El escorbuto siempre estaba ahí. Basta con leer crónicas, relatos y cartas de la "época de los grandes viajes" para comprobar que la enfermedad, no se sabía ni cómo ni por qué, siempre iba de polizón. El escorbuto pudría las encías, rompía el pelo, llenaba la piel de llagas y postraba a marineros fuertes, osados y decididos en la cama como si fueran niños.
Pero lo peor no era eso. Lo peor es que era una enfermedad completamente evitable: algo que solo pedía una alimentación un poco mejor a pésima. En mayo de 1747, James Lind separó a dos marineros enfermos de escorbuto y testó sus teorías terapéuticas en lo que algunos consideran el primer ensayo clínico de la historia.
Sin embargo, nada de lo que descubrió Lind era genuinamente nuevo. En 1493, los diarios de navegación de Vasco de Gama ya contaban esa historia. Como lo hicieron otros muchos cuadernos de bitácora que se perdieron una y otra vez durante siglos llevándose miles de vidas en alta mar.
Demos un pequeño salto temporal un par de siglos hacia delante y hagámonos otra pregunta... Si los viajes en alta mar podían deshacer nuestro cuerpo como un azucarillo en agua caliente, ¿qué no podría hacernos algo más peligroso, más desconocido, más nuevo como viajar al espacio? No podíamos jugárnosla con la comida.
Comer en el espacio
Desde los polvos liofilizados y las pastas en tubo del Proyecto Mercury hasta el día de 2015 cuando Samantha Cristoforetti preparó el primer espresso 100% espacial, la comida de los astronautas ha mejorado considerablemente a lo largo de los años. Hoy en día, el menú de la Estación Espacial Internacional tiene más de 100 platos: desde puntas de solomillo o raviollis a brownies de chocolate.
La primera comida del astronauta británico Tim Peake en la ISS fue, por ejemplo, un sandwich de bacon. De hecho, la mayoría de las comidas de la Estación están listas para consumir solo con agregar agua o vienen ya preparadas al modo de los MRE del Ejército norteamericano.
No obstante, el problema alimentario va más allá de la variedad, aunque se agradezca. Allá arriba, los altísimos niveles de radiación, la atrofia muscular, la pérdida de densidad de los huesos o el estrés no son problemas menores y la comida tiene mucho que decir sobre ello.
Y es que comer en condiciones microgravedad sigue siendo algo complicado. En los últimos años, los investigadores han descubierto que pese a que los astronautas tienen comida suficiente (y comen hasta sentirse saciados) las pérdidas de peso se mantienen. Es algo que se ha dado históricamente y es algo que se mantiene.
No sabemos bien si tiene que ver con que los detectores de cantidad del estómago no funcionan bien en el espacio o con peculiaridades de la bioquímica nutricional. Sea como sea, tiene implicaciones que van m´sa allá: conlleva la pérdida de la densidad del hueso y de la masa muscular. Además, y por lo que sabemos, el sistema cardiovascular (evolucionado para funcionar en en entorno de gravedad) tiende a degradarse.
El reto que viene
Pero, a medida que aspiramos a hacer viajes cada vez más largos, el reto de comer en el espacio se hace cada vez más complejo. Cuando gente como Musk presenta proyectos para ir a Marte, tendemos a pensar que la mayor parte de los problemas vienen de cosas como diseñar cohetes o construir habitáculos habitables. Pero no.
La lista de problemas es muy larga y el reto de diseñar menús equilibrados y nutritivos que sean capaces de aguantar cinco años en perfectas condiciones no es el problema más fácil de ella. Como dice el nutricionista de la NASA, Scott Smith: "No hay un solo nutriente que puedas prescindir en una misión de tres años y que no termine mal".
Con un poco de suerte podría resolverse a fuerza de comidas tipo soylent. Pero, durante estos años de carrera espacial, los científicos han aprendido que comer tiene un impacto enorme en la salud psicológica de los astronautas. Vivir cinco años a base de píldoras y papillas supone un estrés añadido en un entorno ya complicado de por sí. Por eso, se está intentando que, en las misiones largas que no pueden llevar toda la comida con ellas y tampoco pueden esperar entregas desde la Tierra, tengan una alternativa más.
Es decir, como el protagonista de Marte, los astronautas deberán cultivar su comida, una comida que contenga todo lo que necesitan. Y tampoco es fácil. "Las bajas temperaturas, los niveles de radiación y la baja gravedad significan que se requiere algún tipo de envoltura para cultivar plantas, y se deben proporcionar los nutrientes básicos, gases y agua", explicaba James Bevington, de la Universidad de Nueva Gales del Sur, quien está liderando una Equipo de científicos probando cómo cultivar en la ISS.
Por eso, cuando vemos el cambio desde los tubos de pasta de dientes rellenos de sopa de remolacha hasta las comidas de hoy en día, a mi no me sorprende todo lo que hemos avanzando... se me hace la boca agua por todas las revoluciones que les esperan a las comidas de los viajes espaciales.
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