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El enorme reto lingüístico y tecnológico que supone querer traducir la palabra "sorpresa" en 2.474 idiomas distintos

La palabra hawaiana "pu'iwa" significa, a la vez, "miedo" y "sorpresa". Es más, esos dos conceptos están muy entrelazados en las distintas lenguas austranesias como el malayo, el indonesio, el javanés o el tagalo. Sin embargo, un poco más al norte, las lenguas tai-kadai asocian la "sorpresa" al "deseo" y la "esperanza".

Otro ejemplo muy curioso es el amor. En las lenguas indoeuropeas, las palabras que tenemos para hablar del amor están vinculadas estrechamente con cosas como "querer" o "gustar". Mientras tanto, en los idiomas austranesios, por no salirnos del mismo ejemplo, el amor está unido a la "lástima" y quizás la "compasión".

La pregunta, en plena era de la traducción automática, es si estos casos son meras curiosidades o si, en realidad, los diccionarios y traductores nos están dando una falsa sensación de equivalencia. La respuesta, según un equipo germanoamericano de investigadores, es que, al menos en el campo de los conceptos emocionales, la traducción es un enorme problema que aún no sabemos cómo resolver.

¿De qué hablamos cuando hablamos de una sorpresa?

Para responder a esa pregunta, Joshua Conrad Jackson de la Universidad de Carolina del Norte Chapel Hill y su equipo han rastreado miles de conceptos en más de 2.474 idiomas distintos con ayuda del Instituto Max Planck para la Ciencia de la Historia Humana. Los resultados han sido "sorprendentes".

Y nunca mejor dicho porque fue la palabra "sorpresa" las que les puso sobre la pista de las profundas diferencias que existen entre distintas familias de lenguas. Porque "aunque podríamos decir que hay una palabra para la ira en cientos de idiomas, estas palabras en realidad parecen no significar lo mismo", explicaba Jackson.

De esta forma, el equipo descubrió que, siguiendo el marco de la "universalidad de las emociones", los conceptos emocionales tienden a agruparse según determinados criterios comunes (si son positivos o negativos; si son pasivos o activos). También descubrieron que las conexiones entre palabras se parecían más en familias de idiomas geográficamente más cercanas. Algo que, por otro lado, es bastante razonable.

Sin embargo, y este es el detalle realmente importante, esas similitudes se desdibujan cuando nos adentramos un poco más. “Las personas pueden tener la experiencia universal de que su corazón late más rápido cuando están amenazadas. Sin embargo, existe una variabilidad en la forma en que damos sentido a esa experiencia, los comportamientos que asociamos con la experiencia y la forma en que comunicamos verbalmente la experiencia a otras personas", explicaba Jackson.

El reto tecnológico de hablar de emociones

Esto, escondido en un problema cultural, esconde un reto tecnológico bastante considerable. Es cierto que, a día de hoy, solo un centenar de lenguas poseen herramientas potentes de traducción. Sin embargo, la cifra cada vez es mayor y, lo que es más significativo, cada vez es más común recurrir a esta tecnología.

¿Hasta qué punto podemos fiaros de los sistemas de traducción automática no ya en errores de bulto sino en las sutiles diferencias conceptuales en las que se basan buena parte de las relaciones humanas? Sobre todo, en traducciones que no tienen claras ni los mismos especialistas. Esa parece ser una de las grandes preguntas que la traducción tendrá que resolver en los próximos años si quiere hablar de las emociones. ¿Quién le iba a decir a los defensores del Canon que para el avance de la comunicación humana iban a terminar siendo fundamental las novelas de Corín Tellado?

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