Hace unos días, Facebook me enseñó una publicación sugerida. Era de una marca de productos lácteos sin lactosa y en el primer comentario un usuario amenazaba con denunciarlos. Había leído los ingredientes de uno de sus productos y había visto que llevaba leche ¡con lactosa!
Mañanas ligeras. Digestiones fáciles. Todo hace pensar que, impulsada por una publicidad muy agresiva que quiere ampliar su público natural, la leche sin lactosa ha llegado para quedarse. Sin embargo, como os contaba, los productos lácteos sin lactosa siguen siendo unos grandes desconocidos para el gran público. Por que efectivamente a la leche sin lactosa no se le quita la lactosa.
La lactosa, esa vieja amiga
El 5% de la leche es lactosa. De hecho, este disacárido formado por una partícula de glucosa y una galactosa es el principal carbohidrato de la leche. En general, los mamíferos tenemos una característica curiosa. Durante nuestros primeros años producimos una encima llamada lactasa que tiene la capacidad de romper la lactosa en esos dos componentes y, así, pueden ser ingeridos. Con el tiempo, la producción de lactasa desaparece.
Sin lactasa, la leche sienta mala. Fatal. Produce dolores estomacales, flatulencias y diarreas. A veces, vómitos o incluso problemas de absorción de calcio y vitamina D. Por eso, nuestros antepasados usaban un método muy curioso: cuando la leche dejaba de sentarles bien (en torno a los 3 años de edad) dejaban de tomarla. Para siempre.
Hace 11.000 años, cuando nació la ganadería, los seres humanos descubrimos que preparaciones como el yogurt, el queso o la leche fermentada reducían la cantidad de lactosa. No fue por casualidad. Cuando acabó el último periodo glacial y el tiempo mejoró, la cantidad de seres humanos aumentó y la competencia se hizo brutal. Empezamos a consumir leche por hambre, aunque nos sentara (literalmente) como una patada en el estómago.
Cartas sobre la tolerancia
Se cree que fue hace unos 7000 años cuando la evolución y el azar empezaron a propagar una de las mayores revoluciones genéticas de la historia: la habilidad de producir lactasa durante toda la vida. Era una mutación tan francamente buena que aunque se ha ido extendiendo y nos parece algo normal. Aún así, a día de hoy, solo un 35% de la humanidad puede consumir lactosa sin problemas.
Además de la intolerancia genética a la lactosa, hay otros tipos transitorios (por la producción mermada de la lactasa por alguna enfermedad o problema) o progresivos (que se suelen producir en determinados grupos culturales que no consumen lácteos). De hecho, muchos de los intolerantes sencillamente producen una menor cantidad de lactasa de la normal. Por eso pueden consumir pequeñas cantidades de lácteos pero no darse un atracón.
¿Cómo que no se les quita la lactosa?
Pues no. La leche sin lactosa es sencillamente leche normal a la que se le ha añadido lactasa. La encima rompe la lactosa y deja compuestos que pueden ser digeridos sin dificultad. Un método mucho más eficaz que ir eliminándola.
Por eso, la leche sin lactosa es apta para intolerantes a la lactosa pero no puede ser consumida por alérgicos a la leche (que suelen serlo a la caseína una proteína que nada tiene que ver con la lactosa). También puede ser consumida por personas sin problemas de tolerancia a la lactosa, claro. Y eso tratan de decirnos desde la industria láctica. El problema es que no sabemos si es recomendable.
La cuestión como decíamos en el final de la sección anterior es si es posible que el consumo de productos sin lactosa promueva la intolerancia progresiva a la lactosa. Como explica Deborah García, "todavía no podemos hacer un estudio representativo porque la moda del consumo de estos productos sin lactosa es demasiado reciente". Pero la evidencia nos dice que esto es posible, que reducir el consumo de lactosa hace que nuestro organismo deje de producir lactasa. Y que a la larga, no podamos dejar de consumir ese tipo de leche.
Imágenes | Nature
Ver todos los comentarios en https://www.xataka.com.co
VER 0 Comentario