Hay un capítulo de Doctor Who donde el Doctor y Sarah Jones visitan la ciudad de Nueva Nueva York y descubren que la humanidad vive en un embotellamiento perpetuo dentro de una autopista. Es un señor atasco porque, según estiman los conductores (y cogiendo el carril rápido), se tardan una media de seis años en recorrer 16 kilómetros. No está mal.
'Gridlock', que es como se llamaba el capítulo, siempre me generó uns sensación extraña, como de profecía. Solo basta con fijarnos en las previsiones de crecimiento de la ONU: 9.000 millones de personas para 2050 y unos 11.000 millones a finales de siglo. Mientras hablamos de la "España vacía", parece que el mundo crece de forma enloquecida. Más vale que nos preparemos para ese atasco sin fin.
O no. La clave del párrafo anterior está en el "parece". Mientras que todos hemos escuchado hablar en algún momento del problema de la superpoblación, resulta que hay cada vez más demógrafos discutiendo las cifras de Naciones Unidas. ¿Y si todo es mentira? ¿Y si lo que señalaran las estadísticas es, en realidad, que el mundo se va a quedar vacío?
El fin del mundo no lo provocarán los paritorios
Decía el viejo Malthus que toda la historia de la humanidad es una lucha a navaja entre el miedo y el instinto. Si ganaba el miedo a la miseria, a la pobreza y al hambre, todo bien. Si, en cambio, al hombre le "arrastra su instinto, la población crece más que los medios de subsistencia" y el resultado la catástrofe, la guerra y las hambrunas. Lo que ocurre es que Malthus se equivocaba.
Por eso las cifras de la ONU son un problema; porque si echamos la vista atrás, son creíbles. En los últimos 200 años, la población ha crecido como nunca hubiéramos podido imaginar y, sin embargo, si falta comida en alguna parte del mundo no es porque no se pueda producir. Aunque los límites físicos y medioambientales de la Tierra son finitos, hemos resultado ser bichos muy resistentes.
Aunque la confianza vana en el progreso es peligrosa, las grandes políticas internacionales van encaminadas a prepararnos para la superpoblación. Pero, ¿y si estuviéramos mirando mal los datos? "La población mundial nunca llegará a los nueve mil millones de personas. Alcanzará un máximo de 8 mil millones en 2040, y luego disminuirá”, explicaba en The Guardian Jørgen Randers, un demógrafo noruego conocido por sus trabajos sobre superpoblación. No es una opinión aislada, cada vez hay más expertos que señalan que las alarmas de sobrepoblación igual estaban equivocadas.
Cómo evoluciona la población
El modelo de Naciones Unidas tiene, básicamente, tres grandes parámetros: las tasas de fertilidad, las tasas de migración y las tasas de mortalidad. Hay muchas cosas que no están contempladas dentro de esos modelos como la educación femenina o las tasas de urbanización. El motivo es sencillo: en principio, toda estas cosas deberían verse en reflejadas en las tres tasas básicas y sí, es cierto.
El problema es que sin modelos precisos sobre cómo funciona la demografía, no podemos entender la estructura de las tendencias (ni cuándo van a cambiar). Por ejemplo, la tasa de natalidad en Filipinas es muy parecida a la que había en los años 60 en EEUU. Podríamos concluir que la transición demográfica sigue su recorrido normal; es decir, más desarrollo es igual a menos natalidad. Así es. El detalle está en el ritmo.
El problema es que mientras EEUU tardó 160 años de pasar de 3.7 hijos por familia a 2.7, Filipinas lo ha hecho en 15 años. Con los análisis de la ONU no podemos entender bien por qué el mundo se acerca tan rápido hacia cifras compatibles con el invierno demográfico. El caso más claro es África donde las cifras llevan años fallando sistemáticamente.
¿Qué está ocurriendo en África?
La primera respuesta que podemos intentar es que el continente africano se está urbanizando casi dos veces más rápido de lo que lo hace el mundo y las ciudades nos hacen tener menos hijos. La mayoría de demógrafos 'disidentes' están de acuerdo de que la urbanización de la población mundial es un factor fundamental de este cese de la fertilidad.
No es nada ‘biológico’, tiene más que ver con los incentivos sociales y el cambio cultural. Las ciudades son entornos donde tener muchos hijos no supone un retorno económico importante. En el mundo rural un niño es un activo, en la ciudad es una carga. Y parte del encallamiento demográfico de los países occidentales se debe a que sus entornos rurales se pareen más a pequeños barrios urbanos aisladas que al mundo rural del resto del mundo.
La población mundial se está haciendo urbana a marchas forzadas: En 2007, la mitad de la humanidad ya vivía en ciudades por primera vez. Ahora somos un 55% y llegará al 66% antes de 2050. Solo este dato ya nos avisa que nos acercamos a una disminución global de las tasas de fecundidad. Pero es que si preguntamos a la gente, no encontramos lo mismo.
Un cambio cultural
Acaba de salir ‘Empty Planet’, un libro del periodista canadiense John Ibbitson y el politólogo Darrell Bricker en el que se analiza con detalle no solo las cifras generales de la población global sino, sobre todo, qué es lo que hace que la gente tenga hijos. Porque además de la cuestión puramente económica, las ciudades también tienen un efecto corrosivo sobre la capacidad del entorno familiar y religioso para presionar a las mujeres y los hombres. En las ciudades, las mujeres gozan de una mayor autonomía, realizan estudios superiores, retrasan la edad del primer hijo.
En ‘Empty Planet’, Ibbitson y Bricker realizan encuestas en más de 26 sociedades distintas y los resultados parecen convincentes: a la pregunta “¿Cuántos hijos quieres tener?”, la respuesta tiende a converger en torno a los dos retoños. Esto tiene una explicación sociológica y cultural. Como explica Amparo González, investigadora especializada en migración internacional, si algo nos han enseñado todos estos años de estudiar las dinámicas de la migración en Europa es que “las mujeres inmigrantes tienden a adoptar los patrones reproductivos del país receptor, en gran medida porque sufren las mismas barreras que ellas y con mayor intensidad”.
Lo que ocurre es que la globalización, con su urbanización, sus dinámicas sociales de trabajo y sus exigencias familiares, está cambiando el terreno de juego. No trata de llevar migrantes a las capitales globalizadas, trata de llevar la cultura de esas sociedades globalizadas a donde viven los inmigrantes. Las ciudades de todo el mundo son, esencialmente, la misma ciudad: una ciudad donde se tienen pocos hijos.
¿Hacia el invierno demográfico?
Es difícil de decirlo, la verdad. Los datos como los del libro de Ibbitson y Bricker son más eficaces erosionando el relato oficial del 'problema de la superpoblación' mundial que construyendo un modelo alternativo. Primero, porque no tenemos mucha experiencia en gestionar (cultural, social e ideológicamente) sociedades con pocos niños.
Y, segundo, porque desconocemos de qué tecnología dispondremos en el futuro (Hola, Marte). De esas dos cosas, de los cambios socioculturales y tecnológicos, depende si el planeta seguirá creciendo, se estancará o se quedará vacío. Pero con los datos que tenemos, más vale ir preparándonos para estar un poquito más solos.
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