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Mickey Mouse: Sí, Disney perderá el copyright de la primera versión del personaje, pero el asunto es mucho más complicado

Cuando el reloj marque la medianoche y comience el primer día de 2024, algo importante, algo monumental, sucederá en el mundo del entretenimiento: mientras tú compartes uvas y tragos, besos y abrazos: Steamboat Willie, la primera caricatura animada en presentar a Mickey Mouse, saldrá del control férreo de los abogados de la Walt Disney Company y pasará a ser de dominio público.

Pero aunque por esa razón vas a ver docenas de titulares como 'Mickey Mouse  ingresa al dominio público en 2024', la realidad es más complicada que eso. Y es porque el tema del copyright es complicado y depende de cada país establecer las reglas.

James Grimmelman, un profesor de derecho digital y de la información de la escuela de leyes de Cornell habló con Xataka Colombia para aclarar los múltiples matices de este tema.

“No hay afirmación acerca de copyright que no contenga una excepción. Es diferente según el país en el que se publicó originalmente o el idioma en el que se publicó originalmente. Puede variar dependiendo de si se publicó en una revista o en un libro. Cada afirmación tiene alguna excepción o algo más que puedas decir al respecto”.

Así, los países de Europa -con excepción de España y Bielorrusia- reconocen la expiración de la protección del copyright 70 años después de la muerte del autor, y en Canadá son apenas 50. No así en Colombia, en donde son 80, o en México, en donde son 100 años.

Tradicionalmente, el copyright existe por un tiempo determinado. Ese tiempo ha cambiado a lo largo de la historia. Inicialmente en EEUU -que calcula el término por la fecha de publicación y no por la muerte del autor- eran 14 años, más otros 14, y en 1976 pasó a ser 70 años. Pero en los 90, cuando las primeras obras, de 1923, empezaban a entrar en el dominio público, el Congreso de EEUU pasó la Sonny Bono Copyright Extension Act, que agregó 20 años al término del copyright.

Eso tuvo el efecto de pausar la entrada de nuevas obras al dominio público. Esa pausa terminó en 2020, cuando volvimos a tener obras entrando al dominio público. A partir de ahí, deberíamos tener obras entrando al dominio público cada año.

"La concepción más errada acerca del copyright es que es un asunto de todo o nada. En EEUU se contempla la doctrina del fair use, que permtie citar, transformar obras, para crear obras nuevas. Así que el copyright no es solo algo que permita a un autor detener alguien que quiera usar su obra, sino que deja un espacio para que otros adapten y construyan a partir de obras existentes".

Es bajo ese referente que en enero de 2020 entraron a ser de dominio público obras como novelas de Agatha Christie, La Montaña Mágica de Thomas Mann y Rapsodia en Azul de George Gershwin, y que en enero de 2021 se volvió de dominio público El Gran Gatsby. Y es por eso que a partir del primero de enero de 2024 lo será Steamboat Willie.

"Hay obras como las de Shakespeare que han sido de dominio público por muchos años. Y hay obras como Sherlock Holmes que son casos fascinantes porque están en parte en el dominio público y en parte fuera de él, ya que fueron publicadas a lo largo de muchos años. Pasa que estamos por llegar a años muy importantes en los que la música grabada y las películas despegaron. En los años 20 y 30 tienes las bases de enormes cantidades de obras de la cultura popular en EEUU y el mundo".

El caso de Mickey Mouse

Entonces, sí: Los primeros dibujos animados de Mickey Mouse, el mencionado corto Steamboat Willie, fueron publicados a comienzos de los años 20. 

Pero si bien esa obra entra al dominio público, no es el caso de muchas otras cosas que Disney ha hecho en las que sale Mickey. 

Y ciertamente no incluye a la versión moderna del personaje, con colores, piernas distintas y otra voz, ni incluye sus trajes o las versiones que ves en Disneyland, ni muchas otras obras que son de Mickey, pero no del dominio público.

Por lo tanto, si bien alguien podría usar conceptualmente el Mickey de la era de Steamboat Willie para su propia historia, no puede adaptar ninguna otra caricatura de Mickey Mouse o la representación mucho más evolucionada -y familiar- del personaje de los últimos 95 años.


El director Rhys Waterfield caminó por la misma cuerda floja a principios de este año con su película Winnie the Pooh: Blood and Honey, una película de terror slasher que imagina a Pooh y Piglet volviéndose salvajes asesinos después de ser abandonados por Christopher Robin. Es probablemente la peor película del año.

Volviendo a Mickey, si el caso te parece notable, espera a que empiece la próxima década, porque entre 2031 y 2035 entrarán a ser de dominio público obras que involucran personajes de la talla de Superman, Batman, la Blancanieves de Disney y los Looney Tunes.

Copyright vs. trademark

Pero, ojo, ahí está el detalle, hay que hacer por necesidad de una distinción entre obras en el dominio público y personajes en el dominio público. Un personaje cae en el dominio público cuando ya nadie es su dueño o en algunos casos cuando nadie lo fue jamás.

Un gran ejemplo de esto es el conde Drácula: como Bram Stoker nunca registró su novela en EEUU, no tuvo protección en este territorio. Sí lo hizo en el Reino Unido, pero solo por 50 años tras la muerte de Stoker.

Esta ocurrió en 1912, por lo que, desde 1962, libros y personajes entraron al dominio público y por eso es que cualquiera puede tomar un capítulo o un personaje de la novela y extraer de allí una película, por eso hay variaciones de todo tipo del mismo personaje y es también por eso que Adam Sandler pudo hacer su Hotel Transilvania.

La existencia de personajes de dominio público fue usada por Alan Moore para crear el cómic La Liga de Caballeros Extraordinarios, que reúne personajes extraídos de obras que ya no están protegidas por copyright, como Alan Quatermain de Las Minas del rey Salomón, el capitán Nemo de 20.000 Leguas de Viaje Submarino y el hombre invisible de, bueno, de El Hombre Invisible. Moore también echó mano de Drácula pero no para usar al personaje principal, sino a versión vampirizada de Mina Harker.

Pero no es así con personajes como Bugs Bunny, que es una marca registrada que no es de dominio público ni lo será jamás, así las obras en que aparece sí lo sean.

Y es es también el caso de Mickey Mouse: el corto en el que hizo su primera aparición entra al dominio público, con lo que se podría hipotéticamente proyectarlo en un cine club, por ejemplo. También podrías usar a la versión de Mickey que aparece allí para animar o rodar tu propia película.

Pero Mickey como marca registrada, como trademark, seguirá siendo propiedad de Disney y eso evita que otros lo exploten para sacar provecho económico.

¿Entonces qué importa? Bueno, importa, porque liberar obras que ya cumplieron su ciclo estimula la creatividad de autores que pueden aproximarse a ellas de manera segura, adaptarlas y renovarlas. Así, en el contexto adecuado, intenciones creativas, sinceras e innovadoras, podrían salirse con la suya y producir, incluso, su propia película de Batman.

Un papel vital

En términos sencillos, el copyright existe para dar protección a una obra y así estimular a los creadores a producir trabajos originales, pero se le pone un vencimiento para asegurarse también de que no permanezca encerrado. Cada vez que un libro como Drácula, Sense and Sensibility o, recientemente, El Gran Gatsby, entra al dominio público, aparecen en el mercado versiones mucho más baratas que llevan estas obras a nuevos lectores.

A veces, como pasó con la película It’s a Wonderful Life, una obra que es un fracaso en su momento gana exposición al entrar al dominio público y se vuelve, en todo derecho, un clásico.

Grimmelman explica que en esta época conectada es más importante que nunca proteger las propiedades intelectuales sin cortarles las alas a los lectores, espectadores y usuarios que con su participación pueden enriquecerlas y elevarlas en fenómenos como la fan fiction.

Y ahí está, ese es el papel doble que cumple el copyright: protege el derecho exclusivo de un autor para beneficiarse del éxito de su obra pero al mismo tiempo se asegura de ponerle un límite en el tiempo para promover la creatividad y la permanente innovación y para que las grandes obras del pasado sigan siendo aportes vivos a la cultura de hoy.

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