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La interfaz de usuario de una cápsula Soyuz: cuando lo más práctico es "evitar" el avance tecnológico

Cuando hablamos de interfaces de usuario normalmente pensamos en programas o apps que usamos en un ordenador, un tablet o algún otro dispositivo con pantalla de manera habitual aquí... En la Tierra. ¿Pero qué ocurre si pensamos en la interfaz que ha de emplearse en un lugar como el espacio, donde la interacción puede no ser tan cómoda y los usos tan distintos?

Eso mismo se preguntaba Charles Simonyi, un nombre que quizás de buenas a primeras nos pueda no sonar pero que puso su pequeña pieza en la historia al ser uno de los ingenieros de software que participó en el desarrollo de importantes procesadores de texto como Microsoft Word. Algo que no fue suficiente para el húngaro, que logró poner sus pies en el espacio e irremediablemente sus ojos fueron directos al software.

Una "traducción" del panel físico, tal cual

Para ponernos un poco en contexto, merece la pena mencionar algunos pasos en la carrera de Simonyi porque como hemos comentado su trayectoria es destacable. Antes de participar en el desarrollo de Word en Microsoft ya registró una importante contribución a la creación de software e interfaces al formar parte del grupo que desarrolló el procesador de textos Bravo en Xerox Parc, considerado el primer procesador de textos What-You-See-Is-What-You-Get (WYSIWYG, es decir, que permite ver el resultado final a medida que se escribe el texto).

Pero lo dicho, sus aspiraciones no quedaban de exosfera para dentro y el ingeniero mantenía en paralelo otra pasión: el espacio. De hecho, cuentan en IEEE Spectrum que ya de niño manifestó este particular interés y aprendió inglés por sí mismo (y hay que decir que el húngaro es uno de los tres idiomas más complejos del mundo, sin raíces comunes ni con el inglés ni con ningún otro). ¿Y qué palabra fue la primera que aprendió según cuenta el propio Simonyi? Propellant, es decir, propulsor.

De izquierda a derecha: el astronauta Michael Barratt, el astronauta Koichi Wakata y Charles Simonyi, en el módulo de servicio Zvezda de la ISS. Imagen: NASA

Sumido en esta pasión logró conocer a algunos de los astronautas rusos a los 12 años gracias a haber ganado un concurso de televisión, pero a esa edad (en 1960) lo de ser un turista espacial no se planteaba con tanta "normalidad" como ahora ni mucho menos. El ser humano aún no había llegado a la Luna, para eso faltaban 9 años, momento para el cual Simonyi se alquiló un televisor y así poder seguir el hito espacial.

De hecho, no pudo lograr viajar al espacio hasta 2007, momento en el cual ya se podía visitar la Estación Espacial Internacional (ISS) como turista (después de pagar unos 20 millones de dólares por una estancia de diez días). Para ello entrenó con los astronautas en Houston y en la Ciudad de las Estrellas (Rusia), donde además perfeccionó el ruso.

Finalmente el 7 de abril de 2007 se montó en la Soyuz TMA-10 (gracias a la compañía de turismo espacial Space Adventures). Pero algo más allá del vuelo captó su atención: la interfaz de usuario de los sistemas informáticos de la cápsula.

Explicaba el húngaro que para él esa interfaz era como una simulación de un panel de control con botones físicos de alguna nave anterior. Contaba en unas jornadas sobre el impacto del desarrollo del software en la industria espacial del Computer History Museum que querían reaprovechar la preparación y la documentación para esos paneles físicos, de modo que crearon un emulador con Unix cuyos botones virtuales eran un clon del panel de control antiguo (tenéis el vídeo disponible en el perfil de Facebook del CHM, empieza con esto más o menos en el minuto 25).

Explica que la interacción se basa en el uso de un cursor y otro botón para "Aceptar", pero que el hecho de adaptar ese diseño de panel físico antiguo a interfaz virtual implicaba un manejo algo engorroso al basarse en ir pulsando números de un panel para entrar a los menús.

Como curiosidad, añade que se usó una CPU Intel 386, que pese a ser antigua resistía mejor a la radiación y los ingenieros espaciales preferían sus características en el momento. Y reflexionaba sobre lo irónico que resultaba ver que lo moderno intentaba mantener las raíces de lo antiguo, algo que Matthew Shindell (historiador especializado en ciencia espacial) razonaba explicando que a veces "parar" el progreso tecnológico podía ser esencial para evitar problemas.

"Podéis ver como incluso con la evolución de la tecnología, ellos [los ingenieros espaciales rusos] quisieron mantener tal y como estaban los máximos elementos posibles". Charles Simonyi

"Si hay software, hay espacio"

Así se titulaba la conferencia en la que participaba Simonyi y contaba todas estas cosas (un título quizás inspirado en la lógica proposicional, en la conectiva lógica p->q). Ese condicional resume muy bien la idea que quisieron contar los ponentes, en la que entre tanta interfaz y anécdota Simonyi recomienda (mucho) la película 'Gravity' (y quien os escribe, también) explicando qué se encontró una vez en la cápsula.

El ingeniero húngaro hizo dos viajes al espacio (y no ha habido más de momento porque los deberes familiares le llamaban). El segundo viaje a la ISS también fue con Space Adventures en 2009, con la misión Soyuz TMA-14 con el objetivo de investigar sobre la contaminación radiactiva de la ISS, así como los efectos de los vuelos espaciales en el cuerpo humano (aunque sobre esto ya vimos las conclusiones del estudio de los gemelos espaciales).

Se calcula que los viajes le costaron en total unos 44 millones de euros, un pellizco de la fortuna que se estima que amasó tras sus trabajos en Xerox, Microsoft y otras empresas (como la que él mismo fundó). De hecho, también tiene una labor filantrópica y ha donado diversas sumas a instituciones académicas y a la construcción de estructuras de investigación espacial como telescopios.

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