Entre 1974 y 1991, BTK ató, torturó y mató a diez personas en Wichita, la mayor ciudad de Kansas, Estados Unidos. Diez cuerpos, dos imitadores y varias decenas de cartas llenas de detalles, reivindicaciones y juegos después, desapareció. Hasta 2004.
En marzo de ese año, empezaron a llegar cartas a varios medios locales mofándose de la policía por ser incapaz de detenerlo. Las cartas llenas de descripciones, fotografías y objetos de las escenas del crimen dejaron claro que se trataba de BTK. Fueron once cartas. En la última, había un CD con un solo archivo que BTK creía irrastreable. No lo era. Esta es la historia de uno de los protagonista de Mindhunter.
Los asesinatos de Wichita
El primero fue el 15 de enero de 1974. Aquel día BTK asesinó a cuatro de los miembros de la familia Otero: a los padres (de 33 y 38 años) y a dos de los hijos (de 9 y 11). Los cuerpos los encontró el hijo mayor, de quince años, cuando volvió de clase. Ese sería su firma los siguientes ocho años y de ahí viene el apodo, de "Bind, Torture, Kill" ("Atar, Torturar y Matar").
En octubre de ese mismo año (cuando ya había acabado con la vida de Kathryn Bright) escribió una carta que pasó meses escondida dentro de un libro de ingeniería de la Biblioteca Pública de Wichita. En ella, describía el asesinato de los Otero con todo lujo de detalles. En los siguientes años, BTK fue dejando un reguero de muertos y cartas que consiguió tener a la policía totalmente perdida.
En 1988, tres miembros de la familia Fager aparecieron asesinados con un modus operandi muy parecido al de nuestro asesino en serie. A los pocos días, se recibió una carta en la que el propio BTK negaba ser el autor de los asesinatos de los Fager. Eso sí, en la misma carta reconocía que el verdadero asesino había hecho un "trabajo admirable".
El último asesinato fue en 1991 y, durante trece años, se hizo el silencio. Según cuentan, cuando llevas un caso de asesinatos en serie ese silencio es una carga muy pesada. Por un lado, la falta de asesinatos es una excelente noticia; por el otro, vives con el corazón en un puño cada vez que suena el teléfono. ¿Y si es él? ¿Y si está ahí, acechando, esperando su momento?
Trece años después
En marzo de 2004, apareció una carta que reivindicaba el asesinato de Vicki Wegerle el 16 de septiembre de 1986. No iba de farol. La carta contenía fotografías de la escena del crimen de una de las últimas víctimas y hasta una fotocopia de su carnet de conducir. Aquello hizo saltar todas las alarmas.
Los investigadores nunca habían estado seguros de si Wegerle había sido una víctima de BTK. Así que, en un movimiento desesperado, la policía realizó nuevos análisis de ADN a las muestras del caso Wegerle y, con los resultados en la mano, se inició una campaña para que comparar el ADN de los adultos de Wichita con el ADN encontrado bajo las uñas de la víctima.
Fue una auténtica caza de brujas. Los hombres se ofrecían voluntarios empujados por las sospechas de su entorno y el "qué dirán". Sin embargo, tras la enorme campaña, la policía no encontró nada. Las mofas de BTK fueron enormes y durante semanas siguió jugando con los investigadores y los medios.
En enero de 2015, BTK cometió un error (aunque él no lo sabía). Dejó uno de sus mensajes en una caja de cereales en el Home Depot de la ciudad. Cuando los policías lo encontraron, descubrieron que el asesino tenía un Jeep Cherokee en negro. Sin embargo, poco más se pudo saber: había demasiados Cherokees en Wichita.
La última carta
BTK estaba tremendamente crecido. Sus cartas eran cada vez más duras y provocativas. En una de sus últimas cartas afirmaba que la Policía de Kansas era tan torpe que, aunque les enviara un disquete con archivos serían incapaces de pillarlo. El 16 de febrero de 2005 llegó el disquete. Lo que debía ser la gran muestra de superioridad de BTK, se convirtió en su mayor error.
El asesino estaba convencido de que el disco era irrastreable y bien podía haberlo sido, pero la Policía encontró un fichero de Microsoft Word borrado en el disco. Allí, en los metadatos, encontraron dos cosas: el último usuario en modificarlo había sido “Dennis” y la licencia parecía ser de una iglesia luterana.
En ese momento, los investigadores hicieron lo que haría cualquier persona en su lugar: buscarlo en Internet. “Dennis Luteran Church Wichita” dio un resultado Dennis Rader, diácono y presidente consejo local de la iglesia luterana. Por si fuera poco, el tal Rader tenía un Jeep Cherokee negro.
Pero las pruebas no eran concluyentes para detenerlo: todo era circunstancial. Dándole vueltas al problema, se enteraron de que había una muestra de ADN que la hija había dejado en la clínica de la Universidad de Kansas donde estudiaba. Pidieron una orden para poder compararla con el ADN de las uñas de Wegerle y descubrieron una coincidencia familiar. Era lo que les faltaba.
La historia de Dennis Rader es una historia de crueldad, sin sentido y egocentrismo desmedidos. Pero también es la historia de cómo un simple disquete puede acabar con un criminal que ha escapado de la policía durante más de 30 años. No está mal para tener solo tres pulgadas y media.
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