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La bicicleta hizo más por la emancipación de la mujer que cualquier otra cosa

«Para los hombres, la bicicleta fue un juguete nuevo, otra máquina para añadir en la larga lista de cacharros que tenían para trabajar o para jugar. Para las mujeres, fue un corcel con el que cabalgaban hacia un mundo nuevo».

Así hablaba sobre la bicicleta la revista norteamericana Munsey's en 1896. Y forma parte de una de mis historias favoritas sobre la tecnología; una en la que se ve que la tecnología es, sobre todo, una forma de cambiar el mundo. Tecnologías tan sencillas como una simple bicicleta.

¿Bicicletas? ¿En serio estamos hablando de bicicletas?

No, las bicicletas no reivindicaron el sufragio exponiéndose personalmente en sociedades cerriles y machistas. No, las bicicletas no dedicaron horas y horas a enseñarle a las obreras las letras y los números para que pudieran reivindicar sus derechos.

Y no, por supuesto que no defendieron en reuniones, mítines y parlamentos la dignidad de un género que ya dejaba de ser, como reza aún en el diccionario, el "sexo débil". Pero, por más que leo sobre ello, no deja de sorprenderme el papel revolucionario que tuvieron las bicicletas en la liberación de la mujer.

No es cosa mía, claro. La frase que titula este artículo («nada ha hecho más por la liberación de la mujer que la bicicleta») la dijo Susan B. Anthony, una importantísima feminista y sufragista norteamericana, en una entrevista también en 1896. Repetirlo, aún hoy que tenemos todos los datos e historias que recogió Sue Macy en su libro, se me sigue haciendo raro. Pero quizás sea porque nunca me había fijado en los detalles.

Las dos historias de la bicicleta

La palabra 'bicycle' apareció en inglés por primera vez en 1868 en el The Daily News (un periódico que, por cierto, fundó Charles Dickens). Para encontrarla en español tenemos que esperar un poco, a 1899, cuando aparecen tanto 'biciclo' (del inglés 'bicycle') y, la más popular, 'bicicleta' (del francés 'bicyclette').

Y es que aunque se suele considerar al Barón von Drais como el padre de la bici por unos cacharros que fabricó entre 1817 y 1818; y la primera bicicleta de pedales se desarrolló en Escocia en 1839: no fue hasta la segunda mitad del siglo XIX (con la invención de la cadena y, sobre todo, tras la de la cámara de caucho en 1890) cuando la bicicleta se hizo realmente popular y comenzamos a necesitar una palabra distinta de 'velocípedo' pare designar ese tipo de mecanismos.

Pero como decía Munsey's, si nos fijamos solo en la historia de los hombres en bicicleta difícilmente veremos más allá de los tours y otras actividades lúdicas. Si nos fijamos en la historia de las mujeres en bicicleta veremos como los derechos de la mujer cogieron forma sobre dos ruedas.

El mundo estrecho

Pero para verlo debemos ser conscientes de cómo era la vida de las mujeres (sobre todo, la vida de las mujeres de clase media y alta) en aquella época. Su mundo, en un universo donde "la mujer del César no sólo debía ser honesta, sino parecerlo", era muy estrecho. Siempre supervisadas por un paternalismo asfixiante que las confinaba entre las paredes de su casa, de los salones de té y las fiestas sociales.

Desde fuera, la vida de las novelas de Jane Austen es terriblemente romántica, desde dentro era (como describen innumerables cartas y diarios del XIX) un horror. Ahí, la bicicleta aportó algo inesperado, aportó libertad. «A tu manera, descomplicado, en una bici que te lleve a todos lados» que dijera la canción de Shakira y Carlos Vives.

No es extraño que, por ejemplo, Frances Willard, que fue presidenta de la WCTU, una de las organizaciones sufragistas cristianas más importantes del XIX americano, dedicara un libro entero a la bicicleta: con 53 años, y montando en una, experimentó como una epifanía esa sensación de libertad que la orientó hacia el activismo. Tenemos testimonios parecidos de mujeres como Annie Oakley, famosa tiradora del espectáculo de Buffalo Bill, o Marie Curie.

La (lucha por la) libertad viaja sobre dos ruedas

Una tecnología tan simple como la bicicleta (en un contexto social como el de finales del XIX) se convirtió en un elemento liberador en sí mismo que permitía salir de los acartonados salones de sociedad, buscar espacios propios y, sobre todo, experimentar la misma realidad de siempre de una forma nueva. La bicicleta cambió el mundo cambiándolas a ellas y haciéndolas despertar como lo que eran, ciudadanas.

Quizá el signo más claro de este cambio fue el uso de pantalones, un símbolo del poder masculino. Efectivamente, las bicicletas impulsaron lo que se conoció como "vestido racional", algo que no solo era casi tres kilos más ligero que los vestidos tradicionales, sino que llevaba incorporados pantalones bombachos para poder pedalear de forma, eso, más racional.

El debate social fue encendidísimo y surgieron voces que empezaron a preguntar en público si 'hacer excursiones en bicicleta' era un comportamiento propio de una dama o si su 'falta de habilidades naturales' no hacían que el uso femenino de la bici fuera un peligro.

Charlotte Smith, de la Women's Rescue League, escribió también en 1896: "La moda de andar en bicicleta que triunfa entre las mujeres jóvenes ha ayudado a aumentar las filas de chicas imprudentes. Algo que solo conseguirá crear un ejército permanente de mujeres marginadas". Argumentos que aún hoy se usan en países como Arabia Saudí para mantener a las mujeres alejadas del volante del coche.

Formas de cambiar el mundo

Ya decía, al comenzar del artículo, que esta era una historia sobre cómo una pequeña tecnología puede cambiar y cambiarnos hasta que todo parezca irreconocible. Incluso cuando hablamos de tecnologías que sencillamente permiten que experimentemos cosas nuevas.

Quizá por eso no puedo dejar de pensar sobre cómo nos están cambiando los móviles, los realidad virtual o Internet. Quizá por eso también soy optimista. No, no es que crea que las nuevas tecnologías sean intrínsecamente buenas, ni que las transformaciones que nos están provocando sean necesariamente positivas. Sino que, como nos explica la historia, la tecnología nos da oportunidades que no deberíamos dejar pasar.

Imágenes | Lillybridge Collection, Beth Emery Collection, Norman Batho Collection, Kamyar Adl

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