Las naves espaciales gemelas Voyager 1 y 2 son los objetos hechos por el hombre que más se han alejado de nuestro planeta. Desde 1977, cuando fueron lanzadas con meses de diferencia desde Cabo Cañaveral, han recorrido los confines del espacio, llegando con valentía a donde nadie ha ido antes…
Más de 47 años después, el viaje de las Voyager ha redibujado lo que sabemos acerca del Sistema Solar.
Ambas están mucho más lejos de la Tierra y el Sol que Plutón, en los insondables confines del espacio interestelar, la región entre las estrellas que alguna vez creímos estaba vacía y que hoy sabemos está formada por el material expulsado por la muerte de las estrellas más cercanas, hace millones y millones de años.
Y a pesar de que han extendido su vida útil más de nueve veces con respecto a los planes originales, ambas naves espaciales siguen enviando información científica sobre su entorno a través de la Red de Espacio Profundo… o al menos así era hasta hace un par de meses.
Esto es porque la Voyager 1, que visitó de cerca la gaseosa majestuosidad de Júpiter y Saturno, se aventuró en territorio desconocido para obtener las primeras vistas de cerca de Urano y Neptuno, y luego rompió la heliopausa en 2012, escapando de las garras del Sol y entrando en el espacio interestelar, se ha quedado, súbitamente, en silencio.
Todo se debe, creen los expertos de la Nasa, a un fallo informático, que fue detectado por primera vez en noviembre de 2023, y que ha terminado por cortar del todo la comunicación con la sonda. Primero la Nasa recibía un flujo incomprensible de unos y ceros… pero ahora solo hay silencio.
O casi. Hay, al menos una esperanza: de acuerdo con Suzanne Dodd, directora del proyecto, la sonda ha vuelto a enviar un patrón reconocible de unos y ceros que, sin ser exactamente lo que se esperaría ver, les da a los técnicos la noción de que la Voyager 1 todavía está funcional.
Un desafío de comunicación
Pero repararla es imposiblemente complicado y la razón -¿nos sorprende?- es la distancia.
Como la falla afecta los sistemas de diagnóstico y telemetría, la Nasa no puede determinar cuál es el problema e, incluso si pudiera hacerlo, cada mensaje se demora 22 horas y media en alcanzar a la Voyager, cuya respuesta demora otras 22 horas y media en llegar a la Tierra.
Y eso sin hablar de otra capa de complejidad: la gran edad de la nave espacial. Muchos de los ingenieros originales, los que construyeron estas máquinas, ya ni siquiera viven. Hay, claro, una meticulosa documentación, pero la Nasa se quedó sin el recurso inapreciable de la experiencia.
Científicamente, la pérdida de las Voyager representaría la pérdida de la única herramienta recopilación de datos in situ del espacio interestelar. Según Dodd, una nave espacial no cruzará la frontera interestelar durante las próximas dos décadas.
Eso no significa que se vayan a dar por vencidos. En las próximas semanas, los ingenieros intentarán una maniobra audaz: cambiar la Voyager 1 a modos de operación de su pasado olvidado, los que utilizó durante su misión original, hace más de 40 años.
Pero incluso si no pueden revivirla, nadie duda que su legado permanece intacto. Y nos queda, además, la Voyager 2, cuya vida útil se espera se extenderá hasta 2026.
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