En el mundo hay dos tipos de países: los países que no usan el sistema métrico internacional y los que se ríen de ellos por no usarlo. Esto pasa sobre todo con Estados Unidos y sus onzas, sus yardas y sus galones. Que el "país más avanzado del mundo" siga usando medidas sacadas de una novela del Capitán Alatriste, suele producirnos a los métricos una irrefrenable sensación de victoria moral.
Pero, ¿Y si los norteamericanos no estuvieran equivocados? ¿Y si en los tiempos que corren el sistema métrico internacional ya no es tan útil como antes o, incluso, puede llegar a crear problemas? Cada vez más hay más expertos que proponen olvidarnos del SMI y adoptar sistemas de medida que sean relevantes para el mundo en el que vivimos.
¿Por qué nos obstinamos en usar los colores?
¿Por qué seguimos usando palabras como 'rojo', 'blanco' o 'azul'? ¿Por qué no usar #ff0000, #000000 o #0000ff? ¿O, si lo vemos muy complejo de pronunciar, por qué no usar el Índice Internacional del Color (cinco cifras), el sistema RAL (cuatro cifras) o, no sé, los códigos de Pantone?
Al fin y al cabo, si usáramos alguno de estos modelos de color obtendríamos grandes ventajas: son sistemas estandarizados, tienen aceptación mundial y, además, permiten con mucha facilidad convertir los colores de unos modelos a otros. Además, ganaríamos en precisión porque, como nos explican en Magnet, tener más formas de designar los colores nos ayuda a verlos mejor.
Sí, seguro que al principio se nos haría raro y habría mucha gente que no sería capaz de adaptarse al cambio. Pero, vamos, yo conozco españoles que, quince años después de la creación del euro, aún siguen pensando en pesetas y la verdad es que sobreviven sin problema. Sería un poco traumático, pero a largo plazo obtendríamos beneficios importantes. Tiene sentido.
O no. Al menos, la mayor parte de las personas a las que les propongo esta idea no le ven la lógica a mi propuesta. Su reacción siempre está a medio camino entre negarse rotundamente y reírse mientras fingen que lo que les he contado es un chiste. En cambio, les parece de sentido común que Estados Unidos debería renunciar de una vez por todas al pie, la yarda o la onza y pasarse, de una vez por todas, al lado luminoso de la fuerza; esto es, al sistema métrico internacional.
Una breve brevísima historia sobre los sistemas de medidas
En general, la historia de los sistemas de medida siempre ha sido un sindiós, una anarquía absoluta en la que cada pueblo, comarca o región eran reyes absolutos de cómo se medía esto o cómo se pesaba lo otro. Durante mucho tiempo tampoco fue un problema: casi todo el comercio era comercio de proximidad y eso hacía que los múltiples sistemas de medida convivieran sin demasiados roces.
El desarrollo de los Estados (muy ligado a la creación de ejes comerciales más extensos y al desarrollo de la capacidad de recaudación fiscal) hizo que empezaran a surgir los sistemas nacionales de medidas que, aunque convivían con las particularidades de los sistemas locales, trataban de estandarizar las unidades.
Durante los siglos XVI y XVII ya hubo propuestas que hablaban de sistemas métricos decimales, pero fue la Revolución Francesa la que imbuida por el "espíritu racional" se puso a reformar todo. En ese momento se introdujo el primer sistema métrico decimal de forma oficial, pero por su impopularidad a los pocos años dejó de usarse. Los revolucionarios franceses también cambiaron cosas como el calendario, pero mientras que muchas de sus excentricidades se perdieron en los callejones de la historia, el sistema métrico volvió y, desde los años sesenta, se hizo casi hegemónico.
La clave, como en el caso de los husos horarios, está más en el comercio que en la ciencia: medidas estandarizadas hacían más sencillo el movimiento de mercancías o, dicho de otra forma, la lógica de la producción industrial en masa pedía a gritos que desaparecieran las medidas locales.
Y casi lo consiguieron
Hay que reconocer que el sistema métrico tuvo mucho éxito: dejamos de medir en leguas reales, dejamos de pesar en fanegas y dejamos de vender el vino en arrobas. Todo eso es verdad, pero, aun así, en muchos lugares se siguen usando unidades tradicionales o locales. En la vega de Granada se sigue usando el marjal para medir superficies (aunque nadie fuera de allí sepa exactamente lo que mide un marjal).
En 1975, Estados Unidos aprobó una ley para tratar de hacer la transición hacia el sistema métrico. Los esfuerzos fueron inútiles y en 1982 la administración Reagan suspendió el programa. Curiosamente, la principal fuerza "metrificadora" en EEUU han sido los tratados de comercio internacional. La adopción de productos internacionales ha hecho que se empiecen a usar medidas internacionales. Es curioso, por ejemplo, que mientras la gasolina se mide en galones, el hidrógeno (de los automóviles) se mide en litros precisamente por el efecto del mercado internacional en productos nuevos.
Pero, ¿en realidad es mejor?
En su momento, la adopción de un sistema métrico internacional era razonable: con los medios técnicos que teníamos, la conversión de unas unidades a otras era algo muy complejo y esto facilitaba los procesos industriales, comerciales e incluso sociales. Lo que no está tan claro es que hoy por hoy los beneficios compensen las pérdidas.
En realidad, pese a que pensamos en ellas en la escala métrica, las medidas que usamos son 'convenientes' ('habituales' como se denominan en el mundo anglosajón). No tienen un nombre específico, pero el vino bueno se suele vender en unidades de 75 centilitros, los refrescos en unidades de 20, 33, 100 y 200 mililitros, y el pan de molde en rebanadas. Los huevos se venden en docenas, las pizzas se piensan en octavos (o en sextos o en cuartos), pero nunca en una escala decimal. Y el café, al menos en mi ciudad, se comercializa en solo, cortado, con leche y leche manchada.
Son sólo algunos ejemplos que tratan de incidir en que (a diferencia de la forma en que nos referimos a los colores) percibimos que las unidades de medida son algo objetivo que no están íntimamente relacionadas con nuestra forma de vida, pero eso no es cierto. Las cosas miden, las cosas pesan, las cosas ocupan cierto espacio: pero las unidades y la forma en que las nombramos son propias de la sociedad y el lenguaje.
Como dice John Bemelmans Marciano en su historia del sistema de medidas norteamericano con una idea que me parece clave: en cierta forma, Estados Unidos está preservando formas importantes de pensar y de medir que los seres humanos usamos durante siglos. Y que no está muy claro por qué deberíamos de abandonar.
Repensar los sistemas de medidas
Aunque como vemos, en muchos entornos la existencia de unidades habituales es un hecho, en otros muchos no es así. Es un problema que ya 'detectó' Le Corbusier cuando propuso su "modulador". Un problema que más allá de la anécdota, tiene un impacto real sobre la vida de las personas y los problemas sociales.
Según los datos de la FAO (la organización de la ONU para la alimentación y la agricultura) un tercio de toda la comida del mundo se estropea y se desperdicia antes de ser consumido. Y, como sostienen cada vez más autores, en ese problema tienen un papel muy importante los formatos y los empaquetados. "Un empaquetado inteligente tiene que reflejar los patrones culturales, los estilos de vida y los cambios sociales", dice Elisabeth Fischer.
Aunque parezcan neutrales las cantidades con las que trabajamos están íntimamente relacionadas con las unidades que usamos. No veréis a nadie pidiendo 453 gramos de jamón en ninguna charcutería, por la sencilla razón que psicológicamente la unidad tiene cierto poder normativo. Si usamos medidas habituales para las cosas, ¿por qué no hacerlas explícitas? ¿Por qué no discutir sobre el tamaño de las unidades que sí usamos?
Problemas de este tipo, están llevando a muchos investigadores como Marciano o Fischer a apostar abiertamente por una dualidad en sistemas de medida. No se trata tanto de abandonar el Sistema Métrico Internacional, sino de convertirlo en la referencia de fondo y rescatar sistemas de medidas 'convenientes' de forma explícita.
Con la digitalización del mundo, rescatar los sistemas propios de medida y discutir sobre ellos se convierte en una estrategia proactiva para hacer frente a los problemas medioambientales, sanitarios y de estilo de vida. Una idea nueva y muy radical que suena extraña y excéntrica, pero no absurda. Veremos como evoluciona.
Imágenes | Scott Akerman