Hace tres años, David Albin era un tipo normal que trabajaba en un banco y vivía en un suburbio de San Diego. Entonces, en un abrir y cerrar de ojos, su Honda Civic y el Hyundai Sonata de su esposa dejaron de funcionar. "Ratas. No me mire así, son ratas", le dijeron en el taller al tiempo que le cobraban 2.500 dólares por la reparación de uno y 9.300 por la del otro. Desde ese momento, Albin se obsesionó con el asunto, había nacido "Rat King Dave"
Rastreando por foros de internet y hablando con mecánicos del sur de California, se dio cuenta de que en los últimos años cada vez había más personas con ese mismo problema y creó una comunidad en internet, primero, (y un negocio, después) para ayudarles a alejar a los roedores del cableado de sus coches. Al principio, ante la falta de datos oficiales, yo me mostré escéptico con el discurso de Albin. Al fin y al cabo, es una parte (muy) interesada.
Pero, cuando me puse a investigar, descubrí que no es un caso aislado.
Golosinas dentro del capó
En los últimos años se han presentado más de seis demandas colectivas contra fabricantes de automóviles por haber creado un cableado demasiado atractivo para los roedores. Esto puede parecer extraño, pero es más común de lo que parece. Hasta hace tres décadas, las entrañas de los automóviles estaban hechas solo de metales, vidrios y plásticos. Materiales, en definitiva, poco apetecibles para los animales, pero tremendamente contaminantes en un momento en que la industria no tenía mucha capacidad técnica para reciclarlos o reusarlos.
Por eso, las regulaciones medioambientales de mitad de los 80, empezaron a exigir cambios a los fabricantes. Y, como explicaban nuestros compañeros de Motorpasión, los cambios vinieron en forma de nuevos materiales: sojas, salvado de arroz, madera, azúcares, aceites vegetales o sustancias aromáticas como la vainilla. Como dice la Asociación Americana del Automóvil, los coches modernos se han convertido en una "mezcla heterogénea de golosinas" para muchos animales.
Esto es importante, efectivamente. Marmotas, comadrejas, buitres y conejos también siembran el terror en el parque automovilístico. Sin embargo, con las ratas (y su tendencia a buscar refugio en los automóviles durante el invierno) es un asunto más serio porque, en fin, están por todas partes. Y creciendo, porque, según cada vez más investigaciones, las ratas serían uno de los grandes beneficiados del cambio climático.
Las ratas que conquistaron el cambio climático
Bobby Corrigan, profesor de la Universidad de Cornell y una de las referencias internacionales en ratas urbanas, decía hace unos días que "el aumento de las temperaturas podría convertir las grandes ciudades en el hábitat idóneo para que las ratas se reproduzcan". Y es que, a medida que las temperaturas se acercan a los 30 grados, el ecosistema roedor se vuelve inmejorable.
Corrigan estima que en la última década las poblaciones de ratas han crecido entre un 15 y un 20 por ciento. Y no es raro, hay que tener en cuenta que el periodo de gestación de las ratas es muy rápido (14 días) y las crías pueden empezar a reproducirse con un mes de vida. Es decir, en buenas condiciones, "una camada de nueve crías (dentro de la media) genera 270 individuos en un período de 30 semanas, que ascienden a 11.907 al cabo de un año".
Esto ya es un problema por sí solo. Al fin y al cabo, el aumento de las ratas en las ciudades, puede tener efectos negativos para la salud y el control de enfermedades. Pero si le sumamos el problema del automóvil, la situación puede acabar por volverse bastante costosa.