El tejado de paja nos protegía de los rayos del sol, pero no del calor tropical de la bahía. En la pausa del taller de investigación todo el mundo salió a tomar el aire, y pequeños grupos se separaron para reunirse bajo la sombra de los cocoteros y disfrutar de la brisa.
Iba de grupo en grupo uniéndome a las conversaciones y en cada una de ellas me di cuenta de que el idioma que se hablaba cambiaba de una lengua indígena a una que sabían que yo podía entender, ya fuera bislama o inglés. Me sorprendió la facilidad con la que los participantes de la conferencia cambiaban de idioma, pero lo que más me asombró fue la gran cantidad de lenguas indígenas diferentes.
Se habían reunido 30 personas para unas conferencias en la isla Makelua del Pacífico Sur y todas menos yo procedían de esta isla que pertenece a Vanuatu. Ellos vivían en 16 comunidades diferentes y hablaban 16 idiomas distintos.
En muchos casos basta con estar a las afueras de un pueblo para poder ver dónde comienza la siguiente comunidad, pero los habitantes de cada pueblo hablan idiomas completamente diferentes. Según un reciente trabajo llevado a cabo por mis colegas del Instituto Max Planck para la Ciencia de la Historia Humana, en esta isla de solo 100 kilómetros de largo y 20 de ancho cohabitan hablantes de aproximadamente 20 lenguas indígenas diferentes ¿Por qué tantas?
Podríamos preguntarnos lo mismo para todo el mundo. La gente no habla un idioma universal, ni siquiera unos pocos idiomas. De hecho, en la actualidad nuestra especie habla en total más de 7.000 lenguas diferentes.
Y todos estos idiomas no están propagados por el planeta al azar. Por ejemplo, existen muchos más idiomas en las regiones tropicales que en las zonas templadas. En la isla tropical de Nueva Guinea existen más de 900 idiomas diferentes y en Rusia, con una superficie 20 veces mayor, solamente hay 105 lenguas indígenas. Incluso en los trópicos hay muchas diferencias en cuanto a la diversidad lingüística. Por ejemplo, los 250.000 habitantes de las 80 islas de Vanuatu hablan 110 idiomas diferentes, pero en Bangladesh con una población 600 mayor solamente se hablan 41 lenguas.
¿Por qué los humanos hablamos tantos idiomas y por qué están repartidos de forma tan irregular por el mundo? La verdad es que tenemos pocas respuestas claras para estas cuestiones fundamentales sobre la forma en la que nos comunicamos como especie.
Tenemos algunas ideas, pero pocas evidencias
La mayoría podríamos intentar responder a estas preguntas y probablemente pensaríamos que la diversidad lingüística se debe a motivos históricos, diferencias culturales, montañas u océanos que dividen a las comunidades o a viejas enemistades basadas en algo del tipo: "los odiamos, así que no nos comunicamos con ellos".
También parece que son preguntas fundamentales para muchas disciplinas académicas como la lingüística, la antropología y la geografía humana. Sin embargo, cuando en nuestro equipo de investigadores procedentes de seis disciplinas y ocho países diferentes comenzamos en 2010 a revisar lo que ya se sabía al respecto, nos sorprendimos al saber que solamente se habían hecho una docena de estudios sobre el tema hasta la fecha, incluyendo uno que habíamos realizado nosotros mismos sobre la diversidad lingüística en el Pacífico.
Todas estas iniciativas anteriores examinaron hasta qué punto las variables medioambientales, sociales y geográficas guardaban relación con el número de lenguas de una zona determinada. Los resultados eran muy diferentes en cada estudio y no se puede llegar a una conclusión clara porque estos estudios académicos también tropezaron con muchos retos metodológicos, principalmente con la antigua falacia estadística de que la correlación no implica causalidad.
Queríamos saber las pautas exactas que hicieron que se formaran tantas lenguas en algunas zonas determinadas y tan pocas en otras. Sin embargo, los estudios previos proporcionaban pocas hipótesis sólidas sobre los procesos específicos involucrados en el desarrollo de las lenguas, y los métodos utilizados no nos aclararon las dudas sobre los patrones de diversidad lingüística.
Por ejemplo, existen estudios previos que señalan que en latitudes más bajas las lenguas tienden a hablarse en zonas más pequeñas que en latitudes más altas. Se pueden juntar más idiomas en una zona determinada cuánto más cerca esté del Ecuador. Pero estos resultados no nos dicen mucho acerca del proceso por el cual se produce tanta diversidad lingüística. Simplemente porque un grupo de personas cruce una línea latitudinal imaginaria en un mapa no significa que automáticamente se vaya a dividir en dos grupos de población diferentes que hablan dos lenguas distintas. Puede que la latitud esté relacionada con la diversidad lingüística, pero está claro que no es el factor causante.
¿Puede un simple modelo predecir la realidad?
Una mejor manera de identificar las causas de ciertos patrones es simular los procedimientos que creemos que podrían estar creando. Cuánto más se parezcan los modelos a la realidad, más posibilidades tendremos de comprender los procedimientos involucrados.
Dos miembros de nuestro equipo, los ecologistas Thiago Rangel y Robert Colwell han desarrollado una técnica de simulación para sus estudios sobre los tipos de diversidad en las especies, pero se trata de un método que nunca ha sido utilizado para estudiar la diversidad de las poblaciones humanas.
Decidimos explorar su potencial elaborando un modelo simple para probar hasta qué punto algunos procesos básicos podrían explicar los tipos de diversidad lingüística en una zona del planeta: Australia.
Nuestra compañera Claire Bowern, una lingüista de la Universidad de Yale, creó un mapa que muestra la diversidad de las lenguas aborígenes (un total de 406) registradas en Australia antes de la llegada de los europeos. Había muchas más lenguas en el norte y en las costas, mientras que en el desierto del interior había más bien pocas. Queríamos ver si un simple modelo basado en un conjunto de procesos podría corroborar esta distribución geográfica de la diversidad lingüística.
Nuestro modelo de simulación solo se basó en tres suposiciones básicas: primero, las poblaciones se desplazan para ocupar lugares donde no vive nadie.
Segundo, las precipitaciones limitan el número de personas que pueden vivir en un lugar determinado; nuestro modelo asumía que había una mayor densidad de población en las zonas donde llovía más. Las precipitaciones anuales en Australia varían mucho dependiendo de la zona.
Tercero, dimos por hecho que las poblaciones humanas tienen un tamaño máximo. El tamaño ideal de un grupo es un equilibrio entre los beneficios de un grupo más grande (una mayor selección de potenciales parejas) y los costes (control de las personas no emparentadas). En nuestro modelo, cuando un grupo de personas superaba el límite máximo establecido de forma aleatoria según una distribución global del tamaño de una sociedad de cazadores-recolectores, dicho grupo se dividía en dos y cada uno hablaba un idioma distinto.
Utilizamos este modelo para hacer una simulación de los mapas de diversidad lingüística en Australia. En cada iteración surgía al azar una población inicial en algún lugar del mapa y comenzaba a crecer y a expandirse en una dirección aleatoria. En un mapa subyacente de precipitaciones se determinaba la densidad de población y cuando el tamaño de dicha población alcanzaba el máximo predeterminado, se dividía el grupo. De esta forma realizamos una simulación de cómo las poblaciones humanas crecían y se separaban mientras se propagaban hasta cubrir toda la isla de Australia.
Nuestro modelo simple no incluía ninguna variable sobre el impacto del contacto entre grupos, cambios en sus estrategias de subsistencia, los efectos del préstamo de ideas culturales o de componentes lingüísticos de grupos cercanos o muchas otras posibles variables. Por eso pensábamos que nuestro modelo iba a ser todo un fracaso.
Increíble pero cierto, el resultado de nuestro modelo fueron 407 lenguas, solo una más que la cifra real.
Los mapas lingüísticos de simulación también muestran más lenguas en el norte y por las costas, y menos en las regiones más áridas del centro de Australia, lo que corrobora las pautas geográficas observadas en la diversidad lingüística.
En el caso de Australia parece ser que un pequeño número de factores (las limitaciones de las precipitaciones en la densidad de población y los límites en los tamaños de las poblaciones) podrían explicar tanto el número de lenguas como la mayor parte de la variación sobre cuántos idiomas se hablan en diferentes localizaciones.
Aplicando el modelo al resto del mundo
Sin embargo, sospechamos que las pautas de la diversidad lingüística en otros lugares se forman según factores y procesos diferentes. En otras localizaciones, como en Vanuatu, los niveles de precipitaciones no varían tanto como en Australia y la densidad de población se puede deber a otras condiciones medioambientales.
En otros casos, es probable que el contacto entre los grupos humanos cambiara el panorama de la diversidad lingüística. Por ejemplo, la expansión de los grupos de agricultores que hablaban lenguas indoeuropeas o bantúes podrían haber cambiado la estructura de las sociedades y de los idiomas hablados a lo largo de grandes extensiones de terreno en Europa y en África, respectivamente.
No hay duda de que son muchos los factores y procesos sociales y medioambientales que han contribuido a formar la diversidad lingüística que existe en nuestro planeta. En algunos lugares la topografía, el clima o la densidad de las materias primas más importantes pueden haber sido factores más críticos; mientras que en otros lugares la guerra, la organizaciones políticas o las estrategias de subsistencia de las diferentes sociedades pueden haber tenido un papel más importante a la hora de dar forma a las fronteras sociales y a las pautas de diversidad lingüística. Lo que hemos conseguido establecer hasta ahora es una plantilla para un método que puede ser utilizado para descubrir los diferentes procesos que ocurren en cada lugar.
La diversidad lingüística ha tenido un papel clave en la forma de interactuar entre las diferentes sociedades y en la historia de nuestra especie, pero es sorprendente lo poco que sabemos acerca de los factores responsable de dicha diversidad. Esperamos que otros científicos se apasionen tanto por la geografía de la diversidad lingüística como nuestro grupo de investigación y se unan a nuestra búsqueda de la razón por la que los humanos hablamos tantas lenguas diferentes.
Autor:
- Michael Gavin, Profesor Asociado de Dimensiones Humanas de Recursos Naturales, Colorado State University
Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation. Puedes leer el artículo original aquí
Traducido por Silvestre Urbón
Fotos | iStock, Man Vyi