Cómo hemos cambiado: un viaje visual por la evolución de las frutas que nos rodean

Me lo imagino como una de esas reuniones 'anónimas' que salen en las películas. Habría café, té y algunas galletas de marca blanca al fondo. Leche entera, semi, azúcar blanquilla y algún que otro edulcorante. Hay bastantes sillas y no todas están llenas. A ojo, imagino que seremos más o menos la mitad del auditorio. Me levanto y me dirijo al estrado.

  • Hola, me llamo Javi y soy transgénico.

Es cierto que no estaría siendo la persona más precisa del mundo. Al fin y al cabo, hoy por hoy cuando hablamos de transgénicos nos referimos a organismos modificados intencionalmente mediante técnicas de ingeniería genética. Pero si abrimos, aunque sea un poco, el significado no tenemos otra opción que admitir que sí, que todos los organismos vivos somos transgénicos. Y, oye, cómo hemos cambiado.

Cómo hemos cambiado

Y no, ni es una metáfora ni una cita de Presuntos Implicados. Fijaos un segundo en la imagen que hay sobre este párrafo. Concretamente, en la fruta de la esquina inferior derecha. ¿Qué diríais que es esa fruta?

Giovanni Stanchi fue un pintor de bodegones italiano del siglo XVII. En algún momento entre 1645 y 1672, Stanchi pintó este cuadro lleno de melocotones, peras y sí, sandías. La sandía era una planta propia de África que para 1600 (vía Al-Ándalus) se hizo popular en los huertos de toda Europa. Los bodegones nos dan una oportunidad inmejorable para ver cómo ha ido cambiando la sandía hasta hoy. En 1813, el norteamericano Raphaelle Peale nos pintó así una de estas frutas.

Y en 1860, según Agostinho da Mota, las sandías brasileñas tenían este aspecto.

Antes y después

Otras veces, ni siquiera hay que recurrir a los museos para estudiar cómo han ido cambiando los alimentos con el tiempo. En muchos casos, hoy en día disponemos de ejemplares salvajes de las especies con los que comparar. El Genetic Literacy Project (proyecto de alfabetización genética) estudia cuáles han sido las evoluciones.

¡Banana!

Las primeras bananas comenzaron a cultivarse hace más de 7000 años en Papúa Nueva Guinea. Puede que incluso antes. Y vienen de dos especies, la Musa acuminata y la Musa balbisiana, que, como vemos en la fotografía, tienen grandes semillas duras en su interior. No es si no tras un largo proceso de selección (la mayor parte de él en el sudeste asiático), que hoy por hoy podemos tomarnos un Banana Split.

¡Berenjena!

Lo de las berenjenas es un caso curioso. Aunque hoy por hoy designan un color (el famoso color berenjena), las berenjenas primitivas son blancas, amarillas o incluso azuladas. Comenzaron a cultivarse en China y su planta solía tener espinas.

¡Zanahorias!

Los primeros amantes de las zanahorias fueron los persas. Cultivaban unas verduras leñosas moradas y blancas que no tenían, para nada, la forma de las zanahorias actuales. Con el paso de tiempo, además de adquirir su forma característica, también se hizo naranja (o amarilla).

¡Maíz!

El maíz es oriundo de Centroamérica. A día de hoy, conocemos ocho variedades de maíz primitivo y, aquí entre nosotros, la evolución ha sido espectacular. Según el profesor James Kennedy, profesor de química de la Universidad Haleybury, estas variedades saben a 'patata cruda seca' y son diez veces más pequeñas que nuestras mazorcas.

¿Qué ha pasado con estas plantas?

A todos estos vegetales (como a todos los animales domésticos) les han pasado al menos tres cosas: el azar, la necesidad y el ser humano. La mejora genética de los cultivos ha sido un proceso permanente durante toda la historia. Sistemáticamente, la humanidad ha ido seleccionando las semillas que daban productos más grandes, más numerosos y más sabrosos. Es decir, la humanidad ha ido seleccionando unos genes frente a otros sistemáticamente en lo que no es sino una forma primitiva de 'ingeniería genética'.

El 8% del genoma humano no proviene de nuestros ancestros, sino que tiene un origen vírico

De hecho, si dejamos a un lado esa intencionalidad y nos fijamos en el trasvase de genes que se da entre especies, nosotros mismos seríamos transgénicos. Es un hecho poco conocido que hasta el 8% del genoma humano no proviene de nuestros ancestros directos, sino de virus que al interactuar con 'nuestros abuelos' les dejaron parte de su material genético (CRISPR, del que ya hemos hablado, es uno de los mecanismos naturales que permiten eso).

Cosas tan fundamentales para los mamíferos como la placenta, es de origen vírico. Y hay investigadores que sostienen que tenemos ejemplos claros de como la cultura ha modificado nuestro genoma en pocas generaciones.

Solemos tener una concepción demasiado estática de la genética, una concepción que no se adapta a la realidad. La revolución genética no es sino el siguiente paso en esa gran aventura que llamamos evolución. Y algo capaz de generar berenjenas a la brasa o palomitas de maíz, no puede ser malo. Sobre todo, si tiene aval científico.

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