La Historia es mucho más que reyes y batallas. Es también la historia de los ingenieros que levantaron puentes, muros y catedrales; la historia de los gremios que crearon los más finos tejidos y los más vistoso colores; la historia de las fundiciones que convirtieron pequeños herreros en exquisitos maestros de orfebrería.
Pero esa historia tecnológica e industrial es mucho más volátil. Se pierde con mucha mayor facilidad y, de hecho, la estamos perdiendo pese a los esfuerzos para que esto no sea así. Algún día, dicen los expertos, nos preguntaremos dónde están las minas, las fábricas y los ordenadores que nos trajeron aquí. Pero ya habrán desaparecido.
El último ejemplo: las minas
No tuvo que pasar mucho tiempo desde que los seres humanos comenzáramos a fabricar herramientas de piedra hasta que nos dimos cuenta que no todos los guijarros eran iguales. Había piedras y rocas mejores que otras y, esto es importante, las rocas buenas eran escasas.
Ese fue el momento en que la minería comenzó a dar sus primeros pasos. Con el paso del Paleolítico al Neolítico, comenzamos a encontrar numerosas evidencias de esas primeras minas subterráneas por toda Europa (cuyo ejemplo más famoso quizás sea el yacimiento de Rijckholt en Países Bajos con pozos de hasta 15 metros de profundidad).
Y desde entonces no solo nos han acompañado durante miles de años, sino que en la última parte del camino se volvieron esenciales. La plata y el oro americanos cambiaron de raíz la geopolítica del mundo, pero fue, sobre todo, el carbón lo que impulsó un cambio radical del mundo tal y como era. Un cambio que se llamó revolución industrial.
Pero las cosas empezaron a cambiar en algún momento a finales del siglo XIX. La industrialización, las prácticas mineras y las condiciones sociales se habían vuelto tan complejas que ya en 1888 se realizó la primera gran manifestación ecologista de la historia en Huelva a la que acudieron más de 12.000 personas y que acabó transformándose en una matanza sin paliativos.
Aun así han tenido que pasar 130 años para que la minería vaya desapareciendo progresivamente de Europa. El cambio social, económico y tecnológico de las cuencas mineras ha sido brutal: a finales de los 60 y principios de los 70, la minería empleaba a más 28.000 personas; hoy supera, no sin muchas dificultades, a 1500.
Es decir, con la presión de las nuevas fuentes de energía y la deslocalización industrial, la minería y sus cuencas son la definición viva de un muerto viviente industrial. La pregunta durante todo este tiempo era si había algún futuro para todo ese patrimonio o lo más inteligente era cerrar las cuencas con llave y tirarla en algún pozo.
Una historia que se repite
En el fondo, las minas son lugares industriales atípicos. Son lugares atravesados no solo por factores económicos, sino también por dimensiones antropológicas y paisajísticas. Pero hay muchos otros lugares que han sido centrales en la historia tecnológica e industrial del país.
De hecho, hoy no me interesa tanto la mina en sí, como la conservación y el cuidado de nuestra historia tecnológica. El año pasado, el ayuntamiento de Zaragoza acordaba la demolición de la fundación Averly una joya del patrimonio industrial internacional declarada por el World Monuments Fund uno de los 50 bienes industriales en peligro más importantes del mundo. Y sí, sobre muchas de sus naves, se levantan hoy bloques de viviendas.
Pocos son los lugares que como las Fábricas de Cobre y Latón de Riópar en Albacete (una fundición que data de 1772 y que todavía en 1954 era considerada una "empresa modelo" en el país) aspiran a convertirse en Conjunto histórico industrial pese al estado que sufren algunas de las instalaciones desde el cierre de la fábrica en 1996.
De hecho, muchos expertos están seguros que si no llega a ser por el empuje turístico del nacimiento del Río Mundo, el patrimonio industrial de Riópar ni siquiera estaría en el radar, como ha pasado en buena parte de la comarca de Azuaga en Badajoz o en otras tantas.
El turismo minero, industrial y tecnológico
Y es que el turismo parece ser la herramienta para reconvertir las regiones y, a la vez, conservar el patrimonio industrial y tecnológico de regiones que hace 50 años eran centrales en los países industrializados.
Este fin de semana, sin ir más lejos, se celebra la Feria de Turismo Minero en El Entrego, una aldea asturiana donde está el Pozo Sotón, declarado bien de interés cultural y quizá uno de los mejores ejemplos de la reconversión turística del norte minero español.
Poco a poco, la historia tecnológica e industrial del mundo va desapareciendo devorada por lo que entendemos que es progreso en cada momento histórico. Por eso, la creación del Museo del Videojuego en Madrid y otras iniciativas en este sentido son buenas noticias. Pero enfatizan que hemos de pensar formas para convertir la nostalgia en formas efectivas de cuidar la historia de como llegamos (tecnológicamente) a donde hoy estamos.
Imágenes | Hunosa, Sergio S. C.
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