensores, atravesarían el cerebro.
El problema de todas estas empresas, Neuralink incluida, es una cosa llamada 'realidad'. La tecnología, incluso con soluciones tan creativas como la 'máquina de coser' de Musk, aún está lejos de poder "fusionar nuestros cerebros con una inteligencia artificial". Es más, bajando las exigencias, ni siquiera está cerca de poder registrar toda la actividad del cerebro.
Y el motivo, en buena parte, es precisamente el enemigo declarado de Cullen: sistemas exógenos que, al integrarse en el cerebro, lo dañan, lo alteran o acaban por generar rechazo. Incluso los electrodos flexibles, que tras décadas de investigación tienen por fin resultados aceptables, presentan problemas de funcionamiento y dejan mucho que desear.
La solución, al menos sobre el papel, es crear "electrodos vivos". Es decir, cadenas neuronales cultivadas a partir de células madre inducidas que, con distintos métodos (el más conocido es la aún experimental optogenética) consiguen mapear el funcionamiento del cerebro y convertirse en herramientas de estimulación muy muy profunda.
Cullen ha hecho pruebas con casi un centenar de ratas y sus datos iniciales confirman que los electrodos vivos se mantienen estructural y funcionalmente activos durante más de un mes y medio. También piensa que su tecnología podría estar lista para pruebas en humanos en cuatro o cinco años. Yo no apostaría por ello, pero a la vista de los resultados sí creo que la idea de la interfaz biológica es el desarrollo que tiene más potencial para convertirse en el estándar en la aún lejana integración humano-ordenador. Estaremos al tanto.